Selina

20°

Shadow dormía profundamente sobre la cama, puse la capa en ella e intenté quitarme el traje. Me llevé las manos hacia la espalda hasta tocar la fría cremallera, la deslicé hasta la cadera y me quité todo; guantes, botas, las armas...para finalmente quedarme en ropa interior. Abrí el armario y agarré uno de los pijamas, llevé las cosas al baño y las dejé sobre la taza de váter.

Ajusté el grifo para que el agua saliera templada, tenía el cabello empapado y sucio y requería con urgencia que lo lavara. Me tumbé mientras se seguía llenando y cerré los ojos durante unos minutos, necesitaba despejar mi mente de todo lo que estaba ocurriendo.
 

—Si sigues sin moverte, lo único que vas a hacer es engordar —regañé a Shadow y este solo soltó un maullido. Le acaricié el suave pelaje de entre las orejas.

Volví al baño para tomar de la encimera del lavabo una de mis cremas y me la extendí por el rostro. Aún tenía el cuerpo mojado, por lo que los pezones se me marcaban en la fina camisa del pijama, pero le di la menor importancia, lo mejor de estar la mayoría del tiempo en el castillo, era que no tenía que andar con sujetador. No tenía ni mucho ni poco pecho, tenía una medida estándar, pero no negaría que a veces hubiera pensado en reducirme una o dos tallas.

Recogí la ropa sucia y las toallas y fui a la habitación de Caleb, llamé dos veces pero parecía que no estaba, así que fui a la siguiente puerta y me lo pensé un par de veces. Mis nudillos tocaron la madera, nadie respondió así que la abrí, al ver lo que había frente a mí cerré de un portazo y me fui arrepintiendo de haber abierto aquella puerta. Mikkel estaba solo con un bóxer negro puesto, se estaba curando la herida con la pierna mala sobre la cama, al abrir yo la puerta se me había quedado mirando con cara de querer asesinarme sin ningún tipo de remordimiento.

—Dios que vergüenza —mi cara estaba ardiendo, me di un masaje en la sien mientras con la otra mano sujetaba lo sucio.

No me lo pensé mucho el salir pitando de la planta, no fuese a ser que mi compañero de pasillo saliera del cuarto. Entré a la cocina, solo divisé a Eros cocinando, el rubio me siguió con sus ojos de gato hasta que metí la ropa en la lavadora.

—¿Qué haces para cenar? —pregunté con simpatía.

Olía delicioso y se me estaba haciendo la boca agua, por no decir que me moría de hambre. Removió con una cuchara grande lo que contenía la cacerola para que no se quedase pegado.

—Luego lo verás —indicó con tono frío, parecía como si me hubieran clavado una estaca de hielo.

—Tú y tu gemelo mayor me lo estáis poniendo muy complicado para que nos podamos llevar bien —me quejé y me senté en la encimera de mármol que había en medio de la cocina.

—¿Mi gemelo? ¿Hablas de Mikkel? —Asentí y él rió falsamente —. Primero, no me compares con él, segundo, le caes bien y tercero, solo le gusta fastidiarte, todos lo sabemos, él es así. Al menos desde que llegaste se comporta diferente, antes solo se la pasaba entrenando y en su habitación, pocas veces comía con nosotros.

Sonreí y me bajé de un salto de la encimera, me puse tras él y le di un abrazo de hermana mayor.

—¿¡Qué haces!? ¡Suéltame! —se sacudió, pero le abracé más fuerte.

—Me alegra saber que al menos le caigo bien, y gracias, gracias por hablar algo más conmigo, ¿ves cómo no era tan difícil? –le solté, él se giró y me fulminó con sus enormes ojos verdes.

—Lo que tú digas, ahora vete de aquí que tengo que seguir con la cena —dejó la cuchara sobre un plato y puso sus manos sobre mi espalda. Me dirigió hasta la puerta, la abrió y me echó fuera de la cocina —Es pasta a la carbonara —añadió antes de que la puerta se cerrase.

Ahora mismo tenía una enorme sonrisa en el rostro, poco a poco me iba ganando el afecto de Eros. Tendría que ir pensando en los regalos de navidad, nunca había tenido que pensar para más de cuatro personas, esto iba a ser enrevesado y más cuando algunos de los presentes se negaban a hablarme sobre sus gustos o vidas.

Después de dejar las armas en la sala de entrenamiento para que Caleb las limpiara, fui a la enorme sala que había en la planta principal, el suelo tenía preciosas baldosas blancas, del techo colgaban lámparas de cristal, y en todas las paredes había pinturas, cada una separada por un trozo de pared blanca. Este era el salón de baile, ya había venido varias veces, era la habitación más grande del castillo. Di unas vueltas sobre mí misma para admirar todo mejor.

Podía decir que este era mi lugar favorito, lograba imaginarme a hombres y mujeres con sus enormes vestidos y sus elegantes trajes bailando. Eso me dio ganas de hacerlo a mí también, saqué el móvil del bolsillo del pijama, me metí en el icono de música y busqué una de mis canciones clásicas favoritas. Era la única canción que sabía bailando ballet, "Nuvole Bianche" de Ludovico Einaudi

Dejé el teléfono en el borde de una de las ventanas y subí el volumen a la mitad ya que el eco de la habitación haría el resto. La canción comenzó a sonar, pero esperé a que llegara la parte que solía practicar desde pequeña, entre tanto estiré un poco.

Me paré en la punta de mis dedos y cerré los ojos para concentrarme en la melodía cuando comenzó mi parte favorita, imaginándome por un momento que solo era yo en el mundo. Di unos pequeños saltos, siempre acabando con los dedos apoyados en el suelo, entonces comencé con los giros sobre mí misma elevando una de mis piernas, para al final, poner todo mi peso sobre la otra. Elevé la pierna a la vez que me echaba atrás para hacer una línea recta de pie a pie. Aún con los ojos cerrados, me sentía en calma, di una rápida vuelta sobre mí seguida de un pequeño salto, en el cual acabaría en el suelo colocándome de rodillas y poniendo en mis manos mi corazón imaginario que daría a mi compañero.

Esta canción me trasmitía dolor, odio... aunque su letra no dijera eso, era como si todo lo malo saliera de mí al bailarla. Me puse de pie para esperar la estrofa con más movimiento, llevé mis brazos desde arriba a mi pecho, di grandes zancadas acabadas en punta, la última zancada dio turno a un giro en el que poco a poco fui elevando mi pierna hasta sujetar la planta con mi mano y colocándomela cerca del rostro sin parar de girar.



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En el texto hay: angeles y demonios, de todo, amor

Editado: 13.08.2021

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