Sempiterno: Libro I

¿Te amé alguna vez?

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Lisbeth miraba el horizonte mientras el sol se hundía en el mar, tiñendo el cielo de un rojo intenso, tan profundo como los pensamientos que la carcomían. Había convocado a Víctor al jardín oculto del palacio, un lugar que conocía bien, y donde los secretos parecían perderse en el eco de las olas que rompían contra el barranco. Llevaba un vestido blanco que dejaba sus hombros al descubierto, sus labios rojos resaltando contra la palidez de su piel. Quería lucir perfecta, porque aunque su plan requería su inteligencia, también sabía que su belleza era su arma más poderosa.

Cuando Víctor apareció, su expresión fue una mezcla de preocupación y fascinación. Lisbeth lo recibió con una sonrisa leve, una que ocultaba el torbellino dentro de su pecho.

— Gracias por venir —dijo, su voz tan suave como el viento marino.

— ¿No es peligroso? —preguntó Víctor, observándola con una mezcla de ternura y cautela—. Si alguien nos ve, podrías meterte en problemas.

Lisbeth dejó escapar una risa breve y amarga mientras avanzaba hacia él.

— El rey está ocupado, como siempre. Nadie nos verá aquí —dijo con confianza, aunque su mirada traicionaba un destello de inseguridad. Se detuvo frente a él, observándolo detenidamente—. Víctor, sabes lo que Carlo está planeando, ¿cierto?

Víctor frunció el ceño. Aunque confiaba en ella, no estaba seguro de qué tan lejos podía llegar con la información.

— ¿La guerra? Sí. Estoy en la unidad que analiza los puntos débiles del imperio. Esta semana estamos en descanso, pero… —vaciló un momento—. ¿Por qué lo preguntas?

Lisbeth se sentó en el pasto, dejando que sus dedos juguetearan con las hebras verdes mientras recordaba los informes que Stephan le había permitido leer.

— Porque esto no es solo sobre Carlo. Estoy segura de que Lilith tiene algo que ver.

Víctor la miró con incredulidad, dejando escapar una risa nerviosa.

— ¿La reina? Eso no tiene sentido. Ella no traicionaría al príncipe, no por lo que he visto.

— Pero sí traicionaría al rey Stephan sin dudarlo ni un segundo —replicó Lisbeth con firmeza, su voz cargada de un veneno que ni ella misma entendía del todo. Se recostó en el pasto, mirando el cielo como si las nubes pudieran darle respuestas—. Esa mujer no es una santa, Víctor. Sé que está tramando algo, pero no sé cómo exponerla.

Víctor se sentó a su lado, su cercanía cálida y reconfortante. Lentamente, deslizó una mano por su brazo, intentando calmarla.

— ¿Qué esperas que haga? —preguntó en un susurro. Sabía que Lisbeth lo necesitaba para algo, pero no podía adivinar qué era.

Lisbeth se giró hacia él, observando su rostro con detenimiento. Sus ojos miel, su expresión seria, su compasión, todo en él la desarmaba. De repente, un impulso que no pudo contener la llevó a inclinarse hacia él y besarlo, un beso largo, profundo y desesperado. Cuando se separaron, sus ojos estaban llenos de lágrimas.

— Lo siento mucho —dijo, su voz entrecortada por la emoción—. Nunca quise hacerte parte de esto. Nunca quise ser esto. —Sus manos temblaban mientras las llevaba a su vientre abultado, como si tratara de proteger lo poco que le quedaba.

Víctor no dijo nada, simplemente la observó, esperando que continuara.

— Me criaron para ser reina o amante, no para ser libre. Y cuando Stephan regresó por mí… —Lisbeth dejó escapar un sollozo, sus lágrimas mezclándose con las palabras—. No supe decir que no. Quería que mi madre se sintiera orgullosa, aunque fuera por algo que detestaba.

Se cubrió el rostro con las manos, su cuerpo temblando mientras Víctor la rodeaba con sus brazos. La culpa y la ambición chocaban dentro de ella como dos olas en un mar tormentoso. Amaba a Stephan, pero ese amor ya no era suficiente. Su deseo de mantener lo poco que tenía y, más aún, de conseguir más, comenzaba a eclipsar todo lo demás.

Víctor permaneció en silencio, observándola mientras las lágrimas caían por su rostro. La escena le recordaba el día en que Lisbeth rompió su compromiso con él frente a toda su familia, un compromiso que, aunque aún no era público, se suponía que anunciarían al día siguiente. En lugar de ira o rencor, solo sentía esa punzada habitual en el pecho, el eco de un amor que nunca se apagó.

— ¡Dime algo, Víctor! —La voz de Lisbeth se quebró mientras alzaba ligeramente el tono—. ¿Por qué eres tan amable conmigo? Te rompí el corazón. —Su mirada se volvió suplicante—. ¿Por qué no me odias? Al menos dime cómo me ves ahora, es lo mínimo que merezco por haberte abandonado.

Víctor bajó la vista, el peso de sus palabras revolviendo sentimientos que nunca había sabido procesar del todo. Sin embargo, optó por cambiar de tema, consciente de que la conversación podía llevarlos a lugares peligrosos.

— ¿Buscas ayuda para exponer a la reina? —preguntó bruscamente, desviando la conversación hacia algo más práctico.

— Sí, pero no estoy hablando de eso ahora mismo —respondió Lisbeth, visiblemente herida por su reacción. Sabía cómo se veía: como alguien que manipulaba a otros incluso mientras se disculpaba. Y, en el fondo, sabía que no estaba del todo equivocada—. Víctor, mis disculpas no tienen nada que ver con pedirte ayuda.

— ¿Y qué si así fuera? —respondió él, acercándose lentamente. Sus ojos miel parecían buscar algo en los de ella, una verdad que nunca encontraría—. Podrías romperme en mil pedazos y aún así seguiría amándote.

Sin contenerse más, la besó, profundo y lleno de un deseo que llevaba años reprimiendo. En ese momento, todo lo que Víctor quería era perderse en ella, aunque fuera solo por un instante.




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