Trece años atrás
Íria avanzó en el bosque con la cabeza en alto, admirando las crestas de los abetos. Tenía la cámara preparada en la mano, aunque la correa colgaba de su cuello por si necesitara desatenderla. Miraba hacia arriba y, no obstante, caminaba con cuidado para no engancharse entre las raíces salidas o las plantas. Nunca se había aventurado tan lejos, pero se había sentido atraída por el aire fresco y el silencio, y se había quedado por haber encontrado la hermosura y una vida totalmente diferente de la que ella experimentaba cada día.
Los altercados entre sus padres no habían cesado, todo lo contrario, habían empeorado, y ahora que tenía las vacaciones de verano, no encontraba salida. Hacía lo imposible para estar menos tiempo en casa, e incluso así, era demasiado. Pasaba muchos ratos con Liza, pero por desgracia no podía mudarse con ella. Así que cogía su cámara y se perdía en paseos interminables, procurando volver a casa lo más tarde posible.
Escuchó el ruido de agua gorgoteando y siguió el sonido. Pronto vio el resplandor de las ondas de un río pequeño, no más de unas cucharadas de agua que serpenteaban por encima y por debajo de unas piedras grandes, cubiertas de musgo verde. Encantada por la imagen, tomó primero unas fotografías, luego la probó con la mano. Estaba fría y cristalina, y el sonido se oía como pura música relajante.
Dejó la cámara en el suelo, se quitó las deportivas y metió los pies en el agua. Se tumbó y miró hacia el cielo, contenta de haber encontrado la paz.
—Te dije que deberías cuidarla mejor —escuchó una voz a su espalda.
Íria soltó un grito, asustando las aves que se sobresaltaron más que ella. Al girarse se encontró con que Jared la miraba por debajo de la visera de una gorra deportiva, con la espalda apoyada contra un tronco y el cuaderno sobre las rodillas.
—¿Qué haces aquí? —lo interrogó mientras se levantaba y se ponía las zapatillas.
Jared sonrió y cerró el cuaderno, dejándolo a un lado, encima de su mochila.
—La pregunta correcta es, ¿qué haces tú aquí?
—Estaba… paseando. Tomando fotos —ella contestó rápido, señalando la cámara olvidada en el suelo como si fuera su testigo—. ¿Y tú?
—Paseando, tomando el aire.
Íria estaba segura de que había detectado un leve tono burlón, pero con la gorra escondiéndole la mitad del rostro no podía leer su expresión.
En las últimas semanas de clase su relación había avanzado tanto que cuando se encontraban, Jared la saludaba con un movimiento de cabeza. Íria se había quedado un poco decepcionada por la distancia que mantenía. Había pensado que si daba el primer paso, conseguiría acercarse más a él. Incluso lo había perdonado por la noche del baile y le había sonreído cada vez que lo había visto, pero Jared había seguido tratándola con el mismo interés que a una hoja de lechuga.
Quería conocerlo, saber más de él. Como: ¿qué escondía en el cuaderno?, ¿por qué se mantenía al margen?, ¿por qué era tan distante, tan misterioso? Íria no tenía el valor de preguntarle a Liza, aunque sospechaba que ella sabía incluso qué número llevaba Jared en los zapatos. Pero Liza le había hablado de todo el instituto, de todo el pueblo, menos de él.
Tenía entendido que la madre de Jared se encargaba del hotel de la zona y eso lo sabía porque su padre acababa de conseguir un empleo allí. Un milagro por el cual debía agradecerle a la abuela Candela que era muy amiga de la abuela de Jared. Sin embargo, el resto de su vida seguía escondida, e Íria planeaba quitar el velo de una manera u otra.
—¿Vienes a menudo aquí? —se interesó, acercándose con pasos perezosos.
—¿Por qué quieres saberlo?
Jared preguntó eso cabizbajo, a la vez que jugaba con el bolígrafo sobre el cuaderno, dándole vueltas entre los dedos y deteniéndolo en la tapa con un movimiento brusco. Luego volvía a repetir la operación, pareciendo que su atención se centraba en el proceso. Al percatarse de que no recibió respuesta, levantó la cabeza, mirándola interrogante.
Harta de su actitud superior y visiblemente desinteresada, Íria explotó:
—Porque quiero conocer tu horario y acosarte —ironizó. Por desgracia, Jared no la entendió de la manera que ella había planeado.
—¿De verdad? —Él sonrió, estudiándola con fascinación poco disimulada desde la punta de los zapatos hasta la parte superior de su cabeza y todo el camino al revés.
Íria se cruzó de brazos, con la sensación de que su mirada pudiera penetrar a través de la ropa.
—¡Deja de ser tan imposible! —ordenó. Avanzó y se sentó a su lado, moldeando su espalda sobre la madera áspera del tronco. Desde esa posición no podía inspeccionarla, pensó complacida.
—No sabía que lo era —murmuró Jared, siguiendo con la mirada sus movimientos—. ¿Piensas quedarte? —inquirió, pareciendo sorprendido por su decisión.
Íria se sentía insultada por su evidente rechazo, pero no pensaba mostrarlo.
—¿Es tu bosque? —espetó.
—No, claro que no. —Jared retomó el juego con el bolígrafo mirando hacia adelante.