Secretos del pasado. Valle de Robles 2

La entrevista - Capítulo 2

Capítulo 2

 

La entrevista

 

 

 

 

 

 

 

 

Amaya se despertó con el sonido de la alarma de Bruno. Él no soportaba los pitidos clásicos de despertador y siempre elegía canciones felices para empezar el día; canciones que él consideraba felices, porque Amaya había acabado odiando todas y cada una de las melodías que la despertaban por las mañanas. La última, Hoy puede ser un gran día, de Serrat, sonaba en bucle y Bruno se dio la vuelta en la cama, ignorando su teléfono.

—Apágalo de una santa vez —le dijo Amaya—. O tiraré el teléfono contra la pared.

Bruno buscó el aparato en la mesita de noche con un ojo cerrado y el otro a medio abrir y apagó el despertador.

—Qué humos de buena mañana —susurró él.

Amaya, como respuesta, cogió la almohada y se tapó la cabeza. Bruno soltó una risita, agarró la almohada y la tiró al suelo.

—Buenos días, señorita Santos. Levántese, que tiene un diario pendiente de resucitar.

—Déjeme tranquila, señor Rey. ¿No sabe que aún quedan un par de horas para mi cita?

—¿Un par de horas para meter en vereda esos rizos? Dudo que sea tiempo suficiente.

Amaya se sentó en la cama y miró a Bruno, que la observaba divertido por la situación.

—¿Te burlas de mi pelo? ¿Me despiertas y encima te burlas de mi pelo?

—Y no me hagas hablar de tu cara de sueño.

—¿Hablo yo de tu pelo de pijo rico o de tu crema nocturna antiarrugas?

—¿Quieres compartir crema? A mí no me importa...

—¿Y si...?

Bruno agarró a Amaya del brazo, haciéndola perder el equilibrio. La chica cayó hacia atrás y él se hizo un hueco entre sus piernas.

—Basta de bromas —le dijo él—. Si no me tuvieras despierto hasta las tantas, no me haría falta ni la crema ni posponer veinte veces el despertador.

Amaya sonrió.

—No soy la única culpable.

—Además —añadió él—, nunca estás tan guapa como cuando acabas de despertarte.

—Señor Rey, vaya piropo...

—Déjame darte los buenos días como te mereces.

Bruno besó los labios de Amaya suavemente, bajó hasta su cuello y lo mordió sin apretar, rozando los dientes con su piel y acabando en otro beso. Entre caricias, levantó su camiseta de dormir y perfiló el camino hasta sus pechos. Se paró solo un segundo para rozar sus pezones con la punta de la nariz y siguió bajando sin prisa hasta su entrepierna.

Bruno era un amante dedicado y nunca dejaba de sorprender a Amaya con sus nuevas prácticas. El primer día que habían compartido cama, la chica había esperado un sexo pasional, fuerte, desesperado. La situación lo merecía, ya que estaban en medio de una investigación de asesinato, con decenas de pistas inconexas y el cuerpo de su amiga había sido enterrado aquel mismo día. Bruno, en cambio, le había dedicado besos, caricias, el mejor sexo oral de su vida, y Amaya había dormido del tirón por primera vez en días. Desde su vuelta al Valle, se habían acostado juntos casi cada noche. Bruno la llevaba a la cama después de cenar, donde vivía el mejor momento del día. No era solo el sexo; era la enorme complicidad que existía entre ambos, la conexión de sus historias del pasado, los guiños que solo ellos entendían. Amaya se dormía sin que le quedaran fuerzas ni para decir buenas noches y se levantaba a la mañana siguiente aún agotada.

Bruno se despertaba en plena forma; tenía una energía inagotable y envidiaba su buena cara por las mañanas. Durante su estancia en la capital, Amaya lo había añorado mucho y había vuelto a casa para empezar una nueva vida, pero también para volver a tener a Bruno cerca. No era capaz de poner nombre a lo que sentía por él, pero sabía que era más fuerte de lo que nunca había sentido por nadie. Cuando miraba a Bruno, sentía el estómago encogido, dolor de tripa, los pulmones ahogados. Se preguntaba qué eran esos nervios en el estómago que surgían cuando Bruno aparecía. ¿Era amor? ¿Eran solo nervios? Al principio había sido el misterio, la emoción de las nuevas experiencias, pero en aquellos momentos era distinto. Existía entre ellos una conexión que no tenía nombre ni descripción. Era como si sus pieles estuvieran recubiertas de una capa invisible y las capas de ambos chispearan al entrar en contacto; una especie de fuerza que no se puede ver, pero está ahí.

Llevaba un mes con aquel chico; cenando con él, durmiendo cada noche en su cama, dándole de comer a su gato. Se preguntó si Bruno era su novio o si quería que lo fuera, y en su cabeza se contestó con un sí muy alto, como si se lo gritara a sí misma. En ocasiones, su mente le decía que aquel Bruno tan especial era el mismo con el que había ido al colegio, el que se peleaba con ella por cualquier tontería, el odiado novio de su mejor amiga de la adolescencia, el niño rico del pueblo sin más problemas que gastarse todo su dinero y el vándalo adolescente número uno del instituto. Una parte de ella era consciente de que era la misma persona y a la vez alguien muy distinto. Se habían hecho mayores, ya no eran los de antes, y pese a que lo que los había unido era la pérdida, Amaya supo que los había hecho mejores y los había conectado de verdad con alguien por primera vez en sus vidas. Bruno la entendía con solo mirarla, y Amaya sabía que ella no era fácil de entender.

Y, de algún modo, se sentía conectada a Sara también; a sus sentimientos, a sus pensamientos, a lo que había creído durante sus años de adolescente. Ese Bruno, nuevo para ella, era el que le describía su mejor amiga cuando tenían diecisiete años. El mismo que Amaya nunca vio, el que ahora era parte de su mundo en el Valle.




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