Sempiterno: Libro I

Deshonra

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Después de despertar abrazada a su príncipe encantador y contemplarlo mientras la luz del amanecer comenzaba a filtrarse por la ventana, Lilith se sumió en sus pensamientos. Las risas y la complicidad de su cita nocturna contrastaban dolorosamente con la cruda realidad que enfrentaba. ¿Era realmente posible evitar la guerra? Su reino tenía la oportunidad de convertirse en una gran potencia, pero el imperio Angelis no podía permitirse un conflicto, y mucho menos quedar en segundo lugar. No había término medio: uno de los dos tenía que perder. Y ella no podía pedirle a Michaelis que se detuviera por el bien de su hogar, especialmente cuando ella había tomado una decisión al entregarse a él la noche anterior.

La incertidumbre y la culpa, que se habían desvanecido en la calidez de su encuentro íntimo, volvían a florecer en su pecho, llenándola de angustia. ¿Sería capaz de traicionar a su propio reino?

— Encontraré una solución —Michaelis la abrazó, acariciándole suavemente el cabello, como si pudiera calmar sus tormentas internas.

— ¡Imposible! —frunció los labios, incapaz de dejar de suspirar y morderse la uña del dedo índice. Su mente era un torbellino de pensamientos contradictorios—. Trataré de hablar con Stephan y su padre.

— No. Se supone que nadie más que ellos dos sabe sobre sus planes —Michaelis la miraba con preocupación, sus ojos reflejaban un deseo de protegerla que la conmovía, pero su mente no podía evitar recordar las marcas que le había dejado sobre la piel, testigos de una conexión más profunda.

— Príncipe, necesitan ejércitos. No creo que sean los únicos que sepan —ella se separó de su abrazo, levantándose de la cama, sintiendo el frío de la habitación en su piel, un recordatorio de la realidad que la esperaba—. Puedo decirles que lo escuché de algún guardia y tratar de persuadirlos.

— No serviría de nada —suspiró él, acurrucándose nuevamente en la cama, agotado por el esfuerzo físico y emocional de la noche anterior—. Creerán que intercedes por mí, no por el bien del reino.

Lilith asintió, reconociendo la verdad en sus palabras. Todos pensarían que su amor por él le nublaba la vista, y hacer esa petición para detener la guerra podría ser visto como una traición a su lealtad. El peso de la decisión la aplastaba, cansada de luchar contra un destino que parecía inevitable. Fue en ese momento que alguien tocó la puerta de su habitación, interrumpiendo sus pensamientos.

— Su majestad —la voz de Leo resonó del otro lado.

— Vete de aquí —Michaelis lanzó una almohada hacia la puerta, su frustración palpable—. Tu voz me causa migraña.

La reina sonrió divertida al darse cuenta de que él seguía sintiendo celos de su propio caballero. Aunque no estaban tan injustificados, Leo comenzaba a interesarse por ella, lo que solo alimentaba la inseguridad del príncipe.

— Su majestad, el rey Stephan busca a la reina —respondió Leo, visiblemente molesto por los berrinches del príncipe. Afuera, estaba tratando de evitar que los guardias del rey entraran por la fuerza.

— Dame un segundo para salir —susurró Lilith, apresurada, mientras tomaba un vestido al azar. Sus manos temblaban levemente mientras se lo colocaba, pero Michaelis, con gesto firme, la ayudó a ajustar el corsé. Los dedos de él trabajaban con rapidez, pero no pasaban por alto las marcas rojizas que había dejado sobre su piel.

— Está bien —murmuró él, mirándola a los ojos, intentando transmitirle calma.

Lilith asintió, respiró hondo y, sin pensarlo más, abrió la puerta de par en par.

Del otro lado, una docena de guardias la esperaban, alineados como una muralla. Pero fue la silueta que emergía al fondo, acercándose con paso calculado, la que le heló la sangre. Stephan. Su mirada era gélida, cortante. Sus ojos recorrieron a Lilith de pies a cabeza, deteniéndose con descaro en las marcas visibles en su cuello.

— Buenos días, su majestad —saludó el rey, su tono impregnado de un desprecio velado. Una sonrisa mínima curvó sus labios—. Me han informado que ejecutaste a un sirviente sin mi autorización.

Lilith mantuvo el rostro inmutable, pero un escalofrío reptó por su espalda al notar cómo los guardias cerraban filas a su alrededor. La presión era asfixiante.

— El sirviente me ofendió —respondió, su voz firme aunque sentía el nudo en la garganta—. ¿Eso es todo?

Stephan dejó escapar una risa baja, carente de humor.
— Habría sido algo que podría haber pasado por alto… —sus ojos se deslizaron lentamente hacia Leo, de pie entre los guardias—. Pero no fueron mis hombres quienes ejecutaron al sirviente. Fue un extranjero.

El impacto fue inmediato. Lilith sintió cómo el aire se espesaba a su alrededor. Stephan lo notó. Saboreó la inquietud que cruzó su rostro.

— Y si no recibes tu castigo, Sir Leo pagará con su cabeza. —La amenaza cayó como un martillo, pesada y definitiva.

Lilith apretó los puños, sus uñas clavándose en sus palmas. No puedo permitirlo. Sabía que ceder sería humillante, pero desafiar a Stephan pondría en riesgo todo. Leo… Michaelis… su propio destino. Había sido descuidada, dejándose arrastrar por el orgullo.

— ¿Cuál es mi castigo? —preguntó, su voz baja pero temblorosa. La máscara de frialdad que solía llevar se resquebrajaba, y Stephan lo disfrutaba.

— La familia del pobre hombre está devastada. —Stephan suspiró con fingida compasión, sacudiendo la cabeza—. No buscan solo dinero, quieren algo más... tangible. Quieren desahogar su furia contigo. —Pausó, observando cómo sus palabras la calaban—. El pueblo también está asustado. Dicen que estos dos extranjeros matan a quien se les antoja.




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