Sencilla Obsesión

5.5

Trece años atrás

                 

Íria escuchó el sonido del motor de un coche por la ventaba abierta, pero no se desconcentró del trabajo. El portazo le fue indiferente y continuó verificando las últimas fotografías. El efecto deslucido que había probado se veía espectacular y engañaba tanto que a primera vista las imágenes parecían tomadas cien años atrás.

Alzó la cabeza cuando el pasillo se llenó de murmullos, preguntándose con quién estaba hablando su abuela, sabiendo que su padre debía estar trabajando y su madre había salido al mercado.

—¡Íria! —La inconfundible voz de Candela, modificada debido a la cantidad de humo de tabaco ingerido, sonó como un trueno en el silencio de la casa.

Abandonó el ordenador encendido con la última imagen en la pantalla y salió al pasillo. Su abuela acababa de entrar en la cocina acompañada por su amiga, la señora Magnolia, y llenando el vano de la puerta con cara de desear estar en cualquier otro sitio, se encontraba Jared.

El corazón de Íria se disparó contra sus costillas y el calor le inundó las mejillas. Tragó en seco y se forzó a hablar.

—Hola.

—Hola. ¿Cómo estás? —Jared contestó mirando a través de ella, y apoyó el hombro contra el marco de la puerta.

—Bien… bien. ¿Qué haces aquí?

—Mi abuela me ha sobornado con una limonada a cambio de acercarla en coche. Espero que me pague pronto, tengo sed —dijo mirando esperanzado hacia la puerta de la cocina.

—Enseguida te la traigo. —Íria se apresuró en ir a buscar la limonada. A ella también le vendría bien algo frío. Algo muy frío.

Al regresar lo encontró en la misma posición, apoyándose en un hombro y con las piernas cruzadas a la altura de los tobillos, pero había cambiado el sitio y elegido la puerta de su habitación. Se riñó por no haber pensado en invitarle a que se acomodase en el salón.

—Toma —le ofreció el vaso, comunicándole con la mirada que no le gustaba el hecho de que hubiera invadido su espacio privado.

Si lo había entendido o no, no podía saberlo. Jared no se inmutó. Aceptó el vaso, dio un sorbo y señaló con la cabeza hacia dentro.

—¿Qué hacías?

—Comprobaba unas fotografías.

—Parece… —se detuvo como si buscara la palabra correcta—, entretenido —comentó con un leve tono burlón.

—Lo es para mí —replicó Íria, molesta, pasando por su lado como una ráfaga de viento. Su hombro chocó contra la mano de Jared y unas gotas saltaron del vaso, salpicando la inmaculada camiseta blanca que él llevaba—. Lo siento. —Maldiciendo su torpeza, buscó en el escritorio y le ofreció una servilleta de papel.

—Enséñamelas —pidió Jared mientras se secaba con movimientos lentos.

—¿Qué?

—Las fotos. Quiero verlas.

Sin saber cómo reaccionar, Íria se quedó en silencio. Todo el mundo que la conocía sabía de su adicción por la fotografía, pero nadie le hacía caso de verdad. Nadie le había pedido que le enseñase su trabajo, ni sus padres se interesaban en lo que suponían que era un pasatiempo. De algún modo, había llegado a considerarlas privadas, su mundo propio.

—Me lo debes —él insistió, señalando su camiseta manchada.

—No son gran cosa —tartamudeó ella.

Jared lo tomó como una aceptación ya que avanzó hacia dentro y se sentó en la silla de delante del escritorio. Cogió el ratón, pero no hizo otro movimiento y la miró interrogante.

Íria se acercó, especulando qué archivo era menos comprometedor. Se inclinó para coger el ratón y alejó con brusquedad la mano a Jared. Cerró la pantalla con la fotografía anterior y entró en el fichero que contenía todos los archivos alineados por nombres y fechas.

—¿Qué quieres ver?

Sus brazos estaban unidos desde los hombros a las palmas y el vello de la mano de Jared le hacía cosquillas. Sintió el calor avanzando en olas sobre su piel y la fragancia refrescante del cuerpo del chico. Por un momento perdió la concentración y fue suficiente para que Jared apartara su mano y abriera el archivo del día de la excusión del lago.

Las fotografías aparecieron en forma de íconos pequeños y él pulsó dos veces sobre una al azar, abriéndola en tamaño de pantalla completa.

Íria se retiró a su espalda y se cruzó de brazos, observando su índice apretando el botón del ratón. Jared tenía manos grandes, de dedos largos y elegantes, pero fuertes. Regresó con la mirada en la pantalla, incómoda e inquieta por el hecho de que él se encontrara en su cuarto.

Las imágenes aparecían y desaparecían en segundos, dependiendo de su interés. Los chicos y las chicas de la clase, los profesores y el paisaje. Tenían diferentes tamaños y algunas habían sido editadas por ella, añadiendo sombras o luz, redimensionándolos o cortándolos.

En cuanto vio las manos y el cuaderno, Íria se dio cuenta del error y se apresuró en detenerlo. Antes de lograrlo, su muñeca fue agarrada por los dedos de Jared.

—¿Qué pasa? —preguntó él con un brillo divertido en los ojos.




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