Secretos de Oficina: El jefe que me Desea

Promesa Inquebrantable

Daniel permaneció sentado junto a la cama de Valeria, su mano aún aferrada a la de ella, como si al soltarla pudiera perderla de nuevo. Los segundos parecían alargarse en ese silencio hospitalario, solo roto por el pitido constante del monitor que marcaba los latidos de su corazón. Valeria se veía frágil, su rostro aún marcado por los golpes, la piel pálida bajo las luces fluorescentes. Daniel la miraba con una mezcla de dolor y culpa.

—Valeria… —susurró, acercándose un poco más, casi inclinándose sobre ella. Los cabellos oscuros de Valeria caían desordenados sobre la almohada, pero aun así, a pesar de los moretones y las heridas, seguía viéndose increíblemente hermosa para él. El dolor en su pecho crecía con cada segundo que pasaba contemplando su fragilidad.

De pronto, Valeria soltó un leve gemido, sus dedos moviéndose apenas dentro del agarre de Daniel. Él se tensó, acercándose más, esperando ver sus ojos abrirse. Pero no. Solo se agitó levemente, como si en su inconsciencia aún estuviera reviviendo lo ocurrido, luchando en su propio tormento.

—Tranquila… estoy aquí. —Daniel intentó consolarla, sus dedos acariciando suavemente los nudillos de Valeria, aunque él mismo sentía el remolino de emociones amenazando con desbordarse dentro de él.

Y entonces, como un eco molesto, su mente volvió a esa escena de antes. Aquel hombre. ¿Quién era realmente? ¿Cómo se había atrevido a tomar la mano de Valeria con tanta familiaridad? Daniel podía sentir los celos recorriéndole las venas. El pensamiento de alguien más cuidando de ella de esa forma le provocaba una furia difícil de contener, una sensación de impotencia que no estaba acostumbrado a sentir.

Se enderezó en la silla, lanzando una rápida mirada hacia la puerta. Sabía que el hombre ya no estaba, pero el resentimiento no desaparecía.

¿Cómo permití que todo llegara a esto? La culpa lo golpeó con fuerza. No había estado allí cuando más lo necesitaba. Y la idea de que otro la hubiera encontrado primero le resultaba insoportable.

De repente, Valeria se agitó de nuevo, esta vez más violentamente, sus labios moviéndose en un murmullo que Daniel no logró entender. Su respiración se aceleró, y Daniel sintió que su corazón daba un vuelco.

—Valeria —llamó con suavidad, inclinándose un poco más, su mano apretando la de ella con más firmeza—. Tranquila, todo está bien. Estoy aquí. No tienes que preocuparte.

Sus palabras parecían calmarla, y poco a poco, la respiración de Valeria se normalizó, aunque su rostro seguía tenso, como si su subconsciente todavía estuviera atrapado en el miedo.

Daniel suspiró profundamente, cansado, sin soltarla. No podía imaginar lo que había pasado, pero una cosa estaba clara: ya no la dejaría sola. No mientras tuviera fuerzas para protegerla.

—Prometo que nunca más permitiré que algo te pase, Valeria —murmuró, casi para sí mismo, inclinándose para besar su frente con suavidad—. Nunca más.

En ese instante, la puerta se abrió de nuevo, y una enfermera entró a revisar los signos vitales de Valeria. Daniel se apartó un poco, observando cómo la profesional hacía su trabajo. Pero ni por un segundo dejó de pensar en lo que haría a partir de ese momento.

Cuando la enfermera salió de la habitación, Daniel se inclinó hacia Valeria nuevamente, sin poder evitar acariciar su rostro con la yema de sus dedos. No más dolor, no más miedo, se prometió. Él estaba aquí ahora. Y no importaba lo que ocurriera, protegería a Valeria a cualquier precio.

Ya no podía permitir que alguien más lo hiciera.

Daniel no se apartó de Valeria, su mirada fija en cada pequeño movimiento que hacía, como si temiera que en cualquier momento ella pudiera desaparecer de nuevo, llevada por las sombras de su pasado. El tenue sonido del monitor cardiaco y su respiración tranquila llenaban la habitación. Todo parecía en calma, pero dentro de Daniel, la tormenta de emociones seguía rugiendo.

El recuerdo del hombre que había encontrado a Valeria no dejaba de atormentarlo. ¿Por qué estaba con ella? ¿Qué tan cerca la había sostenido? La forma en que había tomado su mano, como si tuviera el derecho de protegerla… Un fuego ardió en el pecho de Daniel. No podía evitarlo. Estaba celoso, rabioso, incluso consigo mismo por no haber estado allí antes, por haberla dejado sola en ese maldito taxi.

Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando Valeria gimió suavemente, girando la cabeza sobre la almohada. Daniel se inclinó hacia ella, su corazón acelerado ante la posibilidad de que despertara.

—Valeria —susurró, casi rogando.

Sus ojos se abrieron lentamente, parpadeando como si intentara enfocar el entorno. Al principio, parecía perdida, desorientada. Su respiración se volvió entrecortada y Daniel pudo ver el miedo en sus ojos al recordar lo que había pasado.

—Tranquila, estás a salvo —dijo con voz baja pero firme, intentando calmarla antes de que el pánico se apoderara de ella—. Estoy aquí, no te va a pasar nada más.

Valeria lo miró, y durante un breve instante, algo en su mirada suavizó el dolor y el miedo. Sin embargo, en cuanto intentó moverse, una mueca de dolor cruzó su rostro y su cuerpo se tensó. Daniel se levantó rápidamente, con el corazón en la garganta.

—No te esfuerces. Tienes que descansar —le pidió, con una voz que traicionaba su preocupación.

Ella intentó decir algo, pero las palabras no salían. Daniel se inclinó más, tomando suavemente su mano, la misma mano que el otro hombre había tocado, pero esta vez, era él quien estaba ahí, y eso le daba una extraña sensación de control.

—Estoy aquí —repitió, intentando aliviar la tensión—. No tienes que hablar. Lo resolveremos todo cuando te sientas mejor.

Valeria asintió débilmente, su cuerpo parecía ceder al agotamiento otra vez, pero justo antes de cerrar los ojos, su mirada se posó en él, y susurró algo que lo dejó helado.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó con la voz apenas audible, casi rota.




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