Secretos

Capitulo 6

Me desperté con un dolor punzante en la cabeza y la sensación de que el mundo daba vueltas cada vez que intentaba moverme.

La resaca.

Gemí, llevándome las manos a las sienes, intentando calmar ese martilleo constante. El reloj marcaba casi el mediodía; había dormido demasiado, pero aun así sentía que no era suficiente.

Me arrastré fuera de la cama, pisando el suelo frío mientras me dirigía al baño. El reflejo en el espejo me devolvió una versión agotada y desaliñada de mí misma. Suspiré y abrí el grifo, dejando que el agua helada me despejara un poco.

Luego de un par de minutos, me até el cabello en un moño desastroso y bajé las escaleras con pasos pesados, preparándome mentalmente para cualquier sermón que pudiera estar esperándome. Al llegar a la cocina, encontré a mi madre de pie, con los brazos cruzados y una expresión que podía congelar el infierno.

—Buenos días… —murmuré intentando sonar casual, aunque mi voz salió rasposa y débil.

—¿De verdad crees que son buenos? —replicó sin siquiera mirarme mientras vertía café en una taza.

Sentí un escalofrío recorrerme la espalda.

Genial, está enfadada.

Me acerqué lentamente y me serví un vaso de agua, intentando no hacer ruido.

—Tu padre salió —informó de golpe girándose para mirarme directamente. Sus ojos estaban fijos en mí, y ese silencio prolongado me hizo sentir incómoda.

Asentí, tomando un sorbo de agua.

—Oh…

—¿Eso es todo lo que tienes que decir? —preguntó alzando una ceja —.Llegaste tarde… muy tarde.

Tragué con dificultad evitando su mirada.

—Lo siento… se me pasó el tiempo.

Ella soltó una risa amarga.

—¿Se te pasó el tiempo? Maeve, llegaste a las tres de la mañana. Tres. Y no fue hasta que tu padre salió a trabajar que te dignaste a bajar de tu habitación.

Pegué la espalda al mostrador, sin saber muy bien qué decir. Había sido irresponsable, pero… la noche había sido un caos y no esperaba que se complicara de esa manera.

—¿Y bien? —insistió mi madre cruzando los brazos con más fuerza.

—No volverá a pasar… —murmuré, aunque ni yo me lo creía del todo.

—Eso espero —sentenció ella, y el tono de su voz dejó claro que no estaba dispuesta a negociar —.Porque la próxima vez, no solo tendrás que enfrentarte a mí… tendrás que enfrentarte a tu padre.

Supe en ese momento que la conversación había terminado. Mi madre tomó su taza y salió de la cocina sin mirar atrás.

Suspiré llevándome las manos al rostro. Las cosas se estaban complicando… y aún no sabía exactamente por qué.

Después de la tensa conversación, necesitaba despejarme un poco. Me cambié de ropa, poniéndome algo más cómodo, y salí al jardín trasero. El sol brillaba con intensidad, y el aire fresco me ayudó a aliviar un poco el dolor de cabeza.

—¡Kan! —llamé, y de inmediato mi perro salió corriendo desde su casita, moviendo la cola con entusiasmo. Era un labrador negro, siempre lleno de energía y con una capacidad infinita para hacerme sonreír.

—¿Listo para jugar? —le pregunté agachándome para acariciarle la cabeza.

Él ladró, como si entendiera perfectamente, y corrí al pequeño cobertizo para sacar su pelota favorita.

Pasamos un buen rato lanzando y atrapando la pelota. Kan corría con tal velocidad que apenas lograba seguirle el ritmo. Mientras él buscaba la pelota entre unos arbustos, escuché la puerta trasera abrirse. Mi madre salió con un cuaderno en la mano y una expresión un poco más relajada.

—Maeve —llamó acercándose a mí —.Necesito un favor.

Me acerqué, algo sorprendida por el cambio en su actitud.

—¿Qué pasa?

—Esta tarde necesito que vayas a recibir a unos clientes a la casa de la calle Maple. La que está en venta —me explicó hojeando su cuaderno —.Se suponía que yo debía estar allí, pero tengo una reunión que no puedo cancelar.

Me quedé en silencio por un segundo. No era la primera vez que me pedía algo así, pero siempre intentaba evitarlo. Las reuniones con clientes eran aburridas, y yo nunca sabía qué decirles.

—¿No puede ir papá? —intenté.

Ella negó con la cabeza.

—Tu padre estará ocupado todo el día, y yo no puedo deshacerme de esta reunión. No será complicado, solo tienes que recibirlos, mostrarles la casa y responder las preguntas básicas.

Suspiré mirando a Kan, que me devolvió la mirada con la pelota en la boca, como si estuviera disfrutando del momento.

—Está bien… ¿a qué hora tengo que estar allí?

—A las cinco. Ellos llegarán puntual —me sonrió como si ya hubiera asumido mi respuesta —.Gracias cariño. Te dejo la dirección y las llaves en la mesa del recibidor.

La vi regresar a la casa, y me quedé allí un rato más lanzándole la pelota a Kan, pensando en lo aburrida que sería esa tarde.

—Bueno amigo, parece que hoy seré agente inmobiliaria —le dije a Kan que solo me miró con la cabeza ladeada.

﹌﹌﹌﹌﹌﹌﹌﹌﹌﹌﹌﹌﹌﹌﹌﹌﹌﹌﹌﹌

Llegué a la casa de la calle Maple un poco antes de las cinco. Era una construcción moderna, de grandes ventanales y jardín impecable, justo como mi madre describió. Aparqué el coche en la entrada y bajé, tomando aire profundamente para prepararme.

—Solo es una visita, Maeve. No es gran cosa —me repetí tratando de calmarme.

En cuanto me acerqué a la puerta, vi a una pareja esperando. Sus rasgos eran inconfundibles: ambos de cabello rubio, piel pálida y una postura recta y elegante. Ella llevaba un abrigo de piel que parecía carísimo, y él un traje oscuro perfectamente ajustado. Me miraron con cierta expectativa, y al instante supe que no hablaban una palabra de inglés.

—Hello, welcome —dije intentando sonar profesional.

Me miraron, entre confundidos y un poco divertidos. El hombre dijo algo en ruso, y la mujer asintió. Claramente, no entendieron nada de lo que dije. Tragué saliva pensando en cómo demonios iba a mostrarles la casa si ni siquiera podíamos comunicarnos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.