Sempiterno: Libro I

Mística traición

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El salón del palacio resplandecía con banderines dorados y luces cálidas que danzaban sobre los rostros sonrientes de los invitados. Pero para Lilith, ese lugar era una jaula de oro. Cada paso que daba resonaba en el mármol como un eco vacío. Los murmullos se colaban entre las risas, afilados como cuchillos.

¿Sabes qué es lo que más me sorprende? —la voz de Lisbeth emergió como un susurro venenoso, apenas audible entre la multitud—. Que aún se atreva a presentarse como reina.

Lilith sintió un escalofrío helarle la espalda. Sus dedos se tensaron sobre la copa que sostenía. Cerró los ojos un segundo, inhalando con fuerza para reunir la dignidad que aún le quedaba.

— ¿Qué intentas insinuar, Lisbeth? —preguntó, su voz baja, pero firme, aunque un leve temblor la traicionó.

Lisbeth sonrió con suavidad, como si compartiera una confidencia. Dio un paso más cerca, inclinándose apenas.

— Oh, reina, no me malinterprete. —La dulzura en su tono era puro veneno—. Solo me intriga cómo puedes sonreír mientras caminas de la mano de tu amante en el cumpleaños de tu esposo.

Lilith sintió la sangre hervirle en las venas. Sus ojos buscaron los de Lisbeth, pero la concubina no temblaba. Su seguridad era una daga.

— En todo caso, no soy yo quien corre a los brazos del rey buscando protección. —Su respuesta fue controlada, un disparo certero.

Lisbeth inclinó la cabeza, pero su sonrisa no se desvaneció.
— ¿Y qué hay de tu consorte? —su voz era como terciopelo rasgado—. Dependiendo de él para sentirte viva. Siempre a su sombra, esperando que alguien te mire.

Los murmullos crecieron a su alrededor, como un mar oscuro que amenazaba con engullirla.

Lilith apretó los dientes. No. No me quebrarás.

— Tú no sabes nada sobre el amor, Lisbeth. Stephan solo te trajo aquí porque estás embarazada. —Sus palabras fueron cuchillas bien afiladas.

Por primera vez, la sonrisa de Lisbeth vaciló. Solo un instante.

— ¿Solo por mi bebé? —Lisbeth retomó la compostura con rapidez—. Quizá, pero al menos yo le doy algo que tú nunca pudiste.

El murmullo creció como un rugido.

— No entiendo su desdén, reina. —Lisbeth ladeó la cabeza, con una falsa compasión—. Soy solo la mujer que lleva en su vientre al primogénito del rey. Tú eres… nada.

Lilith sintió cómo la rabia la envolvía.

— Eres una manipuladora patética. —Su voz retumbó, quebrando el aire—. Si de verdad te importara tu hijo, te comportarías como una madre, no como una prostituta.

Las palabras de Lilith resonaron en el silencio del salón. Lisbeth retrocedió, sorprendida, y el murmullo se intensificó, como un eco de la tensión entre ambas. En un acto de desesperación, Lisbeth se llevó las manos al vientre, fingiendo que el dolor la estaba consumiendo.

— ¡Ay, no! Mi bebé… ¡Ay, por favor, alguien, llame a un médico! ——sus ojos se llenaron de lágrimas falsas y dramatizadas. —Temo que pueda perder a mi hijo.

El ambiente en el salón se tornó tenso tras las palabras de Lisbeth. A medida que la concubina se retorcía la mano sobre su vientre, sus ojos brillaban con lágrimas que parecían más un juego que una reacción genuina.

— ¡Reina, tenga piedad! —gritó una voz entre la multitud, y rápidamente se hizo eco entre los invitados. —Está causando un dolor terrible a una mujer embarazada.

Lilith sintió que el suelo se desvanecía bajo sus pies mientras los murmullos aumentaban a su alrededor. Los nobles, hasta ahora una audiencia silenciosa, comenzaron a murmurar con desaprobación, sus palabras como cuchillos cortantes.

— Es una reina sin compasión, —dijo un anciano, moviendo la cabeza con desdén. —¡Una vergüenza para el reino!

— Si algo le pasa al bebé de Lisbeth, será su culpa, —agregó otra dama, con una mirada dura y acusadora. —No podemos permitir que su egoísmo cause tal desastre. Quizá la reina sea infértil y no podemos perder al único príncipe heredero.

¿Príncipe? Ese hijo no tenía derecho al trono, ¿qué estaban queriendo decir con eso? Lilith sintió que la presión aumentaba, como si las miradas de los nobles fueran cadenas que la atrapaban.

El bullicio en el salón aumentó hasta que la voz grave de Stephan se impuso sobre la multitud. El rey avanzó entre los invitados con una calma estudiada, deteniéndose justo entre Lisbeth y Lilith, evaluando la situación con frialdad. Los murmullos se desvanecieron cuando su figura imponente captó la atención de todos los presentes.

— ¿Qué está ocurriendo aquí? —preguntó Stephan, con una ligera sonrisa que no alcanzaba sus ojos. Su tono no era de genuina preocupación, sino más bien de una autoridad que exigía respuestas inmediatas.

Lisbeth, con su actuación digna de un escenario, se llevó una mano al vientre, dejando escapar un suspiro dramático antes de responder.

— Oh, majestad... no es nada, solo que me he sentido mal... —Su voz temblaba ligeramente, como si el dolor fuera casi insoportable. —Pero temo que nuestra querida reina, en su enojo, me ha alterado... y mi hijo... —sus palabras se apagaron mientras fingía un ligero desmayo.

Stephan frunció el ceño, colocando suavemente una mano en el hombro de Lisbeth para sostenerla.

— Cálmate, Lisbeth, —dijo con suavidad, pero con la clara intención de ser oído por todos. Luego, giró hacia Lilith con una mirada que la heló por dentro—. Reina, sabes que Lisbeth está en una condición delicada... ¿cómo pudiste permitir que se llegara a este punto?




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