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LA NIEBLA
Los recuerdos en mi mente nunca han sido claros, se distorsionan, toman formas extrañas. Desde los ocho años, he sido víctima de esa niebla… la que atrapa mi mente, juega con mis pensamientos, enreda mis recuerdos y, cuando se desenreda, creo que soy otra persona. Las manos me tiemblan; es la primera vez que lo siento así, ese ardor en mi pecho cuando la oscuridad me rodea, y el temor que me invade, como si alguien me observara desde las sombras de esta habitación.
Mis ojos bajan hasta mis dedos, donde la nota se desliza suavemente al suelo, su roce contra el piso frío me sacude. Las palabras escritas con tinta roja me atraen como un imán, pero el sonido de dos golpes en la puerta me obliga a girarme bruscamente. Las piernas me fallan y un dolor agudo en los tobillos me hace caer junto a la nota. Veo una sombra bajo la puerta.
Mi mano derecha busca la camilla, el instinto de alejarme de la puerta es fuerte. Quiero esconderme, escapar de la presencia que parece observarme y que me hace temblar, pero cuando me doy cuenta, ya estoy frente a la puerta, el corazón desbocado y la nota arrugada entre mis dedos. Me acerco con cuidado, mi ojo izquierdo se desliza bajo la puerta, observando con cautela.
La sombra se desvanece rápidamente, pero no sin antes detenerse al final del pasillo y girar nuevamente hacia mí. El brillo de unos zapatos negros y afilados apunta directamente a mi ojo. No hay ruido, solo el latido ensordecedor de mi corazón. Una sensación fría y familiar recorre mis dedos y piernas, y de repente, todo desaparece. La niebla me envuelve, llevándose consigo los zapatos, ocultándolos en su espesor, pero aún los escucho. Escucho sus pasos acercarse, sus suelas rozando el suelo, hasta que están justo frente a mí, al otro lado de la puerta.
Mi respiración se vuelve superficial, casi ausente. Los pasos se alejan, resonando al final del pasillo, mientras la niebla se dispersa y la oscuridad juega con mi mente, retorciendo las sombras en la esquina de la pared. Cuando creo que mi corazón ha dejado de latir, la niebla se disipa.
Y entonces lo veo.
Un ojo verde me observa desde debajo de la puerta, inmóvil, como si esperara que hiciera algo. La intensidad de su mirada perfora mi alma, congelándome en el lugar. Aprieto la nota contra mi pecho, y el crujido del papel parece llenar toda la habitación. El ojo se mueve con lentitud antinatural, acercándose a mis dedos, como si pudiera oler la tinta que se filtra en mi piel. Cada movimiento del ojo es un latigazo de pánico. Intento retroceder, pero mis músculos no responden. Estoy atrapada, su mirada me devora como si estuviera juzgando cada secreto enterrado en mi mente
Las piernas se aferran al suelo y mis dedos se enganchan a la ropa de hospital, pero no siento nada. No siento mi corazón latir, solo veo cómo la oscuridad se disuelve, revelando una sonrisa maquiavélica bajo ese ojo.
Me alejo de un salto, pegando la espalda contra la pared, el sudor corriendo por mi frente hasta la mandíbula. Siento que despierto de nuevo, que soy yo, que mi cuerpo tiembla cuando mis dedos tocan el suelo frío, y que mi respiración se vuelve frenética.
Una sensación de asco me invade la garganta, y me giro a la derecha justo a tiempo para Una ola de náusea me golpea como un trueno. Siento el ardor subir por mi garganta, y antes de poder detenerlo, me giro hacia un rincón de la habitación. Un chorro de líquido azul irrumpe de mi boca, salpicando el suelo con un brillo antinatural.
El olor metálico y amargo invade mis fosas nasales, haciéndome toser hasta que mis pulmones parecen colapsar. Me quedo inclinada, jadeando, observando el charco ante mí. El azul no es solo un color; parece moverse, vibrar ligeramente bajo la luz tenue. Lo toco con un dedo, y mi piel se enfría al instante. Es real. Y, sin embargo, no lo es. Un miedo profundo me invade: ¿qué me está pasando?
La sombra bajo la puerta y ese ojo verde han desaparecido. Estoy sola, o al menos eso creo, como siempre lo he estado. La nota se desliza de nuevo de mis dedos y las letras arrugadas se mezclan con mi confusión. La leo nuevamente y, por primera vez, creo ver claridad en medio de esa niebla. El mensaje resuena en mi mente como un eco macabro, acelerando mi pulso y provocando un escalofrío que recorre mi espalda. Las palabras escritas en la hoja se aferran a mis pensamientos.
¿Asesinarme? ¿Por qué? ¿Hice algo malo? Mi mente se nubla, obligando a las preguntas a perderse en la oscuridad, sin respuestas, sin nada. La hoja tiembla en mis dedos antes de caer. Me vuelvo hacia la ventana, pero mis piernas no me sostienen, y termino en el suelo, justo frente a los vidrios rotos. Miro mi dedo, la sangre ha dejado de fluir. Seguro solo fue una alucinación. Sí, todo esto debe ser una alucinación.
Ayuda.
Extiendo la mano hacia los vidrios, pero están tan cerca y, a la vez, tan lejos cuando una luz roja ilumina mi espalda. No quiero girarme, realmente no quiero, pero mi cuerpo traicionero me obliga a hacerlo.
La luz proviene de una cámara oculta en la esquina superior de la habitación, su ojo mecánico parpadea en rojo, clavándose en mi conciencia. Mi estómago se hunde al comprender que no estoy sola; alguien, o algo, ha estado observándome todo este tiempo. Trago saliva, intentando acallar el nudo que aprieta mi garganta. Mi primer impulso es levantarme y gritar, exigir respuestas, pero mi cuerpo se paraliza al ver cómo la luz se intensifica, iluminando cada rincón de la habitación en un resplandor frío y antinatural. Entonces lo siento: la presencia detrás de esa cámara. No es una máquina; es alguien. Y ahora sabe que yo sé.
Sin pensarlo, me dejo caer al suelo y me arrastro hacia la cartera, el teléfono y la hoja, buscando una barrera protectora detrás de mí. Con cautela, jalo el cable de la lámpara hacia mis piernas, buscando desesperadamente un atisbo de seguridad. Cada parte de mi ser se llena de miedo, el instinto de defenderme contra un enemigo invisible se vuelve primordial.