NATHAN.
Si tuvieras la oportunidad de cambiar tu pasado ¿lo harías? Poder iniciar de cero y evitar todo aquello que hiciste mal. Evitar esos errores que cambiaron tu vida por completo. Como si pudieras tomar el control remoto y retroceder el canal.
Cuando más pienso en esa imposible fantasía, más frustrado me siento al pensar en el tiempo que llevo en oscuridad total. Que por un error, mi vida cambio en un abrir y cerrar de ojos. Más que nunca hubiese querido que la máquina del tiempo existiera.
Quisiera haber apreciado por última vez todo aquello que mis ojos eran capaces de ver, hasta las pequeñeces que creía cotidianas observar. Como las nubes, el césped, los árboles. Haberme podido aprender de memoria cada rasgo o gesto de las personas que amaba.
Nada de esto me hubiera pasado si tan solo hubiera dedicado un poco de tiempo a esos comerciales de: «No utilices el móvil mientras conduces» fui un idiota.
Todo ocurrió en una fría noche de diciembre. Había salido de viaje a Kentucky, ya que mis sobrinos cumplían sus cuatro años de edad, y mis tíos, Edward y Lily, habían puesto su rancho para poder festejarlos. Aparte de las fiestas de Navidad y Año Nuevo.
Todo normal ¿no?
Solo me había distraído cinco segundos, cinco jodidos segundos para escribir un mensaje, diciendo que ya estaba cerca. No era la primera vez que lo hacía y siempre salía librado de cualquier accidente… Jamás se me pasó por la cabeza lo que iba a ocurrirme esa noche. Todo pasó demasiado rápido, cuando devolví los ojos al camino, me había desviado del camino, luces me cegaron por completo y en un intento por esquivar el auto que venía frente a mí… choqué.
Hundiéndome en la fría oscuridad.
Pensaba que había muerto. Sentía que caía poco a poco en un vacío sin fin. No podía moverme, ni hablar, ni siquiera abrir los ojos. Todo estaba completamente oscuro, hacia frio, y respirar me costaba un infierno. Hasta que, por fin, desperté...
Oscuridad.
Eso fue lo que me recibió.
No veía nada, sabía que mis ojos estaban abiertos pero todo seguía a oscuras. No podía ver.
Mi respiración comenzó a acelerase en ese momento, no podía moverme ni ver, movía mis ojos a todas partes, esperando ver algo. Una persona, un objeto, una luz. Lo que fuera. Estaba comenzando a asustarme muchísimo, deseaba gritar por ayuda, moverme, saber que me estaba pasando. ¿Por qué no podía ver? No era capaz de recordar y por más que lo hacia mi mente se negaba, como si intentara protegerme. Escuchaba personas a mí alrededor, oía a alguien a mi lado llamándome, una mujer, mientras que otra, un hombre, llamaba a gritos a alguien. También pude reconocer a dos niños llorando, preguntando que me pasaba y que dejara de ver al techo.
Que los mirara…
Mi familia, era mi familia quienes estaba conmigo. No entendía porque no podía verlos, que me estaba pasando, en dónde estaba. Jamás en mi vida me había puesto tan histérico como lo estuve ese día.
No, no, no. Pensé.
Hasta que alguien, un médico, me explicó que pasaba, fue como si la niebla a mí alrededor se disipase y pusiera todo frente a mí con claridad. El viaje, el móvil, el auto, las luces… la oscuridad. Jamás me había puesto tan histérico gritando me quitaran las vendas de los ojos, que prendieran las luces, que levantaran las todas cortinas... Que nada de esto era gracioso.
Pero más histérico me había puesto cuando el doctor me dijo que nunca volvería a ver, que el golpe que tuve en el accidente había un desprendimiento de retina y el nervio que conectaba mi vista con el cerebro había sido dañado. Nunca la oscuridad había sido tan aterradora como ese día.
Desde ese momento mi vida se había derrumbado por completo.
Por un error me lleve a mí mismo a una horrible pesadilla. Donde, al salir de las paredes de ese hospital, tendría que afrontar la realidad. Una nueva vida. Estando jodidamente ciego.
Pasaron cinco años desde esa noche. Nada había cambiado, yo seguía estando ciego. Había noches en las que me preguntaba porque no había muerto en aquel accidente, porque desperté de ese coma en estas jodidas condiciones. Cinco años de intensas pesadillas, de frustrantes rehabilitaciones y de múltiples consultas con psicólogos que creían entenderme; cuando no era así.
De repente la fresca brisa invernal sopla con fuerza chocando contra mi rostro. Puedo sentir como el viento roza cada parte de mi cuerpo, provocando que un placentero escalofrío recorra cada parte del mismo. El olor a hierba húmeda llena mis narices y en el proceso inhalo y exhalo, dejando ir las lágrimas y los recuerdos de aquel día. Del peor día de mi vida.