Secretos del corazón

Capítulo V - Un grave error

Aria

Hoy era el día de la fiesta, y mi brazo se aferraba al de Nicolás como si fuera mi única tabla de salvación. No quería soltarlo, el miedo me invadía. En esa misma sala estarían mi familia y mi esposo. Mis suegros, mis padres, mi hermano, mi cuñada, y amigos de las empresas.

El vestido de gala que llevaba ceñía mi cuerpo como una segunda piel, combinando perfectamente con el traje de Nicolás. Él era más alto que yo, lo que hacía que pareciera que encajábamos a la perfección. Esto serviría para alejar a Lorenzo, aunque él fuese mi esposo y socio.

—Nico… —dije en un susurro.

Él bajó la mirada hacia mí.

—Dime.

—No hablarás ni darás declaraciones a los reporteros, ¿me entiendes? No dirás una sola palabra. Si preguntan si tenemos una relación, les dirás que sí —le advertí, seria, justo antes de entrar al edificio donde sería la fiesta. Los flashes de las cámaras casi me cegaron. Aunque había pasado por esto antes, ya me había desacostumbrado a esa abrumadora atención.

Después de mi advertencia, Nicolás mantuvo silencio, sin pronunciar palabra alguna ante los reporteros.

—Señorita Valentí, ¿alguna declaración? —preguntó una periodista de cabello negro, acercándose con una sonrisa inquisitiva.

—¿Qué desean que diga? —respondí con tono serio, mi rostro impasible.

La mujer dirigió su mirada hacia Nicolás y, tras unos segundos, preguntó con cierto interés:

—¿Él es su pareja?

Asentí mientras enroscaba mi brazo en su espalda.

—Hacen bonita pareja, ambos son muy guapos. Gracias por responder —dijo ella de manera coqueta, lo que me obligó a fingir celos.

—Es obvio, mi hombre es tan guapo —dije con una sonrisa fingida antes de darme la vuelta con Nicolás, alejándonos del bullicio.

Entre la multitud, sentí la mirada penetrante de Lorenzo, quien observaba a Nicolás con una expresión asesina. Sonreí con desprecio y me dirigí a la mesa marcada con el apellido "Valentí Amato". Al sentarme, tomé mi copa de vino y revisé mi teléfono. Nicolás, fiel a su papel, continuaba comportándose como el perfecto caballero.

—Creo que esa periodista no volverá a decir "guapo" en su vida —bromeó él, haciendo referencia al comentario de la mujer.

—Eso espero —respondí, esbozando una leve sonrisa.

—Solo somos amigos, pero por ahora eres más que eso. Tienes que seguir el juego —le advertí.

De pronto, una figura imponente de al menos metro ochenta se acercó a la mesa. El familiar aroma a mi padre llenó el aire. Cuando levanté la mirada, me encontré con los fríos ojos azules de Antonio Valentí. Los nervios se apoderaron de mí, ¿qué demonios iba a decirle?

—H-hola —logré decir mientras me ponía de pie junto a Nicolás, intentando mantener la compostura.

—Hola, señorita Valentí, hasta que recuerdas que tu maldito país es Italia —dijo con sarcasmo, su voz impregnada de desprecio.

A pesar de mis sentimientos hacia él, mi padre seguía siendo un maldito hijo de puta.

—Nunca lo olvidé —respondí con firmeza, manteniendo mi tono serio.

Antes de que pudiera añadir algo más, Bratt, mi hermano, y Elena, mi madre, hicieron su aparición. Pasé una mano por mi rostro, preparándome mentalmente para enfrentar a esas personas que una vez llamé familia.

—Aria —dijo Bratt, su tono chillón traicionando su fachada de masculinidad.

—Así que la señorita ha vuelto. ¿Dónde estabas, Aria? —preguntó Elena mientras se sentaba con aire de superioridad.

—En un lugar lejos de ustedes —respondí con frialdad mientras me volvía a sentar.

—Hay más gente aquí, por si no lo recuerdan —intervino Nicolás, intentando romper la tensión.

Le dirigí una mirada afilada que lo hizo callarse al instante.

—Querida señora Valentí, si no recuerda, usted y su esposo me vendieron. Lo hicieron por dinero, pero si lo ha olvidado, yo se lo recuerdo —dije, manteniendo mi mirada firme.

Elena me miró con desprecio.

—Cuida tus palabras, Aria —me advirtió, su tono amenazante.

—No me asustas —repliqué, sin dejarme intimidar.

Antes de que pudiera seguir hablando, Sophia Corleone apareció. Su cabello oscuro brillaba bajo las luces mientras se acercaba con una sonrisa radiante.

—Aria —dijo, abrazándome con fuerza.

—Sophia —respondí, devolviéndole el abrazo.

—Estaba tan preocupada por ti. ¿Dónde has estado? —preguntó con genuina preocupación.

—No importa ahora, no preguntes —dije, intentando esquivar el tema.

Dos horas más tarde, sentía mi rostro enrojecer de la furia acumulada. Ver a mis padres y, en especial, a Elena dando un maldito discurso me sacaba de quicio.

—Los Corleone y nosotros siempre hemos tenido una buena relación, y hoy es un buen día para celebrar que mi hija Aria ha regresado. Por fin se siente segura de aceptar su lugar en una cuna de oro, donde las cámaras siempre la seguirán —dijo Elena con su copa de vino en alto. Todos brindaron, menos yo.

Apreté tanto mi copa que el vidrio crujió, rompiéndose en mi mano. El sonido captó la atención de todos.

—Lo siento —me disculpé rápidamente, levantándome y dirigiéndome al baño.

Al entrar, lavé mis manos ensangrentadas. Los pequeños fragmentos de vidrio incrustados en mi piel me recordaban el error de haber vuelto a Italia. Mientras extraía los pedazos, la puerta del baño se abrió. Lorenzo.

Lo miré a través del espejo, su rostro endurecido por la ira.

—¿Qué haces aquí, Lorenzo? —pregunté, mi molestia evidente.

—La verdadera pregunta es, ¿qué haces tú aquí con ese hijo de puta? —espetó, acercándose.

Me giré para enfrentarlo.

—Es mi hombre, Lorenzo. Así que si la palabra "hijo de puta" es para Nicolás, no quiero volver a escucharla —le advertí.

Sus ojos ardían de rabia.

—¿Tu hombre? —rió con ironía—. Yo soy tu hombre, Aria. No lo olvides. Soy tu esposo, y tú eres mía.

Me crucé de brazos, intentando mantener la calma.




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