Seducido por tu Sangre

Capítulo 5: El umbral de la niebla

El amanecer llegó cubierto por una bruma densa que parecía ahogar cada calle del pueblo. El aire olía a tierra húmeda y el sonido de campanas lejanas llenaban el lugar, pero dentro de la posada todo estaba en un silencio expectante.

Los estudiantes se habían reunido en el salón principal, alrededor de una larga mesa de madera. El profesor Álvarez, con su habitual carpeta bajo el brazo, aguardó a que todos tomaran asiento.

—Bien —dijo al fin, ajustándose los lentes—. Han escuchado historias, han visto cómo la gente de este pueblo guarda temores antiguos. Esas voces orales son valiosas, pero el verdadero propósito de nuestro viaje comienza hoy.

Algunos estudiantes se miraron entre sí, intrigados. Marta se inclinó hacia Leiliane y susurró:

—Seguro nos mandará a entrevistar más ancianos…

Pero el profesor continuó, con un brillo especial en los ojos.

—Hoy iremos al castillo.

El murmullo fue inmediato. Samuel dejó escapar una exclamación de entusiasmo, mientras Marta se quedó boquiabierta.

—¿Al castillo? —repitió ella en voz baja, como si la palabra le supiera amarga.

Álvarez asintió, solemne.

—Los documentos que recibí de mis colegas mencionan registros únicos conservados allí, manuscritos que no aparecen en ninguna biblioteca universitaria. Si esos textos son auténticos, podrían cambiar lo que creemos saber sobre las leyendas de este valle.

Se detuvo un instante, bajando el tono.

—Entiendo sus dudas. El castillo carga con siglos de supersticiones y tragedias. Pero recuerden: nosotros no venimos a temer, sino a comprender.

Leiliane sintió un estremecimiento recorrerle el cuerpo. Era como si, con esas palabras, el profesor hubiera pronunciado en voz alta lo que su corazón ya sabía: que tarde o temprano estaría frente a esas murallas.

—Prepárense —concluyó Álvarez—. En una hora partiremos.

El grupo se levantó con un revoltijo de emociones: algunos excitados, otros inquietos, otros en silencio.

Leiliane, mientras recogía sus cosas, lanzó una última mirada por la ventana. A lo lejos, en la cima de la montaña, la silueta oscura del castillo se dibujaba en la neblina como un centinela eterno.

No pudo apartar la vista.

El umbral estaba a punto de abrirse.

El sol aún estaba bajo en el horizonte cuando los estudiantes salieron de la posada. La bruma de la mañana se enroscaba entre las casas y los árboles, y el aire olía a humedad y a madera quemada. Cada paso que daban hacía crujir la tierra fría bajo sus botas, como si el bosque mismo los recibiera con cautela.

El profesor Álvarez encabezaba la marcha, seguido por Samuel que no podía dejar de anotar cada detalle. Marta caminaba junto a Leiliane, sus dedos entrelazados en un gesto de nerviosismo.

—No puedo creer que realmente vayamos al castillo —murmuró Marta, con la voz temblorosa—. Todo el mundo en el pueblo parecía temer incluso mencionarlo.

—Eso es exactamente lo que lo hace interesante —replicó Leiliane, mientras sentía que un escalofrío recorría su espalda. Su corazón latía con fuerza, entre miedo y emoción. La neblina parecía abrazar cada árbol, cada piedra del camino, y a la vez empujarla hacia adelante.

Samuel levantó la mirada del cuaderno:

—Observen esos árboles. ¿No les parece que sus ramas… se inclinan hacia nosotros?

—No exageres —dijo Marta, aunque sus ojos seguían cada sombra con inquietud.

El camino se estrechó y comenzaron a ascender la montaña. La neblina se volvió más densa, y las casas del pueblo quedaron atrás, convertidas en figuras difusas y silenciosas. Por un instante, Leiliane tuvo la sensación de que alguien los observaba desde la espesura del bosque, pero al girar la cabeza, no vio nada.

—Recuerden mantener el grupo unido —dijo Álvarez—. El castillo no es solo un edificio; es un territorio de siglos, con secretos que no siempre se revelan al primer visitante.

Finalmente, tras lo que parecieron horas de ascenso lento, la silueta del castillo se alzó entre la niebla. Sus torres puntiagudas perforaban el cielo gris y sus murallas ennegrecidas parecían surgir de la roca misma. Cada piedra parecía susurrar historias de sangre y poder.

—Es… imponente —susurró Leiliane, incapaz de apartar la vista.

—Y silencioso —añadió Samuel—. Demasiado silencioso.

El profesor Álvarez les hizo una señal para detenerse.

—Aquí empieza nuestra investigación formal. Recuerden, respeto absoluto. Cada sala, cada documento, cada inscripción es un vestigio vivo.

Leiliane respiró hondo y dio un paso hacia la puerta principal. El frío de la piedra le caló hasta los huesos, pero no pudo resistir la atracción que sentía hacia ese lugar. La neblina se arremolinaba a su alrededor como si el castillo mismo los recibiera y los pusiera a prueba.

Un sonido sordo se oyó desde lo alto de las torres, apenas un eco entre la bruma. Leiliane se quedó inmóvil, el corazón palpitándole con fuerza.

No era viento.

No era un animal.

Era algo, o alguien, que los estaba observando.

Y mientras cruzaba el umbral del castillo, un pensamiento fugaz la atravesó: no estaban solos.




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