El hombre permaneció allí, observando el bullicio del hospital, cuando algo le llamó la atención. La cartera de Valeria, que ella había dejado olvidada en el asiento del coche, descansaba en el asiento del pasajero. Sus dedos, temblorosos por la tensión, se acercaron hacia ella. No sabía por qué, pero algo en él lo empujaba a investigar, a averiguar algo más.
Reviso el documento de único de Valeria, luego Sacó el celular de la cartera, sus ojos rápidamente cayeron sobre la pantalla. Un nombre apareció: Daniel. Sin pensarlo, el teléfono comenzó a sonar con insistencia. El hombre lo miró por un instante, algo en su interior le dijo que debía responder. Un nudo en la garganta se formó, y, finalmente, aceptó la llamada, sin saber exactamente qué diría.
—Hola —respondió, con la voz grave y algo áspera por el miedo que aún no se disipaba.
Desde el otro lado, una voz masculina sonó, llena de preocupación.
—¿Valeria? ¿Con quién estas? —La voz de Daniel temblaba—. Quería saber si habías llegado bien a casa, te dejé varios mensajes y no me respondiste. ¿Todo bien?
El hombre sintió un golpe en el pecho. Sabía que no podía seguir con la mentira, pero también sentía una responsabilidad que no había pedido, algo que lo vinculaba inexplicablemente con ella. Su mente corrió al instante, buscando las palabras correctas, y sus dedos apretaron el celular.
—Hola —dijo finalmente, con una calma inquietante—. No, ella no ha llegado a casa. Su amiga está en el hospital, en este momento.
Daniel, del otro lado de la línea, dejó escapar un suspiro de alivio, pero la preocupación no se desvaneció.
—¿En qué hospital? —preguntó rápidamente—. ¿Qué le pasó?
El hombre miró hacia la entrada del hospital, donde una enfermera lo observaba desde la puerta, y luego regresó la mirada al teléfono. No sabía si debía dar demasiados detalles, si debía dejar que Daniel viniera o si, en algún momento, debía desvincularse por completo de esta situación.
—Hospital Santa Lucia Ha tenido un incidente. No es muy grave, pero está en urgencias. El personal médico está atendiendo sus heridas. Ella… ella estaba sangrando y sufrió una especie de convulsión. La trajeron de inmediato —respondió el hombre, el estrés acumulado por el miedo aún vibrando en su voz—. Está en el hospital cercano, aquí en el centro.
Un silencio incómodo se coló en la conversación mientras Daniel procesaba la información.
—Gracias —dijo Daniel, y luego, con voz más firme—: Estaré allí lo antes posible.
El hombre, aún sosteniendo el teléfono, miró hacia la puerta por donde acababan de ingresar a Valeria. El sonido de la llamada resonaba en sus oídos, y una extraña sensación de inquietud lo envolvía. Algo dentro de él le decía que había cruzado una línea. Ya no podía dar marcha atrás. Ahora Valeria, Daniel, y este caos en el que se había visto envuelto de alguna manera, parecían entrelazarse en su vida de manera irreversible.
—Te esperaré aquí —respondió finalmente, sintiendo la presión del momento.
El hombre colgó la llamada, guardando el teléfono nuevamente en la cartera de Valeria, aunque algo en su interior le decía que no debía involucrarse más de lo necesario. Sin embargo, al mirarla nuevamente, la preocupación por su bienestar lo detenía. La joven estaba en manos de los médicos, pero la imagen de su rostro pálido y su respiración irregular aún persistía en su mente. Cada vez que cerraba los ojos, podía escuchar su respiración entrecortada, su angustia visible al perder el conocimiento.
El hospital estaba lleno de actividad, pero en su mundo, solo existía el caos de lo sucedido esa noche. Valeria había estado tan cerca de caer de nuevo, tan cerca de perderse. Un sentimiento oscuro y cálido lo invadió por dentro: lo que había comenzado como una mera coincidencia, se transformaba en algo más grande, algo que ya no podría ignorar.
De repente, las puertas de urgencias se abrieron, y el hombre salió corriendo y miro con atención al médico que se acercó a él, interrumpiendo sus pensamientos. El hombre levantó la mirada, su cuerpo tensándose.
—¿Es usted el que trajo a la joven? —preguntó el médico, su voz seria pero profesional.
—Sí —respondió, dándose cuenta de que su voz sonaba más tensa de lo que hubiera querido. No sabía cómo manejar esa situación.
El médico asintió, mirando sus notas en una pequeña tableta.
—Está en observación ahora. Las heridas no son tan graves como parecían al principio, pero ha sufrido una contusión en la cabeza. La convulsión podría ser consecuencia del trauma, pero necesitamos hacer más pruebas para asegurarnos de su estado —explicó el médico, con tono firme y claro.
El hombre asintió, un suspiro escapando de sus labios, liberando algo de la tensión que sentía acumulada. Por un momento, pensó que la peor parte había pasado, que ella estaría bien.
—¿Cuándo podrá despertar? —preguntó, casi sin pensarlo. El médico lo miró, dándole una mirada reconociendo la preocupación en sus ojos.
—No podemos asegurar nada, pero estará en observación por unas horas. El daño cerebral parece mínimo, pero lo más importante es que se recupere del shock. De momento, todo lo que podemos hacer es esperar. Le sugiero que se quede en la sala de espera —dijo el médico antes de irse.
El hombre no se movió. El nombre de Valeria resonaba en su mente. Ella había estado tan cerca de caer en algo mucho peor. Sus pasos fueron automáticos cuando entró en la sala de espera, donde la gente venía y se iba, distraída en sus propios pensamientos. Sin embargo, él no podía apartar su mente de la joven.
No entendía por qué se sentía así, por qué un sentimiento tan visceral lo invadía. Algo en él había cambiado. Y no sabía si estaba listo para enfrentarse a lo que venía.
Las puertas de emergencias volvieron a abrirse y un momento después, un enfermero apareció con una nueva actualización.
—¿La señora Valeria Sánchez? —preguntó el enfermero, buscando a alguien que lo recibiera.
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Editado: 24.12.2024