Presente
—¡Vamos! Tú sí que puedes.
Jared le respondió a Mara con una mirada petulante mientras flexionaba los músculos; dobló las rodillas y se concentró en respirar por la nariz. Centró la mirada en el objetivo, avanzó un paso con el pie derecho, balanceó la bola hacia atrás y la soltó con fuerza cuando llegó a la altura de su tobillo.
Los diez bolos colocados en forma de triángulo equilátero se desplomaron en todas las direcciones.
—¡Pleno! —Mara gritó y aplaudió encantada.
Se encontraban en un centro de divertimiento a las afueras del pueblo, pensado y construido para ser usado por todo el mundo, desde jóvenes a familias con bebés. Imaginándose el ruido y la multitud, en un primer instante Jared se había opuesto de modo categórico a la idea de Mara. Al detenerse para pensarlo, había entendido que era precisamente lo que necesitaba para olvidar sus problemas actuales. Quedarse solo con sus pensamientos no era una opción inteligente y tampoco podía concentrarse en escribir. Las únicas escenas que le venían a la cabeza eran las que implicaban detallados actos de venganza contra mujeres traidoras.
Le alegraba constatar que se encontraba bien. Reconocía que al estado efusivo había ayudado un número impresionante de botellas de cerveza ahora vacías, pero lo importante era que había funcionado.
—Oye, se supone que debes apoyarme a mí —protestó Cedric—. ¿En qué clase de equipo una parte favorece al otro lado?
—Es mi jefe —susurró Mara, dándole un beso rápido.
La cita de Jared de esa noche cruzó sus largas piernas y le sonrió con dulzura. Avergonzado, se dio cuenta de que no recordaba su nombre. Cedric afirmaba que tenía una «tierra mágica» de donde las conseguía cuando las necesitaba. La verdad era que tenía muchos contactos y mucho cuidado de no acercarse demasiado. Dejaba las cosas claras desde el principio, y muy pocas veces salía con la misma mujer. No se arriesgaba a repetir las citas, a entrar en intimidades, y jamás consideraba a alguien del pueblo. Aunque las reglas eran sencillas, desde que se las había impuesto su existencia había mejorado e insistía en no romperlas.
—Nuestro turno —dijo Mara, arrastrando el brazo de Cedric para forzarlo a levantarse.
—Nos ayudaría si jugaras para nuestro equipo —se quejó él.
Jared sonrió y se acercó a la mesa donde esperaba la mujer. Forzó su mente en recordar su nombre: Ania, Alia, Li… Nelia, sí, eso era. Era morena, alta y sofisticada. No había parecido encantada por el sitio, pero ni se había quejado, lo que era un punto en su favor. Justo como le gustaba: sin pretensiones.
—¿Quieres algo más? —le preguntó señalando su vaso casi vacío.
Ella hizo bailar los dedos sobre su antebrazo en un movimiento sensual. Sí, el mensaje estaba tan claro como si lo hubiera gritado, pensó sonriendo.
—De momento, no —contestó, poniendo acento en las primeras palabras y mirándolo de forma sugestiva.
Te he entendido desde la primera vez. En un día normal Jared no se lo pensaría dos veces, pero por alguna razón, esta noche no estaba convencido. Tenía una especie de virus bajo la piel que hormigueaba de manera irritante. Decidió que una cerveza más iba a relajarlo y ayudarlo a encontrar la oferta más atrayente, incluso considerar aceptarla.
—Voy a pedir otras bebidas. Vuelvo enseguida —dijo, alejándose en la dirección de la barra.
Lo hizo lo más rápido que pudo, pero al regresar sufrió los síntomas de un ataque en cadena: primero su corazón empezó a tamborear un ritmo veloz, luego un rayo punzante pasó por sus sienes y estuvo a punto de dejar caer la bandeja con las bebidas por culpa del temblor de sus manos.
Por Dios bendito que no tiene misericordia conmigo, farfulló en voz baja. Había faltado unos pocos minutos, pero al parecer, había sido bastante tiempo para que Íria apareciera de la nada y se sentara confortablemente en su mesa. Sus amigos habían abandonado el juego y acompañaban a ella y a Liza, pareciendo pasarlo en grande. Las carcajadas de Íria se sentían como ácido vertido en su estómago.
Jared dejó la bandeja en la mesa, les obsequió lo que esperaba que fuese una sonrisa a los otros, y agarró la muñeca de Íria.
—¿Podemos hablar un momento? —preguntó en voz dulce.
Ella miró sus dedos más firmes que un par de esposas y se levantó sin protestar, con una expresión imperturbable. Jared la llevó casi a rastras hasta que salieron fuera del local. Después del calor de dentro, el aire fresco le golpeó y sus pensamientos empezaron a tomar contorno. La liberó y se inclinó ligeramente, poniendo las manos en los músculos, más abajo de las caderas, con miedo de que si no lo hacía, acabarían en la garganta de Íria. Respiró hondo y al incorporarse procuró que su voz sonase indiferente.
—¿Estás acosándome?
Íria había escondido sus dedos en los bolsillos de los vaqueros y mantenía una pose relajada. En cuanto lo escuchó, se echó a reír con tanta violencia que las personas que pasaban la miraron de hito en hito.
—¿Perdón? —preguntó entre carcajadas, su rostro una máscara de incredulidad.