Los vampiros en el mundo de los mortales parecían tan solo un mito, hasta que aparecieron aquellos cuatro chicos. Cada uno peor que el anterior.
Venían con la intención de infiltrarse en un instituto de mortales. Tenían un plan, pero nadie los debía descubrir, nadie debía saber que ellos en verdad eran vampiros.
Uno de ellos era Abaddón. En el antiguo testamento aquello se refería a un abismo insondable, generalmente vinculado al mundo de los muertos.
Abaddón tenía un pelo medianamente largo color negro azabache, unos ojos almendrados azul cielo, unas cejas pobladas, mandíbula marcada y labios carnosos.
Luego estaba Dajjal, que en árabe significaba como falso o impostor. Dajjal tenía un cabello alborotado de un tono castaño claro y unos ojos profundos de color gris ceniza.
Él era uno de los peores. Todo aquel que perteneciera al mundo vampiro sabía que él no era de confiar. Debías ser precavido y muy observador. Nunca se sabe por dónde te puede atacar.
Por otra parte estaba Erlik, que significaba el dios de la muerte. Sus profundos ojos marrones era en lo primero que se fijaba la gente, su pelo era de color chocolate, tenía unas largas pestañas y unos pómulos elevados.
Y por último Samael, que podía significar "el dios ciego". Él lucía un fabuloso cabello color rubio platino y unos ojos del color del mar, sus cejas eran de un tono un poco más oscuro que su cabello y tenía unos labios finos y rosados.
Y sin más, ellos un día inesperadamente llegaron al mundo de los mortales. Intentaban aguantar sus ansias de sed por la sangre humana, pues ese no era su principal plan, era otro aún más descabellado.
Ada, una alumna cualquiera de aquel instituto estaba tranquilamente guardando sus cosas en su taquilla. Era un día normal, como cualquier otro. Primero un par de clases, luego se iba a comer, al acabar volvía a clase, pasaban las horas que faltaban y por fin podía recoger sus cosas para irse a su casa. Todo cambió cuando las puertas de la entrada del instituto se abrieron con fuerza, todo el mundo se detuvo, el silencio invadió el pasillo. Entraron cuatro chicos cada uno más pálido que el anterior. Ada no los había visto jamás en su vida, pero les pareció un poco raritos. Aquellos cuatro chicos entraron sin mirar a nadie, parecían ni notar la existencia de los demás alumnos. Si esto hubiera sido una película, ellos abrían entrado en cámara lenta y con una música de fondo.
Ada vió cómo aquellos chicos pasaban por delante de ella, ni siquiera la miraron, siguieron caminando hasta entrar a la sala de profesores. Todo el mundo parecía estar igual de confundido, pero el movimiento en los pasillos no tardó mucho en aparecer, como si nada hubiera pasado, como si no acabaran de entrar cuatro chicos con el tono de piel similar al de un papel y caminar como si fueran el centro del mundo hasta la sala de profesores. Que extraños.
Poco después empezó la clase. Su asiento estaba en la ante penúltima fila. Odiaba dónde le había tocado sentarse.
Le tocaba matemáticas, sin duda alguna, otra de las cosas que ella odiaba. La clase debió haber empezado hace más de cinco minutos pero el profesor no aparecía. Visualizo por un momento su clase, todo el mundo estaba haciendo lo que quería. Algunos alumnos se estaban tirando bolitas de papel, otros simplemente conversaban felizmente, algún que otro alumno estaba con la cabeza encima de la mesa, Ada no sabía si se habían dormido, ella suponía que sí. Se fijó en que también había gente que había sacado sus teléfonos, cosa que estaba completamente prohibida, aunque a ella la verdad no le importaba, simplemente esperaba ansiosa la hora de poder irse a su casa.
El profesor y aquellos cuatro alumnos no tardaron en aparecer. Una vez más, entraron como si aquello fuera una película y ellos los protagonistas. Miraban a la gente con superioridad y tal vez también con asco.
Ada puso el codo sobre la mesa y apoyo la cabeza en su mano, estaba aburrida, pero al menos no iban a hacer matemáticas, o eso suponía.
Los cuatro chicos con tono de piel similar a un papel estaban de pie en frente de toda la clase, uno de ellos tenía una sonrisita malvada lo cual hizo preguntarse muchas cosas a Ada.
–Bueno chicos, presentaros –les dijo el profesor.
Empezó el rubio.
–Samael.
Luego habló el de los ojos grises y pelo alborotado.
–Dajjal.
Las cosas se empezaron a poner aún más raras cuando habló el chico del cabello marrón.
–Erlik.
– ¿Pero ese nombre no significa "el dios de la muerte"? –Habló un niño que estaba un par de asientos más adelante qué Ada.
–Cierra el pico –le dijo inmediatamente Erlik que ahora tenía la mandíbula tensa.
–Chicos, chicos –intervino rápidamente el profesor –no empecemos peleas tan rápido.
–Yo solo estaba preguntando –murmuró el chico que había hecho la pregunta, pero nadie pareció haberlo escuchado, o quizás lo estaban ignorando porque Ada sí lo había escuchado.
Y por fin habló el chico del cabello negro.
–Yo soy Abaddón.
Cuando acabó la clase, los primeros en salir –como no– fueron los cuatro raritos.
Ada antes de irse quería coger unos libros de su taquilla, caminó hacia ella, la mayoría de gente ya se estaba marchando y eso le dificultó acercarse a su taquilla, tuvo que ir esquivando a la gente para por fin conseguir llegar.
–No puedes comportarte así el primer día –. Escuchó ella a lo lejos.
–Hemos llamado demasiado la atención.
–Y como no hacerlo, si somos perfectos –Ada alzó una ceja. Miró hacia atrás, pero no logró ver a los que estaban hablando por la cantidad de alumnos que estaban pasando así que se volvió a girar hacia su taquilla. Guardó los libros en su mochila, y cuando ya estaba a punto de irse, escuchó una última cosa.
–Nadie puede saber nuestro secreto –. O eso cree ella que escuchó. Todo el mundo estaba hablando a la vez, y por mucho que intentaba concentrarse en tan solo una conversación, le era imposible. Así que ignoró todo aquello, y sin más, se marchó.
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Editado: 25.08.2021