SECRETO ©
VOLUMEN I: ORÍGENES
La velocidad a la que conducía Pedro Garza era impresionante. Su patrulla avanzaba de calle en calle con las sirenas encendidas mientras utilizaba el altoparlante.
—¡Tienen que evacuar la ciudad enseguida! Repito, ¡Tienen que evacuar la ciudad enseguida!—.
Garza derrapó en una esquina dejando huella en el asfalto. Seguido de eso dio un par de giros llegando frente a la estación de policía estacionado su vehículo en la entrada. Apresurado salió del vehículo.
Pedro se acercó a la estación a paso rápido mientras marcaba a través de su teléfono móvil. Alicia le contestó enseguida.
—¿Qué nuevas hay?—preguntó él.
—¡El núcleo sigue creciendo!—dijo ella alarmada—, queda poco tiempo, Pedro—.
—Tenías razón. Llamé a todos, CIA, NASA, Pentágono e incluso a la guardia civil y nadie atiende mi llamado. Siguen desviandome y las redes sociales han caído ¿Qué hay de Amelia?—.
—¡No toma mi llamada!—Alicia estaba desesperada.
—Sigue intentando. Ya alerté a la zona este de la ciudad. Dante esta haciendo lo mismo del lado Sur en su camioneta—.
—¡Tenemos que llegar a más gente!—.
—Voy llegando a la estación. Voy a sonar la alarma general—.
—Necesitas la autorización del comisionado para eso—.
—No voy a pedir una mierda—dijo Pedro y entró empujando ambas puertas de la estación. Sus compañeros, que eran cinco de ellos lo miraron con extrañeza.
—¿Pedro? ¿No terminaste tu ronda hace un par de horas?—preguntó uno de ellos mientras bebía café.
—Román—le dijo Pedro tomándolo del brazo para separarlo del resto y hablar en privado. Román era su compañero de confianza.
—¿Qué pasa?—cuestionó su amigo mirando alrededor. Después se centró en Garza, parecía preocupado—, ¿Estás bien?—.
—Necesito tu ayuda—dijo seriamente mirando a su amigo a los ojos.
—Maldita sea—dijo Román—, cuando empiezas así no puede ser nada bueno—aceptó.
—No lo es—inició Pedro—, la vida de todos en la metrópoli depende de que me ayudes—finalizó.
Estación de Bomberos, Zona Sur
Dante llegó a toda velocidad para detenerse en su enorme camioneta frente a la estación. Bajo de ella enseguida adentrándose en la instalación pasando al lado de las enormes unidades roja y blancas. El sitio parecía vacío, pero en realidad el escuadrón de guardia descansaba en los dormitorios. Apenas entró salió el vigía en turno, un chico obeso llamado Gregorio.
—¿Dante? Creí que no vendrías hoy—dijo acercándose.
—Lo siento, Gregorio—dijo Dante seriamente mientras se aproximaba más a él.
—¿De qué hablas?—cuestionó el obeso extrañado.
Dante fue rápido y conciso. Una derecha de las que aplicaba en el gimnasio fue suficiente para noquear al pobre Gregorio y seguir hasta llegar a la oficina, donde encendió la alarma general. Una enorme sirena ruidosa que se escuchaba a kilómetros. Una vez encendida tomó su móvil saliendo de ahí.
—Pedro—dijo—, ya encendi la alarma ¿Cómo van ustedes?—.
Pedro contestó enseguida, caminaba junto con Román hacia la oficina del comisionado.
—Voy camino a la oficina del comisionado. No sé cómo pero voy a accionar esa alarma, Román va a...—fue interrumpido.
A lo lejos, escucharon como uno de sus compañeros le preguntaba a unos extraños que habían en el sitio, pero segundos después todo se volvió disparos. Ambos se escondieron detrás del mueble más cercanos, separados por un pasillo que llevaba a la entrada principal. Román sacó su arma mirando a Pedro con temor.
—¿Qué sucede?—cuestionó Dante por el móvil.
—Tenemos compañía—dijo Pedro alarmado. Al echar un vistazo miró a un grupo de hombres de traje negro y corbata abatir a sus otros compañeros.
—¡Voy para allá!—dijo Dante y colgó.
Se dió un silencio, los hombres avanzaban hacia ellos lentamente. Pedro miró a su compañero y se hicieron una señal, era la hora. Faltaban menos de 20 minutos para la explosión, así que debían hacer algo.
El Planetario
Amelia hablaba sobre los De La Vega cuando sonó la alarma general de la estación de bomberos. Los camarógrafos frente a ella dejaron sus posiciones mirando por los ventanales detrás de ellos. Todo el equipo se encontraba en el piso número ocho, así que la vista era increíble. Aunque no tanto como en la instalación de Los de La Vega de once pisos.
—¿Qué mierda sucede allá?—pregunto el jefe de Amelia.
Amelia tuvo un momento en el que se quedó pasmada. A su lado, en su móvil miraba los mensajes de Alicia insitandola a ayudar. Amelia miró a sus compañeros y después escuchó la alarma. Debía tomar una decisión. Suspiró y miró a la cámara fijamente.
—¡En un comunicado de última hora!—afirmó y todos voltearon a ella de inmediato—, ¡Recibimos una amenaza de explosión nuclear en la zona céntrica de la Metrópoli! Tienen que evacuar la ciudad cuanto antes—.
—¿Qué hace?—preguntó molesto su jefe.
Apenas él se acercaba a ella para reclamar cuando el suelo se sacudió. Todos entraron en pánico un momento hasta que se detuvo. El jefe pensativo apretó los labios.
—¡Vámonos de aquí! Todos en una fila ¡Rápido!—.
Estación de Policía
Pedro y Román atacaron a los tres hombres. Intercambiaron disparos en lo que como resultado hubo dos lesionados. Román recibió un tiro en el hombro y uno de los trajeados en la pierna, lo que le hizo caer al suelo. Ambos, Pedro y Román se escondieron para recargar.
—Hoy no traje mi otro cartucho—dijo Román con una sonrisa de ironía.
—Yo te cubro—dijo Pedro y volvió al ataque. Le dio a uno de ellos y lo mató al instante. El otro esquivó los tiros y se escondió y el que estaba en el suelo le disparó. Román fue rápido y lo empujó, pero recibió otro tiro más en el costado.
—¡No!—dijo.
—Dame el arma y ve a sonar la alarma—gruño su compañero herido.