Sempiterno: Libro I

Secretos malditos

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La tarde se desvanecía en un cálido abrazo dorado cuando Leo se acercó a la sala del trono. Su rostro mostraba una preocupación palpable, y su andar, apresurado, parecía arrastrarlo hacia una verdad que no quería enfrentar. Cada paso era una carga, una sensación incómoda que lo mantenía en vilo. Al entrar, encontró a Lilith sentada en el sillón, su mirada perdida en el vacío, como si el peso de las emociones que la habían abrumado fuera demasiado grande para procesar.

— Reina Lilith —dijo Leo, su voz suave, pero cargada de ansiedad. Ella levantó la mirada, sus ojos llenos de lágrimas contenidas, como si cada parpadeo fuera un esfuerzo por retenerlas.

— ¿Qué sucede? —preguntó, su voz entrecortada, y Leo pudo sentir la desesperación en sus palabras.

— Michaelis se ha marchado al Imperio —anunció Leo, incapaz de ocultar la inquietud en su tono, que ahora sonaba más grave de lo que hubiera querido. — Se fue para llevarle información a Alessandro y, según sus palabras, también para visitar las cuevas del dragón, como habían planeado.

El corazón de Lilith se hundió. En cuanto escuchó "las cuevas del dragón", un nudo de ansiedad se formó en su estómago. Pensó en lo que aún quedaba sin resolver entre ellos, la discusión que se había desbordado, las palabras dichas sin medida. Sentía el peso de todo lo no dicho.

— ¿Cuándo se marchó? —preguntó, apenas un susurro, como si el simple acto de hablar de ello pudiera quebrar algo dentro de ella.

— Hace poco, justo después de… —Leo vaciló, sintiendo la culpa atragantándose en su garganta, como si las palabras que estaba a punto de decir fueran aún más pesadas que la situación misma. — Justo después de que ustedes dos tuvieron esa discusión.

Lilith cerró los ojos, su mente nublada por la culpa. La ira que había sentido durante su última conversación con Michaelis se disipaba, dejando en su lugar un arrepentimiento punzante, casi insoportable. Había permitido que su enojo la cegara, que su propio dolor la llevara a crear una distancia que ahora se sentía como un abismo. Michaelis estaba lejos, llevando consigo la sombra de esa discusión, una tensión que ambos habían creado sin querer.

— ¿Estás bien? —preguntó Leo, un atisbo de preocupación en su rostro al ver la palidez que había tomado el rostro de Lilith.

Lilith lo miró, y en sus ojos brillaban no solo las lágrimas, sino una tormenta interna que aún no lograba calmarse. Su expresión, antes de piedra, ahora se ablandaba bajo el peso de la emoción.

— No, no estoy bien —dijo con firmeza, pero sus palabras tenían un tono que también hablaba de la fragilidad que sentía en su interior. — Tengo que ir tras él. Prometí que iríamos juntos.

Leo la miró con preocupación, pero se acercó un paso, colocando una mano sobre su hombro.

— Lilith, espera. Escucha —dijo, su voz grave, como si intentara evitar una catástrofe. Tomó una respiración profunda, consciente de lo delicado de la situación. — Es peligroso salir corriendo tras él. Eso alertaría a Stephan. ¿Y si, en vez de eso, le envías una carta?

Lilith frunció el ceño. La idea de una carta le parecía insuficiente. ¿Cómo podría expresarle todo lo que sentía solo con palabras escritas? Pero sabía que Leo tenía razón: ir tras Michaelis sin pensarlo no solo levantaría sospechas, sino que sería un juego peligroso.

— Una carta no podrá expresar todo lo que necesito decirle —respondió con voz baja, con un dejo de frustración. El dolor de estar atrapada entre su amor y la situación la consumía.

Leo, al ver su indecisión, asintió lentamente, intentando tranquilizarla.

— Cuando él regrese, podrán hablarlo mejor, ¿qué te parece? —Intentó alentándola, aunque la tensión entre ellos aún era evidente. No entendía del todo qué había sucedido en su discusión, pero la fría expresión de Michaelis lo decía todo: había sido más que una simple pelea.

Lilith asintió, aunque su mente seguía atrapada en la incertidumbre. A pesar de todo, algo en su interior la empujaba a hacer algo, a ir tras él, a no dejar que ese abismo creciera aún más.

— Sí… aunque una carta también podría considerarse un peligro. —dijo con un suspiro, sintiendo que no había forma de evitar la tormenta emocional que la acechaba.

Leo, viendo la dificultad en su rostro, hizo un gesto suave con la mano.

— Te dejaré a solas para que escribas con libertad. Llámame cuando la tengas lista, y yo se la haré llegar con alguien de confianza. Tranquila. —Le dio un pequeño apretón en el hombro antes de salir, dejando a Lilith con el peso de sus pensamientos.

Lilith suspiró, sintiendo el aire pesado a su alrededor. Caminó lentamente hacia su oficina, el sonido de sus pasos resonando en la quietud. Al entrar, se sentó en su escritorio, con la pluma en la mano, pero las palabras parecían haberse quedado atrapadas en su garganta. Se tomó unos minutos, el tiempo extendiéndose mientras se debatía en su mente. Finalmente, comenzó a escribir, como si al poner en papel sus sentimientos pudiera liberar un poco de la presión que sentía en su pecho.

"Querido Michaelis..." empezó, las palabras temblando bajo su mano. "Lo siento."

"Espero que estas peleas sean el resultado del estrés por la situación que enfrentamos, y que cuando la guerra termine y el imperio siga en pie, podamos disfrutar el uno del otro. Ten cuidado con el dragón. Yo aún te amo. Siempre lo haré."

La carta estaba escrita, pero ella sentía que aún quedaban muchas palabras por decir, muchas que nunca podría escribir.




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