Sophie empujó la puerta del bar y entró una brisa fría. El olor mezclado de tabaco y perfume en el aire casi la hace retroceder. El corazón le latía deprisa, no porque estuviera a punto de conocer a James. Era esa sensación nerviosa de querer pelear antes de pelear y luego querer correr.
James estaba junto a la ventana, mirando sus papeles como si contuvieran algún secreto de estado. Cuando la vio acercarse, levantó la vista y sonrió, una sonrisa tan familiar como un caramelo de su infancia, pero también tan alarmante como un mensaje de texto chantajeado.
──Hablemos.
Su voz era tan suave como el zumbido de un mosquito, y se arrepintió de no haberlo gritado con más ganas.
──Te estoy esperando, Sophie. Sea cual sea el problema, podemos resolverlo hoy.
Dejó la carpeta, con un tono tan suave que le dieron ganas de patear la mesa.
Sophie se sentó y sus ojos se desviaron inconscientemente hacia el documento. Golpeó mentalmente un pequeño tambor: «¿Seguro que de verdad quieres hablar?».
James sonrió, sus ojos se entrecerraron ligeramente. No era sólo una sonrisa, era el tipo de sonrisa en la que sabías que iba a decir la verdad, pero no necesariamente querías oírla.
──Nunca hago nada que no tenga sentido. Eres la única persona que me importa. No me importan los cotilleos. Nadie puede afectar a nuestra relación.
Ah, este teatro del amor. Sophie estuvo a punto de poner los ojos en blanco, pero sus manos no pudieron evitar dibujar círculos sobre la mesa. Su mente estaba llena del documento que Víctor le había dejado, como una bomba de relojería. Pero no podía ignorar a James, el hombre en el que quería confiar pero no se atrevía.
──¿Qué escondes?
Con los ojos fijos en él, lanzó la pregunta de repente, con el corazón acelerado como si estuviera corriendo una maratón.
James se quedó inmóvil un instante, pero recuperó rápidamente la compostura. Agarró la muñeca de Sophie, con una fuerza suave e innegable.
──Sé lo que estás pensando. Tienes miedo de que tenga secretos, de que esos secretos nos destruyan. Pero tienes que creer que ahora sólo existes tú para mí.
«Sólo tú». Esas tres palabras fueron tan audibles que ella casi las creyó. Pero los papeles de Víctor le saltaron a la cabeza como gritando: «¡No seas tonta, corre!».
Ella retiró la mano, intentando parecer despreocupada, y volvió la cabeza para mirar por la ventana.
──Tienes razón, no debería vivir siempre en el pasado. Pero evitar la realidad no significa que el problema desaparezca.
James frunció el ceño, como si ella le hubiera pinchado algo. Se inclinó un poco y sus ojos se volvieron profundos.
──Te preocupa que te traicione, ¿verdad?
Sophie no dijo nada, sólo apretó los labios. Sentía que no podía averiguar si tenía miedo del propio James, o de ese algo que se escondía detrás de él.
De repente, su teléfono móvil vibró. Bajó la vista hacia él y su rostro cambió de inmediato, como una fría pieza de hierro. Se levantó con una innegable calma en el tono:
──Hay que ocuparse de algo, hablaremos más tarde.
Antes de que Sophie pudiera reaccionar, él ya estaba de pie y listo para irse. Aquella actitud de «tú eres importante, pero yo lo soy más» era enloquecedora.
──No te preocupes, yo me ocuparé de todo.
Tras decir eso, salió directamente del bar y desapareció en la noche, dejando a Sophie allí sentada, sintiéndose como un accesorio que había sido abandonado.
Miró la mesa y golpeó la madera con los dedos. La espalda desapareció, dejando tras de sí una pérdida en su corazón que no había forma de ignorar. Sabía que aún no podía confiar plenamente en él.
La pantalla de su teléfono se iluminó un instante. Apareció el mensaje de Víctor:
«Tenemos algo de que hablar».
Cuatro palabras que la golpearon como un martillo en el corazón. Sophie se quedó mirando la pantalla del móvil, con la respiración agitada. Sentía que todo se le iba de las manos y que no podía hacer nada para evitarlo.