Al amanecer, un golpe suave en la puerta interrumpió el tranquilo ambiente de la habitación. Leo estaba allí, con una expresión seria. —Debemos presentarnos en la entrada del palacio —anunció, su tono revelando la gravedad del momento. Aunque el emperador Alessandro entendía la situación, la descortés llegada de la reina no pasaba desapercibida, y la emperatriz Sasha no lo toleraría.
Lilith se sintió avergonzada mientras se vestía rápidamente, un torbellino de emociones la invadía. La ira brotó nuevamente en su pecho, pero también estaba el miedo; si Stephan notaba su ausencia, las consecuencias podrían ser desastrosas. Con cada prenda que se ponía, el peso de la incertidumbre aumentaba, pero sabía que no tenía opción, debía enfrentar lo que viniera.
El recorrido hacia la entrada fue un silencioso tormento.
Finalmente, cruzaron los enormes pasillos hasta llegar a las puertas del palacio. La construcción era imponente, una obra de arte de mármol y cristal, con columnas talladas que parecían sostener el cielo. Las puertas de ébano estaban abiertas de par en par, revelando los vastos jardines que se extendían como un océano de flores vibrantes.
Un aire frío y fresco acarició a Lilith al salir, trayendo consigo el aroma de pétalos recién caídos.
Allí, en medio del jardín, se alzaba el árbol que Michaelis le había mencionado: el árbol que su abuelo había hecho crecer para él antes de nacer. Sus ramas robustas se desplegaban con elegancia, dejando caer pétalos rosados como una lluvia silenciosa. Era un contraste desgarrador: belleza y calma en el exterior, mientras su interior era un torbellino.
Lilith apenas tuvo tiempo de absorber la escena antes de que una figura emergiera desde los escalones superiores.
El emperador Alessandro se movía con la seguridad de quien no necesita imponerse. Su porte era regio, elegante. Aunque compartía ciertos rasgos con Michaelis, Alessandro era diferente. Su piel dorada parecía brillar con la luz del amanecer, y su cabello rubio, más claro, caía con naturalidad sobre su frente. Sus ojos, cálidos pero calculadores, eran de un marrón profundo, llenos de paciencia y sabiduría.
Lilith intentó buscar en él algún atisbo de hostilidad, pero solo encontró una calma desconcertante.
Pero no fue Alessandro quien la inquietó. Fue la mujer que descendió a su lado, la emperatriz Sasha.
Su sola presencia parecía llenar todo el espacio.
Sasha era hermosa de una manera imponente. Su piel morena brillaba bajo la luz, y sus ojos color miel la observaban con una mezcla de frialdad y cálculo. Su cabello rizado y oscuro caía en trenzas finas adornadas con hilos dorados, cada una cuidadosamente entrelazada, dando la impresión de que cada detalle de su imagen había sido diseñado para imponer respeto.
Su vestido, de tonos profundos y telas pesadas, caía con elegancia, reforzando la autoridad que emanaba de cada uno de sus movimientos.
— Es un placer para mí estar aquí. —La voz de Lilith sonó más firme de lo que se sentía por dentro. Hizo una reverencia cuidadosa, forzando una leve sonrisa que no alcanzó a borrar la tensión en sus ojos. La adrenalina le recorría el cuerpo, pero debía mostrarse serena.
— El placer es nuestro. —La respuesta de Sasha fue suave, pero cargada de una cortesía calculada. Su mirada descendió lentamente por la figura de Lilith, inspeccionándola con un escrutinio que era difícil de ignorar. Observó las ojeras marcadas, el desaliño en su cabello y la ausencia de maquillaje.
Un detalle que la emperatriz no dejó pasar.
— ¿A qué debemos su visita? —preguntó Sasha, con una curiosidad que no intentó disimular. Su tono era neutro, pero la dureza en su mirada hablaba por sí sola.
Lilith abrió la boca para responder, pero las palabras se le atascaron en la garganta. La humillación, el miedo y la rabia se mezclaban, y cualquier explicación parecía insuficiente.
Antes de que pudiera encontrar algo que decir, un movimiento llamó su atención.
Una figura familiar se abrió paso entre los sirvientes con paso apurado.
— ¡Lilith!
Lady Katherine. Su cabello rubio, cuidadosamente recogido, se balanceaba mientras apresuraba el paso. Sin pensarlo, se lanzó hacia Lilith, envolviéndola en un abrazo cálido y apretado.
— ¡Mi pequeña! —exclamó Katherine con un alivio palpable—. Oh, no sabes cuánto he deseado verte.
Lilith sintió cómo la dureza de sus músculos se aflojaba apenas un poco. Había una calidez en ese abrazo que le recordaba lo que era sentirse cuidada, protegida.
— Gracias, lady Katherine. —murmuró, apenas capaz de sostener la voz.
Katherine se apartó solo lo suficiente para sostenerle el rostro con ambas manos, sus dedos temblorosos pero firmes. Sus ojos recorrieron con preocupación cada detalle: el temblor de sus labios, el brillo húmedo en sus ojos.
— Mi niña… —susurró, con tristeza—. ¿Qué te han hecho esta vez?
Lilith apretó los labios, pero las palabras murieron en su garganta. La respuesta era demasiado dolorosa.
¿Qué no le habían hecho?
Las lágrimas, contenidas por tanto tiempo, brotaron de golpe. El peso de todas las humillaciones, la traición de Stephan, las miradas de desprecio, la soledad… todo se derrumbó.
Su llanto fue silencioso al principio, pero pronto se convirtió en un sollozo ahogado. Katherine la sostuvo con más fuerza.
— Shh, calma, mi niña. —El tono de Katherine era suave, pero firme, como quien intenta recomponer algo que sabe que está quebrado—. Mientras estés aquí, estarás bien. Nadie te hará daño.
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Editado: 21.01.2025