— ¡Vaya, ya has llegado!— Bob me espera apoyado en su deportivo negro.
— Estoy deseando ver la cara de Stella esta noche, ¿Me ayudarás luego a buscar algo bonito en la tienda de antigüedades que hay en el muelle para darle las llaves?
— Por supuesto— digo con una sonrisa de oreja a oreja, mientras introduzco la llave en la cerradura de la puerta— No abre— la giro varias veces y la puerta no abre.
— Déjame que lo intente— me hago a un lado y le doy el llavero a Bob — No hay manera, la llave hace el intento de abrir, pero la puerta no se abre, es cómo si estuviera el pestillo puesto— miramos extrañados la cerradura.
— ¿Habrá llegado Phill ya?
— No creo, me dijo que estaba en la otra punta de la ciudad, es imposible que haya llegado— yo por si acaso llamo al timbre pero nada— Bueno, lo tendremos que esperar aquí afuera— se da la vuelta.
— Espera, tengo la llave de la entrada por la puerta del salón que da a la piscina, ¿Vamos?— estoy ansiosa por que firme de una vez.
— Vamos.
Bob toma el camino que rodea la casa hasta la parte trasera dónde está la enorme piscina y abrimos la puerta de acceso al salón.
— ¿Hay alguien ahí?— pregunto asustada, creo haber escuchado unos pasos corriendo— ¿Bob, lo has escuchado?
— ¿Qué?— me mira raro— Yo no he oído nada. ¿Y tú?
— No sé, será algún vecino— improviso antes de que crea que soy una histérica— ¿Y los documentos?
— En su despacho encima del escritorio, los dejó allí.
Entramos en él y lo primero que vemos es el escritorio revuelto, la foto de boda tirada de cualquier manera, varias carpetas abiertas con los papeles fuera y en el suelo la carpeta azul de la inmobiliaria.
— No pensé que Phill pudiera ser tan desordenado— sonríe Bob.
Yo lo miro con cara de circunstancias, lo primero que he pensado es que alguien ha estado echando un polvo en la mesa, me acerco a recoger la carpeta y cuando lo hago me encuentro un tanga de encaje negro debajo. ¡Aghhh! Con mucho cuidado y sin que se dé cuenta lo agarro y lo tiro debajo del escritorio. ¡Qué asco! Ya podrían ser un poco más limpios. Tengo que ir a lavarme las manos cuánto antes.
— He oído algo— se vuelve nervioso Bob aguzando el sentido— Aquí hay alguien.
— Llamemos a la policía— busco el móvil en el descomunal bolso que llevo, cómo siempre, no consigo encontrarlo entre la gran cantidad de cosas que llevo en él.
— No— Bob coge la lámpara de la mesita de noche como arma— ¿Y si se han dejado una ventana abierta y es el viento? ¿O se han dejado el televisor encendido? No creo que a Phill le haga mucha gracia llegar y ver su casa llena de policías por nada— marcha hacia la puerta— Quédate aquí y si escuchas algo raro, llama enseguida a la policía.
En cuánto se va localizo el móvil y lo agarro fuertemente. Paseo por la habitación buscando algo con lo que defenderme cuando veo un formidable pisapapeles de cristal de forma redondeada cerca de dónde estaba el tanga.
— Perfecto— me digo a mi misma. Me agacho para tomarlo y se va rodando debajo del escritorio, me pongo a cuatro patas para recogerlo— ¡Ahhhhhh!— grito a pleno pulmón al ver lo que hay debajo.
— ¡Shhh!— me dice una Stella totalmente desnuda con el tanga negro en la cabeza.
Me mira con ojos desorbitados, negando con la cabeza y haciéndome gestos de que me calle.
— ¿Estás bien?— Bob entra cómo una tromba en la habitación con la lámpara cómo si fuera un bate de béisbol buscando al culpable de mi grito.
Me levanto rápidamente y me golpeo fuertemente en la cabeza con el escritorio.
— Yo...— me llevo la mano a la cabeza, me está saliendo un enorme chichón— yo...— el pisapapeles rueda por la alfombra— Éste maldito trasto se me ha caído en el pie— lo sé, no tengo mucha imaginación.
— Pues parecía que hubieras visto un fantasma— baja la lámpara con cara de pocos amigos— No hay nadie en la casa, parece que estamos un poco nerviosos— se acerca hacia el escritorio— Vamos a ver cómo tienes la cabeza, eso ha tenido que doler— además de guapo, atento y rico, es médico— Vamos a la cocina, creo que vas a necesitar hielo— se agacha a recoger el pisapapeles, está a punto de descubrir a su novia.
— ¡Una cucaracha, una cucaracha!— grito señalando a la puerta para despistarle, cuando se gira le doy una patada a la bola que hace que ruede por la habitación.
— Yo no veo nada—revisa la pared y el marco de la puerta.
— Se habrá escondido— enconjo los hombros, sintiendo que me estoy poniendo colorada.
— Phill me dijo que habían fumigado la casa hace dos semanas— me mira pensativo—tendré que preguntarle, Stella odia los bichos— salimos por fin de la habitación— No le digas nada a ella— me sonríe con su deslumbrante sonrisa de anuncio de pasta de dientes.
— Nada grave— me dice cuando me examina la cabeza— ponte esto un rato— me pone una bolsa guisantes congelados en ella. Veamos ese pie— se sienta en un banco de la cocina al lado mío.