Secret knights Lirio

CAPITULO 1 LOS ANILLOS

CAPITULO 1
LOS ANILLOS

Año 2019, Nicaragua.

El radiante sol del mediodía marca la hora de ir a comer.

En un pequeño pueblo de no más de dos mil habitantes, cuatro hombres hacen una pausa en la construcción de una casa. Detienen la excavadora, exhaustos por el calor, y buscan la sombra.

Descansan bajo un árbol de mango, justo junto a una pila de bloques de cemento que espera al borde de la calle. Desde allí observan, con el sudor pegado a la piel, los zanjos que han cavado para los cimientos. Aún les queda más de la mitad del trabajo.

—Este calor es horrible, odio esta maldita pobreza —dice el mayor del grupo, visiblemente molesto. Su rostro curtido lleva el peso de cincuenta años en la misma lucha.

El más joven responde con serenidad:

—Estamos jodidos, Jorge. Pero maldecir no cambiará nada. Al menos tenemos trabajo.

Jorge solo gira la cabeza, enfadado.

Dennys, el jefe de la cuadrilla, rompe la tensión con un gesto firme:

—Hay que ir a comer.

Se levantan y cada uno camina hacia su casa para almorzar.

Mientras tanto, en una ubicación desconocida, decenas de personas trabajan frente a pantallas en una sala completamente blanca. El sonido constante del tecleo llena el espacio como una sinfonía mecánica. No hay voces. Solo concentración.

De pronto, las luces blancas parpadean y se tiñen de rojo. Una alarma empieza a sonar.

Un hombre —el jefe del lugar, por su porte y urgencia— entra alterado:

—¿Qué carajos está pasando?

Uno de los técnicos corre hacia él y le entrega una tablet con emoción:

—Señor Lemus, los encontramos.

Lemus toma la tablet y ve un mapa. Un punto se ilumina sobre Nicaragua.

Sin perder tiempo, sale al pasillo blanco de concreto y llama por teléfono:

—Te enviaré la ubicación. Encuéntralos y tráemelos. Sé discreta, no quiero que esa gente sepa de nuestra visita.

De vuelta en el pueblo, el reloj ya marca más de la una. Los cuatro trabajadores regresan al sitio de construcción y retoman sus labores.

Alberto enciende la excavadora. La máquina empieza a trazar los zanjos que aún faltan. Mientras tanto, los demás rompen piedras con mazos donde la máquina no puede llegar. Cada golpe es más lento, más pesado, mientras el sol los deshidrata.

En poco tiempo, están empapados en sudor.

Dennys se sienta un momento, jadeando, y se dirige a Mateo, el más joven:

—Mateo, tienes que aprender de todo en esta vida. Para no vivir solo de esto.

Mateo se le queda viendo, curioso.

—¿Y a qué viene esto?

—Yo ya estoy viejo para cambiar de trabajo. Pero tú apenas tienes veinte. Si aprendes a manejar esas máquinas, no vas a estar aquí, debajo del sol —dice, señalando la excavadora.

—Hazle caso. Nosotros ya estamos viejos y vamos a morir trabajando en esto —agrega Jorge.

De pronto, la pala de la excavadora se detiene. Algo se traba bajo la tierra. Al levantarla, todos ven cómo unas cadenas oxidadas salen del suelo, unidas a una caja metálica corroída, cerrada con un candado antiguo.

Intrigado, Alberto baja lentamente la pala y coloca la caja con cuidado en el suelo.

Las cadenas se rompen. La caja cae y se abolla con un golpe seco.

—¿Qué fue eso? —pregunta Dennys, acercándose.

Los cuatro rodean el extraño objeto. Jorge, sin dudar, le da un mazazo al candado. Lo rompe.

Del interior extraen una vasija de barro agrietada. Jorge la lanza contra el suelo y se rompe en pedazos. De ella emergen cinco anillos de distintos colores: blanco, rosa, amarillo, morado y naranja. Cada uno con una gema en forma de lirio, correspondiente al color del anillo.

Quedan boquiabiertos ante su belleza. Cada uno toma uno entre los dedos, como hipnotizados.

—¿Cuánto creen que puedan valer? —pregunta Jorge, sonriendo con incomodidad mientras sostiene el anillo amarillo.

—Probablemente mucho —dice Alberto, deslizándose el anillo rosa en el dedo anular. Le queda grande.

El anillo brilla… y de pronto se encoge, ajustándose a su dedo.

Alberto se asusta. Se lo quita. El anillo vuelve a su tamaño original.

Sorprendidos, los otros también se los colocan. Mateo se pone el naranja, Dennys el morado.

—Esto es como brujería —dice Mateo, con el corazón latiendo fuerte.

En ese instante, cuatro autos negros aparecen al final de la calle. Se detienen bruscamente. De ellos bajan hombres con trajes oscuros y armas automáticas.

Los trabajadores levantan las manos. Retroceden con cautela.

Del primer auto desciende una mujer delgada y elegante. Lleva un vestido blanco que contrasta con su piel morena. Habla con voz suave, medida:

—No tengan miedo. No es nuestro propósito hacerles daño. Solo dennos los anillos, y aquí no pasó nada.

—¿Cuánto ofreces? —grita Jorge, desafiante.

Los demás lo fulminan con la mirada.

La mujer sonríe.

—No están en posición para negociar.

Mateo, dominado por el miedo, rompe la línea y corre.

Un disparo seco.

Una bala lo alcanza por la espalda.

Los demás corren a esconderse detrás de la excavadora. Jadean. El miedo los paraliza.

La mujer observa la escena con frialdad. Luego, se dirige a ellos con severidad:

—Aún lo pueden salvar. Solo entreguen los anillos.

Mateo, en el suelo, apenas respira. La bala le ha dado en la columna. No puede mover las piernas. El dolor es insoportable.

Alberto y Dennys, temblando, se quitan sus anillos.

Jorge no. Jorge solo mira el suyo… con una intensidad difícil de descifrar.

Mientras Mateo se arrastra, siente un cosquilleo en la mano derecha. Gira la cabeza. El anillo naranja parpadea. Una estela luminosa fluye entre su dedo medio y pulgar, como una guía.

Cierra los ojos, respira con dificultad… y chasquea los dedos.

Una luz cegadora lo envuelve.

La ropa de trabajo desaparece. En su lugar, un **esmoquin naranja**, con camisa de un tono más oscuro. La transformación es elegante, intimidante, imposible de ignorar.



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Editado: 06.07.2025

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