Presente
La mañana había amanecido fría y mojada. En octubre el aire estaba bañado por espesas nieblas que se levantaban cerca del mediodía y rociaban la tierra con gotas brillantes. El sol era perezoso, se despertaba cada día más tarde y desaparecía más temprano de su puesto.
Jared recorrió con ritmo veloz la distancia entre su casa y el hotel, aprovechando para despertar su musculatura dolorida. Había pasado la mayor parte de la noche escribiendo, y su mente, igual que su cuerpo, se encontraba en un estado semi comatoso, negándose a aceptar la realidad y sus encargos.
Por suerte, la luz era grisácea y opaca, perfecta para sus ojos irritados y sensibles. La alfombra de hojas secas crujía bajo sus pasos y la brisa traía la fragancia especial de la estación: recuerdos del ardiente verano y promesas de un no muy distante invierno.
Le gustaba seguir un horario y empezaba cada día solucionando los problemas del hotel. De ese modo se las arreglaba para tener libre hasta la hora del cierre si no aparecían situaciones emergentes que requerían su presencia.
Encontró a Mara en la recepción y ella lo recibió con una sonrisa agradable. Había tenido la suerte de contratarla hace un año atrás como directora de operaciones, un eufemismo que se traducía en que le había derogado sus obligaciones. Ella se encargaba de todo, no obstante, las decisiones las tomaban juntos y las firmas finales eran las de él.
—Buenos días.
Jared le correspondió a la sonrisa, aunque los músculos de su cara protestaron ante la sencilla operación.
Mara era joven, encantadora, le apasionaba el área y parecía tener la capacidad de trabajar veinticuatro horas al día. Además, era organizada, elegante y no le había fallado ni una sola vez desde que había comenzado. Podía decir que eran amigos, más desde que Cedric «el niño de oro» se había mostrado muy interesado en su persona. Y, aunque estaban al principio de la relación, Jared veía un final feliz para ellos dos y le gustaba la idea de que indirectamente había hecho el papel de Cupido. Se alegraba por su amigo, pero él mismo prefería mantenerse lo más lejos posible de las palabras que enlazaban dos corazones. El compromiso y las relaciones de larga duración habían sido expulsados del diccionario de su vida.
—Hola, Mara. ¿Con qué empezamos?
—Tienes que mirar el presupuesto para la reforma de la suite y aprobar las ofertas de los meses diciembre y enero —le informó mientras estudiaba unos papeles que tenía sobre el mostrador—. Y el fotógrafo contratado para la publicidad te espera en tu oficina.
—¿Ha llegado? Bien, perfecto. En cuanto acabe con él, sube para que resolvamos los otros asuntos.
—Hmm…—carraspeó y sonrió—, es ella.
—¿Cómo?
—El fotógrafo es una mujer.
Jared se quedó petrificado por un presentimiento de mal augurio. Tan intenso fue el escalofrío que le sacudió la columna vertebral que su respiración se heló y tuvo la sensación de ver el vapor congelado rozándole la nariz. ¡No podía ser…!
—¿Cómo se llama? —inquirió, rogando no estar en lo cierto.
Esperó lo que le pareció una eternidad hasta que Mara buscó los documentos necesarios y verificó el nombre.
—Íria Golding —le informó en voz alegre, sin saber que acababa de citar la sentencia de su jefe.
La cabeza de Jared empezó a martillear con ferocidad. ¿Cómo se me escapó?, se preguntó, procurando hacer memoria del momento en que había visto el contrato. No había pensado ni un momento que fuera posible. Normalmente se fiaba de Mara y no leía lo que firmaba, se basaba en sus notas explicativas. Y de ninguna manera hubiera imaginado ver el nombre de Íria en los documentos, así que los había firmado con los ojos cerrados.
Forzó las ruedas de su cerebro a moverse y encontrar una escapatoria.
—¿Podemos revocar el acuerdo?
Mara lo miró con los ojos abiertos como platos.
—No lo creo. De hecho es un contrato bastante firme y con anexos claramente estipulados. ¿Pasa algo?
Jared se fijó que la chica de la recepción también lo miraba de modo extraño. Cerró los ojos con fuerza mientras controlaba el ritmo de su respiración.
—No, no pasa nada. Iré al encuentro, pero busca cualquier manera para invalidar ese papel.
Se alejó con rapidez, sin mirar por dónde iba.
El hotel había sido construido más de cien años atrás por su tatarabuelo y se parecía a una casa colonial de dos niveles. Las habitaciones habían sido muy amplias al principio, pero su abuelo las había modificado para introducir los cuartos de baño individuales. La piedra rojiza y la madera eran elementos centrales, y él había intentado mantener el estilo rústico, añadiendo todo el confort que un turista pijotero podía pedir.
Subió la escalera en forma de caracol y se dirigió hacia el último cuarto del pasillo, el que había acondicionado como su oficina. Las ventanas amplias daban hacia el bosque y la vista le hacía mucho más fácil el fastidioso trabajo con el papeleo.
Se dio cuenta de que casi corría y aminoró el paso, procurando a la vez calmar su carácter. Sus zancadas no se escuchaban por la gruesa alfombra del pasillo. Se tomó un segundo de pausa delante de la puerta, preparándose mentalmente para la confrontación.