Secretos de Oficina: El jefe que me Desea

Jugar con Fuego

El silencio entre ellos era palpable, solo roto por el suave tintineo de las copas al rozar la mesa. Valeria sintió el peso de la mirada de Daniel, intensa, cargada de promesas veladas. Había algo en su manera de observarla, de inclinarse hacia ella, que la hacía sentir como si el suelo bajo sus pies hubiera desaparecido.

La chispa de peligro en el aire crecía con cada segundo que pasaba.

Valeria respiró hondo, tratando de mantener la calma, pero su corazón latía con fuerza, acelerado por una mezcla de curiosidad y temor. Sabía que estaba jugando con fuego, que estaba cruzando un límite que jamás había imaginado cruzar, pero… ¿cómo podía detenerse ahora? Todo en él la empujaba hacia lo inevitable, hacia una verdad que aún no se atrevía a admitir.

—¿Juego? —repitió ella con una pequeña sonrisa nerviosa, intentando desviar la tensión. Pero sabía que esa palabra tenía un significado mucho más profundo en ese instante—. ¿Qué tipo de juego, Daniel?

Él inclinó la cabeza, sus ojos brillando bajo la tenue luz del restaurante, y durante un segundo, el silencio se volvió más denso, como si el mundo entero se hubiera detenido, expectante.

—El tipo de juego donde ambos sabemos exactamente lo que está en juego —respondió él en un tono bajo, casi un susurro, pero lleno de convicción.

El corazón de Valeria se aceleró aún más, mientras las palabras de Daniel reverberaban en su mente. Había un peligro latente en su tono, en esa mirada que no le daba tregua. La intensidad con la que la observaba, como si fuera una presa a punto de ser devorada, la hacía estremecerse. Algo en ella quería dar un paso atrás, recuperar el control, pero otro lado —uno más oscuro, más profundo— la impulsaba a seguir, a no detenerse.

—¿Y qué pasa si no quiero jugar? —Valeria alzó la barbilla, intentando mostrar una valentía que no sentía del todo. Pero su voz temblaba levemente, delatando la lucha interna que estaba librando.

Daniel sonrió, esa sonrisa de lobo que ya conocía demasiado bien.

—Entonces perderás —dijo él, como si fuera lo más natural del mundo—. Y yo no estoy dispuesto a dejarte ir tan fácilmente, Valeria.

Las palabras cayeron sobre ella como una sentencia. Su cuerpo entero respondió con un temblor sutil que intentó ocultar, pero que sabía que Daniel había notado. Estaba atrapada, y la sensación de esa trampa era tan adictiva como aterradora.

—¿Y si ya estoy perdida? —preguntó ella, más para sí misma que para él. Sus palabras parecían flotar en el aire, casi como si hubieran salido sin su permiso.

Daniel entrecerró los ojos, acercándose aún más, hasta que su rostro estuvo a solo centímetros del de ella. Podía sentir su respiración en su piel, el calor de su cuerpo tan cerca que apenas podía concentrarse en otra cosa. Él tomó su mano con una delicadeza que contrastaba con la intensidad de su mirada.

—Entonces yo te encontraré —susurró, sus dedos acariciando suavemente los suyos.

El mundo alrededor de ellos desapareció por completo. Las luces del restaurante, las conversaciones a lo lejos, todo se desvaneció en un segundo. Solo estaban ellos dos, inmersos en una tensión electrizante que parecía crecer con cada latido de su corazón. Y en ese momento, Valeria comprendió que ya no había marcha atrás.

Las palabras de Daniel la atravesaron, cargadas de una promesa que no era solo un juego de seducción. Era más profundo, más oscuro. Sabía que este hombre no era como los demás. Con él, todo lo que conocía estaba a punto de cambiar, de desmoronarse, y aunque el miedo la llenaba, no podía negar la emoción que corría por sus venas.

Las copas fueron retiradas, el sonido del vidrio al chocar con la porcelana se mezcló con el murmullo lejano del restaurante. Daniel, sin soltar su mano, se inclinó hacia adelante, dejando escapar un suspiro apenas audible.

—Valeria… —su voz era un susurro, pero contenía una gravedad que la hizo estremecer—, no quiero que te confundas. Lo que sea que está pasando aquí, entre nosotros, no es algo de lo que puedas escapar fácilmente. Yo no juego para perder.

Su mano, aún sobre la de ella, apretó ligeramente, lo justo para que ella sintiera el poder detrás de sus palabras.

—¿Y qué pasa si yo sí? —preguntó ella, su voz apenas un hilo, tratando de mantener algo de control en una situación que claramente la estaba superando.

—Entonces te aseguro que perderás mucho más de lo que crees. —Su tono se volvió más bajo, más peligroso—. Pero eso no es lo que quiero.

El corazón de Valeria latía desbocado. No sabía si estaba lista para lo que él estaba insinuando, pero el magnetismo entre ellos era innegable. Y, por primera vez en mucho tiempo, Valeria sintió que estaba al borde de un precipicio, uno del que no quería retroceder.

Daniel se inclinó hacia adelante, su rostro peligrosamente cerca del de ella. Sus labios casi rozaban los de Valeria cuando habló por última vez esa noche.

—Solo tienes que decidir si estás dispuesta a arriesgarlo todo.

Y en ese instante, Valeria supo que la verdadera pregunta no era si estaba dispuesta a arriesgarse. La verdadera pregunta era si podría detenerse antes de caer por completo. Pero ya era demasiado tarde.

Valeria sentía cómo la tensión en su pecho crecía, un nudo que se apretaba cada vez más fuerte mientras la cercanía de Daniel la envolvía por completo. Su mente gritaba que debía detenerse, que lo que estaba ocurriendo era peligroso y que, una vez que cruzara esa línea, no habría vuelta atrás. Pero su corazón latía al compás de una melodía distinta: un deseo incontrolable, una necesidad que nunca había sentido con esa intensidad.

El sonido de su respiración, entrecortada, llenaba el espacio entre ambos. Daniel mantenía sus ojos fijos en ella, y Valeria podía ver las sombras que danzaban en sus pupilas, esa mezcla de deseo y algo más oscuro que no lograba descifrar del todo. Era como si hubiera algo en él que no quería mostrar, pero que, al mismo tiempo, estaba deseando que ella descubriera.




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