gran desafío personal. Daniel había desnudado su alma, de una manera que no esperaba. Ella, Valeria, se encontraba atrapada en un laberinto de sensaciones contradictorias. Sabía que estaba jugando con fuego, pero algo dentro de ella deseaba ver hasta dónde podía llegar antes de que todo se desmoronara.
La tensión entre ellos era como una cuerda tensada al máximo, esperando el más mínimo movimiento para romperse. Ella miró a Daniel, tratando de encontrar una respuesta en sus ojos, pero todo lo que vio fue determinación y algo más, algo profundo que no lograba entender. Él la observaba como si estuviera viendo mucho más allá de lo que era visible, como si cada movimiento suyo fuera parte de un plan maestro que aún no comprendía por completo.
—No te confundas —dijo él, su tono suave pero firme—. Este no es solo un juego para mí, Valeria. Y si decides seguir, no habrá vuelta atrás.
Las palabras de Daniel sonaron como un eco lejano, retumbando en su mente mientras su corazón luchaba por encontrar un ritmo que no fuera tan acelerado. La atmósfera entre ellos era tan densa que parecía que el aire mismo se había vuelto más espeso, cada palabra, cada mirada, cargada de significado.
Valeria se incorporó ligeramente en su asiento, mirándolo fijamente. Algo dentro de ella sentía la necesidad de responder, de afirmar su propia fuerza, su independencia, pero la verdad era que su cuerpo ya había tomado una decisión. Sus labios, aún sensibles del beso, temblaban con la respuesta que no quería dar.
—No sé qué quiero, Daniel. —Finalmente, sus palabras salieron con una mezcla de vulnerabilidad y desafío—. Pero sé que esto, entre nosotros, ya está fuera de mi control.
La sonrisa en los labios de Daniel se ensanchó, pero no era una sonrisa de triunfo, sino una de satisfacción profunda, como si estuviera leyendo un libro en el que ya conocía el final.
—Eso es lo que me gusta de ti, Valeria. Siempre tan honesta, incluso cuando no entiendes lo que está sucediendo.
El silencio volvió a caer entre ellos, pero esta vez no fue incómodo. Era un silencio lleno de promesas no dichas, de caminos inciertos y de una atracción magnética que los mantenía unidos, aunque ninguno de los dos estuviera dispuesto a admitirlo abiertamente.
Valeria, sin poder evitarlo, se dejó llevar por la sensación de que este encuentro, este momento, cambiaría todo lo que conocía. Sin embargo, una parte de ella aún se aferraba al control, a la razón que la había mantenido firme hasta ahora. Pero, al mirarlo de nuevo, al ver la intensidad en sus ojos, supo que había cruzado un umbral del que no habría vuelta atrás.
—Dime lo que quieres de mí, Daniel. Porque no estoy segura de lo que puedo ofrecerte. —La voz de Valeria salió temblorosa, pero con una firmeza que sorprendió incluso a ella misma.
Daniel no respondió de inmediato. En lugar de eso, sus ojos recorrieron su rostro, como si estuviera memorizando cada detalle, como si intentara descubrir algo que ya sabía pero necesitaba confirmar. Finalmente, se inclinó hacia ella, su rostro cerca del suyo, su respiración cálida y profunda.
—Lo que quiero, Valeria, no es algo que puedas ofrecerme en una palabra o en un beso. —Sus ojos destellaron con una mezcla de deseo y algo más oscuro—. Lo que quiero es todo. Y sé que, tarde o temprano, tú también lo querrás.
Esas palabras quedaron flotando en el aire, un desafío, una promesa, una advertencia. Y Valeria, atrapada en ese hechizo, sintió cómo su corazón palpitaba más rápido, cómo la tensión se apoderaba de cada fibra de su ser. Sabía que la única manera de salir de ese círculo era seguir adelante, y aunque el miedo la dominaba, la emoción de lo desconocido era más fuerte.
Pero una cosa estaba clara: algo en ella había cambiado para siempre. Y mientras sus ojos se encontraban con los de Daniel, Valeria entendió que el precio de ese cambio sería más alto de lo que jamás imaginó.
El juego había comenzado, y ya no había marcha atrás.
—Daniel, tengo que irme —dijo, con un tono que no admitía discusión, y se levanto con mirada fija.
Él la observó en silencio por un momento, como si analizara cada palabra que ella había dicho, como si quisiera que todo fuera diferente. Finalmente, dio un paso hacia ella, el espacio entre ellos se redujo, y con una sonrisa que no llegaba a sus ojos, le ofreció una solución.
—Está bien, llamaré un taxi para ti —dijo, casi como un susurro. Pero su voz sonaba tensa, como si cada palabra le costara más que la anterior. Luego, hizo una pausa, evaluando la posibilidad que aún quedaba. —A menos que quieras subirte a mi camioneta.
Valeria lo miró fijamente, sus ojos reflejaban una mezcla de ira y arrepentimiento. Sabía a lo que se refería, sabía cómo terminaría todo si decidía aceptar. No quería arriesgarse más. No podía permitir que las cosas siguieran por el mismo camino.
—No, Daniel —respondió con voz firme, casi un susurro de despedida—. Sé cómo terminaría todo. Esto... esto nunca debió haber pasado.
La tensión en el aire parecía volverse palpable, casi irrespirable. Daniel intentó leer sus ojos, pero solo encontró determinación, una determinación que lo hacía sentir impotente.
—Tomaré el taxi —dijo ella, su tono más suave, aunque su mirada seguía siendo decidida. —Gracias, pero me tengo que ir.
Con un último suspiro, Valeria giró sobre sus talones y se dirigió hacia la puerta. Daniel la observó alejarse, sintiendo cómo la distancia entre ellos se hacía más grande con cada paso que ella daba. En ese momento, ya no quedaba nada que decir.
Valeria cerró la puerta del taxi con un leve golpe, intentando mantener la compostura mientras el motor del coche rugía al arrancar. La ciudad parecía interminable, las luces de los edificios brillaban con una frialdad que no la alcanzaba, mientras ella miraba por la ventana, perdida en sus pensamientos. Todo estaba demasiado callado, como si algo en el aire estuviera a punto de estallar.
#2191 en Novela romántica
#755 en Chick lit
mafia rusa, amor venganza deseo, romance de oficina jefe empleada
Editado: 24.12.2024