Secretos

Capítulo 10

El rugido del motor era lo único que se escuchaba mientras avanzábamos a toda velocidad por la carretera desierta. Las luces parpadeaban en un destello borroso y, por un momento, me pregunté si realmente había tomado una buena decisión al subir al auto de Jack.

—¿A dónde demonios me llevas? —pregunté aferrándome al asiento cuando el auto tomó una curva cerrada sin frenar.

Jack no respondió. Sus manos firmes en el volante, la mandíbula apretada y esa mirada fija en la carretera me decían que estaba concentrado... o preocupado.

—Jack... —insistí esta vez con un poco más de desesperación en la voz —.¿Qué está pasando?

Él soltó un suspiro pesado y finalmente me miró.

—Parece que tenemos compañía —dijo señalando el retrovisor.

Me giré y vi las luces de dos autos negros acercándose a gran velocidad. El pánico se instaló en mi pecho.

—¿Quiénes son?

—Viejos amigos... —respondió con un tono irónico —.Y parece que quieren jugar.

—¡¿Jugar?! —exclamé con el corazón latiéndome a mil por hora.

Jack pisó el acelerador y el auto respondió con un bramido salvaje. Las luces de los autos detrás de nosotros parecían intensificarse.

—¡Jack, esto no es una película! —grité aferrándome al asiento.

Él me miró y soltó una sonrisa torcida.

—Para ellos sí lo es.

Las luces se acercaron aún más, y de repente escuché un estruendo. Un disparo.

—¡¿Eso fue un arma?! —grité, mis manos temblaban mientras me aferraba al cinturón de seguridad.

—Bienvenida al juego princesa —respondió Jack mientras giraba el volante con fuerza, desviándose hacia un camino de tierra. El auto saltó y se sacudió, levantando polvo tras de nosotros.

—¡¿Qué demonios está pasando?! —le grité mirando hacia atrás, donde los autos continuaban siguiéndonos sin intención de detenerse.

Jack giró bruscamente, haciendo que el auto derrapara. Mis manos se aferraron al asiento y sentí el corazón en la garganta.

—Nos están cazando Maeve... —dijo con esa voz tranquila que me volvía loca —.Y te diré algo: no pienso dejar que nos atrapen.

—¡¿Cazando?! —repetí incrédula.

—Es lo que hacen. Pero tranquila, yo soy el mejor en esto.

Antes de que pudiera procesar sus palabras, uno de los autos se emparejó a nuestro lado. Pude ver a un hombre con gafas oscuras apuntándonos con algo en la mano.

—¡Agáchate! —gritó Jack empujándome hacia abajo. Un segundo después, el vidrio estalló en mil pedazos, esparciendo fragmentos por todo el auto.

—¡Dios mío! —grité cubriéndome la cabeza.

Jack no dudó, giró el volante con fuerza y embistió al auto, haciéndolo derrapar y perder el control. Aprovechó el momento para acelerar y alejarse.

—¿Quiénes son esos tipos? —le pregunté en un susurro tembloroso.

Jack me miró con una mezcla de diversión y peligro en los ojos.

—Los amigos de tus amigos.

En un abrir y cerrar de ojos, el auto de Jack se sacudió bruscamente. Un segundo impacto en la parte trasera nos lanzó hacia adelante; los cinturones de seguridad fueron lo único que nos mantuvo en nuestros asientos.

—¡Maldición! —gruñó mientras giraba el volante para retomar el control.

—¡¿Me puedes decir de una maldita vez que esta pasando?! —grité, y mi voz temblaba de puro pánico.

Jack no respondió, sus manos seguian firmes en el volante y su mandíbula estaba apretada. Los autos negros que nos seguían se acercaban cada vez más. Estaban jugando con nosotros, encerrándonos como si supieran exactamente hacia dónde íbamos.

—No me digas que esto es normal para ti —dije aferrándome al asiento.

Jack me miró de reojo y sonrió.

—Sí lo es.

Antes de que pudiera cuestionarlo, el camino se estrechó y dos camionetas negras bloquearon nuestro paso. Jack frenó en seco, haciendo que los neumáticos chirriaran y el auto derrapara en un giro violento.

—¡Sal del auto! —me gritó desabrochando su cinturón y empujando su puerta.

—¿Qué? ¡¿Estás loco?!

—¡Sal del maldito auto Maeve! —insistió con voz grave y autoritaria.

No tuve tiempo de discutir. Abrí la puerta y antes de que pudiera correr, un grupo de hombres vestidos de negro se acercó rápidamente. Uno de ellos me tomó del brazo, y en un movimiento ágil me inmovilizó.

—¡Suéltame! —grité forcejeando.

Jack también estaba siendo sometido, pero no sin antes soltar un par de golpes. Lo vi derribar a uno, pero enseguida otro apareció y le aplicó una llave en el brazo.

—¡Jack! —grité, pero mi voz se perdió en el eco de la carretera desierta.

—Tranquila preciosa... —dijo uno de los hombres acercándose a mí.

Sentí un escalofrío recorrerme de pies a cabeza. Mi corazón latía con fuerza mientras me arrastraban hacia una de las camionetas. Miré a Jack, que me devolvió la mirada con una mezcla de furia y preocupación.

—Voy a sacarte de esta, te lo prometo —gritó antes de que la puerta se cerrara y el rugido del motor lo dejara atrás.

El camino se volvió un borrón, y lo único que podía escuchar era el latir de mi corazón y el sonido de las ruedas contra el asfalto.

Mi mente no dejaba de preguntarse quiénes eran esas personas y qué querían con nosotros. Al final, la camioneta se detuvo con un frenazo brusco.

La puerta se abrió de golpe. Un hombre alto y corpulento me tomó del brazo, obligándome a bajar. Observé a mi alrededor: un edificio abandonado, con ventanas rotas y grafitis en las paredes. Era evidente que nadie venía aquí por voluntad propia.

—Vamos muévete —dijo empujándome hacia el interior.

—¿Dónde está Jack? —exigí intentando soltarme.

—Ya lo verás —respondió con una sonrisa siniestra.

Me llevaron por un pasillo oscuro, el eco de nuestros pasos resonando contra las paredes de concreto. Las luces parpadeaban, y el aire olía a humedad y óxido. Finalmente, nos detuvimos frente a una puerta metálica. El hombre la abrió y me empujó hacia dentro.

Jack estaba allí, sentado en una silla y con un corte en la ceja. Aun así, sonrió al verme.




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