Secretos en la niebla

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AMNESIA

“Soy un laberinto de identidades entrelazadas y

secretos oscuros, sin estar segura de quién soy realmente”.

Mis ojos se abrieron de golpe arrancados de una pesadilla que seguía viva en mi mente. La voz oscura y furiosa aún resonaba en mis odios: «Mátalo, Sarah, ¡mátalo!». Mi pecho subía y bajaba rápido, incapaz de atrapar el aire que desesperadamente necesitaba.

¿Qué hago aquí?, fue lo primero que pensé, lo primero que me llego a la mente en cuanto me vi atrapada en cuatro paredes cerrándose sobre mí, parecía un ataúd. No había escapatoria.

El sonido de una gota cayendo en algún rincón rompía el silencio, pero en lugar de calmarme, me tensaba aún más. No quería mirar a mi alrededor, sin embargo, esa sensación helada en la nuca me decía que no estaba sola. No podía confiar en este lugar.

Mis brazos pesaban, como si hubieran sido sometidos a una presión constante, un dolor sordo y penetrante se extendía desde las muñecas hasta los hombros. Las sábanas que me cubrían me resultaron extrañamente sofocantes, pegajosas, reteniendo e impidiendo que me moviera libremente.

Miré hacia la ventana, buscando algo que me anclara a la realidad. Un resplandor pálido apenas iluminaba la habitación, lo suficiente para destacar una puerta a mi izquierda. Afuera, la oscuridad parecía viva, moviéndose con cada respiración. La luna apenas se asomaba, pero todo se sentía... mal.

Un pinchazo agudo en el brazo me hizo bajar la mirada. Una aguja atravesaba mi piel, conectada a una bolsa de suero que pendía a un costado de la cama. Mi estómago se contrajo al ver el líquido goteando lentamente. La idea de que algo me había sido inyectado me revolvía las entrañas. ¿Qué demonios me están haciendo?

El olor clínico, el frío aire estéril, me envolvió, y entonces lo supe. Era un hospital. Pero no de los que ofrecen alivio. Este lugar olía a desesperación, a noches eternas de llanto sin respuestas.

Intenté moverme, pero mis manos no respondían. Un tirón en las muñecas me hizo ver las tiras blancas que me sujetaban, apretadas contra mi piel. Las correas mordían mi carne, impidiendo que pudiera siquiera moverme. El pánico empezó a subir, sofocando cualquier intento de racionalidad. Mi respiración se volvía errática, jadeos cortos y desesperados en un intento de llenar mis pulmones de aire.

La voz resonó nuevamente, grave y cargada de algo oscuro: «Corre, corre, corre». Como una orden insidiosa que se arrastraba por mi mente, llenándola de una urgencia primitiva.

Sacudí la cabeza, tratando de despejarla de esas palabras, pero la voz solo se hacía más fuerte, más insistente. Mi cuerpo comenzó a temblar incontrolablemente mientras gotas de sudor frío corrían por mi frente. No había escapatoria, y la sensación de encierro me oprimía el pecho.

De un jalón logre desprender las correas de mis muñecas, heridas y maltratadas.

De repente, una figura oscura se delineó en la ventana, su presencia parecía fundirse con la noche misma. Ojos brillantes me miraban, vacíos de cualquier emoción que pudiera entender. Mi cuerpo se tensó por completo, un instinto de supervivencia tratando de protegerme de algo que no podía ver claramente, pero que sabía estaba allí, acechando.

Un relámpago iluminó la habitación, y la figura se desvaneció.

Mi piel se erizo, anclado en cada músculo que se negaba a relajarse. Opte por gritar, llamar la atención, pero mi garganta estaba seca, los sonidos se apagaban antes de que pudieran convertirse en palabras.

Y entonces, un chirrido agudo. Una puerta, o quizás un mueble, raspando el suelo desde algún lugar cercano. Mi cuerpo se encogió sobre sí mismo, instintivamente protegiendo mis piernas. No había lugar seguro en este lugar.

Me temblaron las manos, traicioneras, y de repente me encontré en el borde de la camilla, aferrándome a una lámpara con fuerza. Un nudo grueso y sofocante se formó en mi garganta, la ansiedad se revolvía en mi interior, un miedo irracional, pero ¿irracional para quién? ¿A quién intentaba ocultar ese terror? Tragaba saliva rápido, desesperada por liberarme de esa sensación que me carcomía desde dentro, pero era inútil. No se iba.

Decidí bajar una pierna al suelo. Apenas lo hice, una ola de frío me atravesó, como si la misma muerte me hubiera tocado. Mis músculos se tensaron al instante, y la pierna volvió a la cama en un espasmo, como si temiera que algo oscuro y monstruoso esperara allí, bajo la camilla, ansioso por atraparme. Entonces, la voz regresó, más intensa, más violenta: «Mátalo».

Las manos me temblaban aún más mientras dejaba la lámpara en la camilla. En lugar de sentir alivio, las voces en mi cabeza se elevaron, retumbando en mi mente con una ferocidad que casi me hizo gritar. Un escalofrío se apoderó de mi cuerpo, helándome hasta los huesos. Me sentía al borde de un abismo, donde la muerte o algo peor podía alcanzarme en cualquier momento. Con desesperación, me aferré a la pared, tratando de encontrar consuelo en su fría solidez.

De repente, la lámpara se encendió, y una oleada de calor irrumpió en la habitación, envolviéndome. Por un segundo, creí que el miedo se disiparía con esa luz cálida. Pero mis ojos, traicioneros, descendieron hasta mis piernas. Entonces lo vi. Cicatrices despiadadas, marcas profundas y sin forma alguna, cubrían mi piel desde los dedos de los pies hasta las rodillas, como un mapa distorsionado de mi propio dolor. Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente; retrocedí con un grito ahogado, tropezando con las sábanas y cayendo sobre la almohada.

El miedo creció, alimentándose de mi vulnerabilidad, de la sensación de estar indefensa en un mundo donde los peores horrores no se escondían en la oscuridad, sino en los rincones más inesperados. «¿Qué es esto? ¿Qué diablos me pasó?». Las preguntas rebotaban en mi cabeza, pero las respuestas estaban atrapadas, encarceladas en algún lugar inalcanzable. Algo dentro de mí se estaba rompiendo, una parte de mi cordura se desmoronaba mientras el aire se volvía espeso, casi imposible de respirar.



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En el texto hay: misterio, suspenso drama, darkromance

Editado: 21.11.2024

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