El mes que Lilith necesitaba para recuperarse físicamente pasó con rapidez, al menos para quienes la rodeaban. Pero para ella, cada día fue una eternidad. Apenas una semana y media después de sentirse completamente restablecida, retomó sus deberes como reina. Sin embargo, su mente seguía siendo un campo de batalla.
La culpa la acechaba como una sombra persistente. Esa vocecita intrusiva se repetía una y otra vez: ¿Tomé la decisión correcta?
A menudo, su mente vagaba hacia pensamientos que la torturaban. ¿Cómo habría sido ese bebé? ¿Habría heredado sus ojos claros o la fría mirada del rey? ¿Sus cabellos serían tan oscuros como los suyos o dorados como los de Stephan? ¿Habría sido niño o niña?
Pero lo que más la inquietaba era algo más profundo y aterrador: ¿Dios me permitirá ser madre algún día? Quizá, al haber tomado esa decisión, había sellado su destino. Tal vez, ese fue un pecado demasiado grande.
Cada vez que veía a Lisbeth pasearse por el palacio, luciendo vestidos ligeros que destacaban su vientre en crecimiento, sentía un peso insoportable en el pecho. La diferencia era abismal: mientras Lisbeth brillaba bajo la atención de Stephan, Lilith cargaba con el eco de sus decisiones.
Mientras tanto, Stephan se revolvía en su propio tormento. La semilla de la duda que Michaelis había plantado crecía como una enredadera en su mente.
—Marqués Lennox, necesito que rectifiques esta información. —La orden fue tajante, sin espacio para preguntas. Stephan arrojó los documentos hacia él sin cuidado, papeles que cayeron desordenados al suelo.
Lennox los recogió rápidamente, revisando con atención los registros de compra-venta. El nombre de Lisbeth Dimou aparecía claramente.
—¿Es verdad lo que dijo el príncipe? —preguntó Lennox, intentando leer la reacción de Stephan.
El rey apoyó la cabeza en una mano, frotándose la sien con fuerza.
—Su nombre está ahí. —Su voz sonó hastiada. La idea le resultaba repulsiva—. No puedo creer que haya hecho esto.
La frustración lo aplastaba. ¿Todas las mujeres que le interesaban estaban destinadas a decepcionarlo?
—El príncipe dijo que nadie sabía del embarazo, ni siquiera la reina. —Lennox intentó suavizar el ánimo del rey, como era habitual—. Quizá Lisbeth solo quería evitar un escándalo si la reina resultaba embarazada del príncipe y no de usted.
Stephan lo miró con dureza.
—Pero si la dejaba infértil, tampoco podría tener un hijo mío. —Gruñó, el enojo latiendo en su voz—. Es tan impulsiva como toda su familia. Ahora entiendo por qué mi padre no la escogió como reina.
Por un instante, pensó en Lilith. Siempre la había considerado diferente: inteligente, de rápida adaptación, impecable... hasta que Michaelis apareció.
—Lisbeth es hermosa y culta, pese a su linaje. —Lennox reflexionó, aunque sus palabras llevaban una carga de duda—. Pero la reina Lilith siempre fue la esposa ideal.
Los ojos de Lennox brillaron fugazmente. Admiraba a Lilith más de lo que podía admitir, incluso siendo la mano derecha del rey.
Stephan soltó un bufido.
—Lo era... hasta que llegó ese maldito príncipe. —Golpeó la mesa con el puño, sacudiendo los papeles.
La rabia crecía. No solo por la traición que sentía, sino por el desmoronamiento de todo lo que había construido.
—Encuentra cualquier rastro de la droga entre las pertenencias de Lisbeth. —Su voz fue un filo cortante—. Si ese registro es real, debió haberle dado algo a la reina.
Lennox asintió, pero vaciló un segundo antes de hablar.
—Su madre... Lady Leslie, encontró una bolsa con galletas en la basura de la cocina hace unos días.
El silencio se tornó espeso.
Stephan alzó la mirada lentamente.
—¿Por qué no me lo dijiste antes?
El marqués tragó saliva, incómodo.
—No creí que fuera relevante, su majestad. —Se rascó la mejilla, evitando la mirada del rey—. Lady Leslie odia que se desperdicie comida. Ordenó que se entregaran a los pordioseros, pero al revisarlas decidió desecharlas.
Stephan se quedó pensativo.
Mi madre... Lady Leslie nunca desperdiciaba nada sin razón. Si las galletas estaban en una bolsa, ¿realmente estaban en mal estado?
—Llámala. Y también a la reina, al príncipe y a Lisbeth. —Su voz fue grave, controlando su creciente ira—. Quiero a todos en mi oficina, ahora mismo.
Lennox hizo una reverencia antes de salir apresuradamente.
Stephan se quedó solo, tamborileando los dedos sobre la mesa. Sus pensamientos eran una tormenta.
¿Lisbeth habría sido tan estúpida?
¿Y si fue Michaelis?
¿Y si Lilith...?
Su mirada se endureció.
Poco a poco, los convocados comenzaron a llegar, uno tras otro. La primera en cruzar el umbral fue Lisbeth, su concubina, con la cabeza alta y una expresión altiva. Su mirada buscaba de inmediato la aprobación de Stephan, siempre ansiosa por responder a su llamado y demostrar su lealtad.
Después llegó Lady Leslie, moviéndose con la gracia calculada de quien alguna vez fue reina. Su porte imponente y su expresión serena contrastaban con la tensión creciente en el ambiente. Cada paso suyo era medido, cada gesto, contenido.
Finalmente, las puertas se abrieron de nuevo. Lilith apareció acompañada de Michaelis, avanzando con lentitud. A pesar de su postura firme, sus ojos azules reflejaban una mezcla de cansancio y alerta. Michaelis caminaba a su lado, erguido y silencioso, como un escudo dispuesto a romperse antes de dejarla caer.
#2212 en Fantasía
#6698 en Novela romántica
magia amor romance misterios, posesividad celos amor, muerte rencor pasion
Editado: 21.01.2025