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LAS PRIMERAS CLASES
Sobre lo terrible que fue mi primer día
A la mañana siguiente, mi faena con la cama volvió a repetirse. A las 6 en punto, la cama me expulsó de mi colchón y me estrellé contra la pared. Después me dirigí a darme una ducha para despertar y luego a desayunar. Fransuá preparó un omelette para mi familia y para Junior, que había pasado las primeras horas de la mañana pelándose las cáscaras de plástico quemado del cuerpo y probándose un traje que mi padre le había mandado hacer. Cuando los vi, no podía creerlo. ¡Ambos estaban incluso peinados igual!
–¿No crees que estás llevando esto demasiado lejos, papá?– preguntó Alex, sin dejar de mirar con horror al extraño viejo.
–¡Tonterías, Alex!– exclamaron los dos al unísono, y todos, incluido Fransuá, les miramos con asombro. Me apresuré a desayunar para salir corriendo a la escuela.
Al salir, me encontré con Yob que estaba pastando sobre un montículo de grava e intenté pasar sin que me notara pero fue imposible. Al verme, empezó a arrastrarse para seguirme, y llegó conmigo hasta la salida.
–Quédate aquí hasta que regrese– le indiqué, abriendo la puerta de la reja para salir –Y no te comas las paredes. Cuando regrese te llevaré a las minas para que comas algunos escombros.
Pero no me hizo caso. En cuanto salí por la puerta, se arrastró rápidamente hacia ella y me impidió cerrarla, mientras su alargado cuerpo reptaba hacia el exterior.
–¡Tonto!– exclamé –¡Si te come un dinosaurio, será tu culpa!
Intenté empujarlo de regreso al interior del terreno pero pesaba demasiado. Yob jadeaba como un perro mientras miraba mis vanos esfuerzos de hacerlo regresar.
Cuando me rendí, me puse a caminar en dirección a la escuela, pues se hacía tarde y no podía llegar tarde a mi primera clase de Jimstine. Escuché el sonido del gusano gigante arrastrándose detrás de mí y apreté el paso, esperando que no fuera capaz de seguirme.
Sin embargo, Yob se movía extremadamente rápido. Entre más aumentaba mi velocidad, él se arrastraba y me seguía el paso con la misma facilidad.
Entonces corrí para perderlo de vista, pero en eso me salió al paso un monstruoso lagarto gigante, y quedé paralizado de terror mientras relamía su enorme hocico, con intención de devorarme. Grité mientras le bestia abría sus fauces, pero antes de que me alcanzara, detrás de mí escuché un ensordecedor gruñido y el dimetrodón se dio la vuelta para escapar.
Me di la vuelta y observé a Yob, que había gruñido para asustar al reptil. Esa criatura me tenía cada vez más atónito.
–Te lo agradezco– le dije, acariciando la separación entre un ojo y el otro –pero aún así, creo debes regresar. Aún falta la mitad del camino y si te quedas aquí, los dinosaurios pueden juntarse en grupo y atacarte. Además, ya se está haciendo tarde y...
Como si por primera vez hubiera entendido mis palabras, Yob se irguió, alcanzando una altura de al menos dos metros y abrió su boca tan grande como el largo de un automóvil. Antes de que pudiera reaccionar, el gusano extraterrestre me apresó en su boca y ahí me dejó mientras comenzaba a arrastrase a gran velocidad.
No supe cuántos minutos pasaron en el interior de esa criatura, hasta que sentí su gelatinoso cuerpo tembló y súbitamente fui expulsado de él y caí cubierto de fluidos al piso. ¡El piso de la escuela Jimstine!
–Gracias– dije, aún escurriendo baba –pero si tengo que elegir entre viajar contigo o con Junior, creo que ya sé cuál elegir.
En eso alguien tocó mi espalda de forma delicada. Volteé y vi a un hombre alto y musculoso que llevaba una gorra negra. Se trataba del prefecto Hog Coffin, quien me miraba con muy mala cara.
–Te diré lo que le dije a los demás. Las mascotas están prohibidas. Ve y deja a tu… animal en la entrada.
Caminé hacia el puente levadizo, ignorando los estudiantes en paracaídas que llegaban por medio de catapultas, otros volando con pequeños gorros con hélices, y otros más afortunados que llegaban en vehículos. Unos más llegaban en patinetas, ya fueran normales o voladoras, y las dejaban en un mueble especial para depositarlas antes de entrar a la escuela. Un par de niños más llegaban en mochilas jet, aunque esto era una doble carga para ellos pues tenían que llevar en los brazos la mochila con sus útiles escolares. En el exterior del castillo había varios niños de diferentes edades tratando de despegarse de sus mascotas, algunos dinosaurios[1], perros, gatos, Jenjivixes, elefantes y un squosh[2].
–¡Vamos!– decía el pequeño dueño del squosh mientras este animal en forma de calabaza rebotaba de un lado para otro, tratando desesperadamente de seguir al niño al interior de la escuela –¡Regrésate a la casa o me meterás en problemas!
Al ver a Yob, una niña me preguntó dónde lo había comprado, pero la ignoré y me despedí de mi mascota. Yob pareció comprender que no debía seguirme, pues se quedó quieto, mirándome con profunda tristeza.
Con ese problema solucionado, regresé al interior de la escuela, cuando escuché al prefecto vociferando furioso por algo que había ocurrido.
–¡Ese condenado perro se llevó mi desayuno!– gritó, fuera de sí –¿Quién ha sido? ¡Cuando encuentre al dueño de ese perro, voy a asegurarme de que pase el primer mes castigado!