-Sí, una desgracia más para los de ahí arriba –lo último lo dijo en voz baja, pero llegué a escucharlo.
-No puedo mentirte y por el silencio de Caleb, él tampoco. Puede que para ellos lo seas, pero por lo que se de los Caídos y seguramente si los demás supieran lo que eres pensarían lo mismo que yo. Pero tú no eres como se describe a los demás desterrados, eres diferente, lo has demostrado salvándome una y otra vez, teniendo y queriendo como un hermano a un ángel, tú comportamiento demuestra que no piensas solo en ti.
-Selina tiene razón, estás loco si te comparas con esos que matan sin compasión y siguen a Lucifer, te lo dije mil veces y te las repetiré las veces que haga falta –Mikkel sonrió ante las palabras de su amigo, todos lo hicimos.
-No te avergüences de lo que eres, ser diferente es bueno, no tienes que gustar a todo el mundo, con quererte tú mismo basta. Además, al Mikkel que yo conozco le importa un pimiento lo que la gente diga, con perdón Caleb, pero ¿Qué más da lo que un par de angelitos con aureola piensen?
-Eso estuvo bueno –se echó a reír –gracias princesa, sabes cómo sacarme de quicio, pero también como hacerme sentir mejor.
-¿De nada? Supongo que para eso están los amigos –aún nos estábamos mirando, le regalé una leve sonrisa.
-Chicos, siento interrumpirles el momento, pero debemos seguir hablando de lo ocurrido ayer –ambos miramos al ángel y asentimos, debíamos averiguar que era lo que me tenía tanto odio como para matarme.
-No podía moverme por mi misma, era como si algo me controlara –dije de primeras.
-Debe tener el poder de controlar las acciones de cualquiera como a él le venga en gana, pocos tienen ese poder, los ángeles caídos podemos meternos en el cuerpo de un Nephilim, pero aquí no pueden entrar.
-También recuerdo el luchar dentro de mí, hasta el momento en que le pedí explicaciones del porqué.
-¿Te respondió algo? –Asentí al ángel, me giré para no mirarles – ¿Qué es lo que dijo, enana?
-Nacer, lo que había hecho era nacer –me llevé las manos a la boca, decidí mirarles, Mikkel no entendía y Caleb parecía tener una discusión consigo mismo en su cabeza.
-¿Nacer? ¿Acaso destruiste una pareja o algo por el estilo? No lo pillo –el pelinegro estaba en las mismas que yo.
-Anda que yo, me entero de que soy una Nephilim y un loco envía a sus secuaces inmortales a cortarme en pedacitos el mismo día de mi cumpleaños.
-Tenemos una cosa clara.
-¿Qué? –le preguntamos Caleb y yo.
-Fue nacer y ya sacabas de quicio a la gente. Lo llevas en la sangre.
-Ya veo que estas mejor –puse cara de pocos amigos. –Ahora en serio, parece como si le hubiera destrozado la vida, eso puede significar que él y yo tenemos algo que nos relaciona, si no, ¿Por qué tanto odio?
-Hay algo que se nos escapa –comentó Caleb a la vez que daba vueltas por la pequeña sala.
-Yo diría que todo, porque lo único que sabemos es que es un hombre con equis poderes, y eso no ayuda mucho la verdad.
-Algo me dice que pronto lo sabremos, que esta vez sí dará la cara –lo sentía en mí, estaba segura que ese momento llegaría antes de darnos cuenta.
-Pues ya es hora, porque eso de enviar a otros para hacer el trabajo sucio es muy penoso, yo en dos segundos lo habría llevado acabo.
-A veces detrás de unos ineptos, está alguien maquinando un plan.
-Tiene razón, casi consigue su propósito hoy, ese podría haber sido su plan, pero no contó con Mikkel, por lo que mientras hablamos podría estar planeando otro mucho mejor para matarme y la verdad, como que aún no tengo muchas ganas de ser ceniza para aspirar con la aspiradora. Pero eso no significa que me vaya a quedar encerrada, ni de broma, quiero salir tanto por aquí como por las ciudades, y no es negociable.
Caleb se estaba haciendo una coleta cuando se dio cuenta de que no tenía goma, me recordó entonces los regalos, no se los había dado y no pensaba que fuera un buen momento el dárselos ahora, pero no los iba a tener cogiendo polvo. Así que después de cenar y de que todos dieran la bienvenida al ángel, decidí dárselos. A mi tía la había comprado una bata y unas zapatillas de andar por casa, ambas cosas muy suaves, llevaba años sin cambiar los que tenía y la suela de sus zapatillas daban bastante pena, pero ya no le harían falta, acabé dándoselo a Sandy en cuanto lo saqué del armario, si me lo quedaba no haría más que recordarla, y tampoco me hacía falta.
Me tiré media hora frente a las puertas para ver a que habitación entrar primero, no sabía a qué venía aquel estúpido nerviosismo. Me acerqué a una decidida y di un par de golpes.
-¿Quién es?
-La virgen María, ¿puedo entrar?
La puerta se abrió dejándome oír una carcajada, divisé al chico sacando ropa del armario para vestirse, acababa de salir de la ducha, pude averiguarlo por su melena mojada y la toalla enrollada en su cadera, aún caían pequeñas gotas por la clara piel de su tonificado torso, no tan ejercitado como el del otro muchacho.
-¿Por qué me dejas entrar si te estas vistiendo? No me importaba esperar.
-No es la primera que me ves así pequeña y no te iba a dejar en el pasillo. ¿Qué es lo que quieres? –se sacudió el cabello con la toalla.
-Tú regalo de navidad, esperar más era innecesario y estaría ocupando espacio –le tendí una pequeña bolsa y dejó la toalla en la cama para cogerla, la abrió con ganas de ver que contenía y sacó las cosas.
-Me encanta esta colonia –le ayudé ha abrir la caja y quité el tapón al frasco en forma de calavera, se echó un poco en el cuerpo desnudo y olí la fragancia, me encantaba la colonia de los hombres, muchas veces solía robársela a Caleb. Lo malo es que no me daba cuenta de lo fuerte que era hasta que casi acabé en el suelo por el fuerte olor que desprendía, haciendo que me mareara. -Y unas gomas de pelo, me salvaste la vida, no sé donde metí la última que llevaba en la muñeca.
-Ya me di cuenta, te gastas más dinero en gomas que en comida, al menos estas te duraran un mes, vienen veinticuatro –lo bueno de todo esto, es que luego aparecían por todas partes y acababa con las de hace un año y las ultimas que le había comprado. –Hace frío, deberías vestirte.