Secret Love

CAPÍTULO 32

El teléfono cayó al suelo, pero el golpe seco apenas registró en mi mente. Un frío escalofrío recorrió mi espalda, y un sudor helado comenzó a perlar mi frente. Corrí hacia la oficina, con el corazón martillándome las costillas como si quisiera salir de mi pecho. Al llegar, el aire caliente y denso del pasillo me golpeó de Ileno. Un humo negro y espeso lo cubría todo, haciéndome toser con violencia mientras mis ojos ardían.

Empujé la puerta, tropezando al entrar. La escena era un caos absoluto. Papeles carbonizados flotaban como cenizas en el aire, las llamas rugían en los muebles y el techo parecía a punto de colapsar. El olor era insoportable: una mezcla de plástico quemado, madera ardiendo y algo metálico que me revolvió el estómago.

Con un brazo cubriendo mi nariz y boca, avancé a tientas. El calor era sofocante, como si el fuego estuviera intentando arrancarme el aliento. Mi voz tembló mientras gritaba

-¡Mamá! ¡MAMÁ!

El sonido de mi propia voz se sintió pequeño entre el rugido del incendio. No hubo respuesta, solo el crujido amenazante de las vigas a punto de ceder. Mi mente se llenó de imágenes horribles: ¿y si ya era demasiado tarde? ¿Y si ella estaba...? No, no podía pensar en eso. Mi pecho dolía, pero no sé si por el humo o por el miedo que me estaba ahogando.

-¡MAMÁ! -grité con todas mis fuerzas, la voz quebrándose por la desesperación.

Seguí avanzando, apartando escombros que parecían más pesados con cada paso. Tropecé y caí, mis manos chocando contra el suelo cubierto de fragmentos de vidrio. Sentí el dolor punzante en las palmas, pero lo ignoré. Me levanté tambaleándome y, al fondo de la oficina, la vi. Mi madre estaba allí, tirada boca abajo, inmóvil.

Mi garganta se cerró, y un sollozo desgarrador escapó de mis labios.

-¡No, no, no! ¡Mamá!

Corrí hacia ella, mis piernas casi no respondiendo. Caí de rodillas a su lado, mis manos temblorosas la giraron con cuidado. Su rostro estaba manchado de hollín, y su piel pálida me hizo sentir que el suelo se abría bajo mis pies. Con el pulso acelerado, llevé dos dedos a su cuello. Sentí un latido débil y desigual, pero estaba allí.

-¡Aguanta, mamá, por favor! ¡Te sacaré de aquí!

El miedo me daba una fuerza que no sabía que tenía. La levanté, mi cuerpo temblando por el esfuerzo. Sus brazos colgaban inertes, y el peso me hacía tambalearme, pero no me importó. El calor de las llamas quemaba mi piel, y el humo me hacía toser sin parar, pero seguí adelante, luchando cada paso para abrirme camino entre los escombros.

Cuando finalmente llegué a la salida, casi colapsé al ver a los bomberos abajo.

-¡Llamen a la ambulancia! -grité, mi voz apenas audible, rota por el cansancio y el pánico.

Un bombero corrió hacia nosotros, ayudándome a sostener a mi madre mientras pedía refuerzos por radio. Mi vista se nublaba por las lágrimas y el agotamiento. Vi cómo la colocaban en una camilla, sus movimientos precisos pero urgentes, mientras le colocaban una máscara de oxígeno sobre el rostro.

-¿Va a estar bien? -pregunté, mi voz apenas un murmullo ahogado por los sollozos.

Uno de los paramédicos me miró, sus ojos serios pero reconfortantes.

-Está viva. Haremos todo lo posible.

Quise aferrarme de las palabras, pero el miedo no me soltaba .Me quedé allí cubierta de hollín ,con las manos ensangrentadas y el corazón roto ,observando como subían a mi madre a la ambulancia.

El sonido de la sirena de la ambulancia alejándose aún resonaba en mis oídos mientras observaba cómo desaparecía entre las calles. Mi pecho se sentía apretado, como si alguien hubiera colocado una roca sobre él. Me quedé inmóvil unos segundos, tratando de asimilar lo que acababa de pasar. El olor del humo seguía impregnado en mi ropa, mezclándose con el amargo sabor del miedo que aún no desaparecía.

Me obligué a moverme. Caminé hacia donde estaban mis cosas, con pasos torpes, casi mecánicos. Los bomberos seguían luchando contra las llamas, sus movimientos rápidos y coordinados eran un contraste con mi propia lentitud. Agarré mis pertenencias, pero apenas era consciente de lo que hacía. La vista del incendio seguía fija en mi mente, como una película que no podía detener.

Subí al auto, cerrando la puerta con un golpe seco. Por un momento, me quedé allí, aferrando el volante con fuerza, mi frente apoyada contra él. Tomé una respiración profunda, pero el aire entró entrecortado; las lágrimas comenzaron a rodar sin control por mi rostro.

—Tienes que ser fuerte... —me susurré a mí misma, aunque mi voz apenas era audible.

Encendí el motor y seguí a la ambulancia. Mis manos temblaban sobre el volante, y cada vez que perdía de vista las luces intermitentes, el miedo regresaba con más fuerza. Los minutos se sintieron eternos, como si el camino hacia el hospital nunca fuera a terminar.

Finalmente, llegué. Estacioné rápidamente, sin siquiera fijarme si había dejado bien el auto. Bajé y corrí hacia la entrada de emergencias, mi respiración era agitada, y el corazón me latía tan fuerte que podía sentirlo en mis oídos.

Vi cómo bajaban a mi madre de la ambulancia. Su cuerpo estaba inmóvil, conectado a diversos aparatos. La máscara de oxígeno cubría su rostro, pero aún así podía ver las marcas del fuego en su piel. Mi garganta se cerró, y mis piernas temblaron, pero me obligué a seguir caminando detrás de los paramédicos.

Entraron a una habitación de emergencia, pero al intentar pasar, una enfermera me detuvo con un gesto firme.

—No puede entrar, señorita. Espere aquí.

—¡Pero es mi madre! —repliqué, mi voz temblorosa.

—Lo entiendo, pero necesitamos atenderla. Le avisaremos en cuanto tengamos noticias.

Asentí, aunque por dentro quería gritar. Me quedé allí, parada frente a la puerta cerrada, sintiendo una impotencia que me consumía. Miré a mi alrededor, buscando algo, cualquier cosa que me ayudara a calmarme, pero todo era un caos de voces, pasos rápidos y máquinas sonando a lo lejos.




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