Sencilla Obsesión

6

Presente

              

Jared avanzó con pasos tan ligeros que podía pasar por una sombra.

Había investigado y sabía que Íria ocupaba su antigua habitación, aunque el cuarto de sus padres estaba libre. Suponía que los recuerdos la afectarían de modo igual a ella, pero en el fondo no le interesaba. Lo que le importaba era conseguir sus propósitos.

No se sentía culpable por haber robado la llave de repuesto. Al contrario, casi había gritado de alegría cuando había visto que el lugar de escondite de las llaves era el mismo, debajo de la maceta de jazmín colocada bajo la ventana de Íria. Le había preocupado que la luz de su linterna entrara por los cristales o que le hubiera escuchado al derribar el pesado florero que había caído sobre su pie. Maldecir en silencio fue todo un reto, pero el pequeño accidente no lo detuvo.

Ahora no le cabía duda de que ella seguía durmiendo. La casa estaba tan silenciosa que se oía perfectamente el movimiento de las agujas del reloj del salón al marcar los segundos. Por parte de la señora Candela no esperaba ninguna sorpresa. Tenía comprobado que su oído era conforme con el de cualquier persona de su edad: casi sorda.

Avanzó hasta la habitación de Íria, y sonrió complacido. La puerta estaba entreabierta, dejando percibir un centímetro del parqué que cubría el suelo del cuarto. La empujó lentamente con el dedo índice, a la espera de algún chirrido. No hubo ninguno. La puerta se deslizó justo lo necesario para vislumbrar el interior. La luz plateada de la luna que atravesaba las delgadas cortinas era suficiente para distinguir la silueta tumbada en la cama.

Íria dormía boca abajo con las manos metidas bajo la almohada. La colcha se había retorcido, descubriendo gran parte de sus piernas. Jared frunció el ceño ante la visión de sus muslos desvestidos, restando importancia al aceleramiento de su corazón.

¡Por el amor de Dios!, farfulló. Podría coger un resfriado. Estaban en pleno otoño, el aire era demasiado frío como para dormir desnuda. Esperaba que no lo hiciera… eso de dormir desnuda. Sus pensamientos se trastornaron y se alejaron del propósito inicial, intentando averiguar qué era lo que llevaba o si llevara algo. Se deleitó varios minutos con la imagen de las esbeltas piernas, pero lo desconcertó la violenta reacción de su entrepierna.

Se frotó los ojos con los dedos, procurando agrupar las ideas y centrarlas en la misión. No había esperado la respuesta traidora de su cuerpo. Reconocía que había amado a Íria. La había querido y deseado en miles de modos diferentes. No obstante, pensaba que cualquier sentimiento de afecto junto con la atracción física que había existido entre ellos, habían sido borrados por el paso del tiempo. Percatarse de que en la ceniza quedaban restos de brasas lo ponía de mal humor. De hecho lo turbaba.

Después de varios minutos sin moverse, los oídos de Jared empezaron a silbar como una tetera a punto de ebullición y los músculos le aguijonearon debido a la inmovilidad.

Meneó la cabeza con fuerza para salir del trance y se acercó a la cama. Le apetecía meterse a su lado, pegarse a su piel caliente, sorprenderla con unos besos… se paró de golpe, preguntándose qué le pasaba a su cabeza. Apretó los dientes y soltó un par de tacos, pues su plan estaba consolidado y no admitía cambios. Debía asustarla, sacarla a la fuerza de la cama y obligarla a salir a trabajar en mitad de la noche. De ninguna manera entraba en el programa decidir cuál era el más placentero modo de hacerle el amor.

Dio la vuelta a la cama y se posicionó frente a su rostro. Plantó la palma de la mano sobre su boca a la vez que le ponía ante los ojos el rayo fluorescente de la linterna.

Íria abrió los ojos atemorizada, pero el grito fue amortiguado bajo los dedos de Jared. Sabía que ella estaría ciega por unos momentos y que lo vería solo en forma de sombra, sin reconocerlo. No tenía intención de matarla de un susto, así que dirigió el foco hacia su propio rostro para permitirle que lo viera y luego dejó la linterna sobre la cabecera de la cama para que alumbrara sus rostros.

—Levántate y brilla, cariño —susurró, sonriendo entre dientes, muy contento con su grandiosa idea.

Íria se movió, le pegó un manotazo, y después se tendió de espaldas. Se llevó la mano al pecho en el lugar del corazón, cerró los ojos y respiró de forma forzosa, como si valorara las inhalaciones. Al contado tiró la manta, se levantó impulsada y lo empujó con violencia.

—¿Estás loco? ¿Pretendes matarme? ¿Qué diablos haces en mi cuarto? —Miró la noche por la ventana y volvió a gritarle en voz baja—. ¿Qué hora es?

Jared se frotó el hombro maltratado y sonrió como el diablo en sus días buenos.

—Es hora de que trabajes. Has firmado un contrato.

—¿He firmado un contrato? ¿Trabajo? —Íria balbució confusa, lo que no le extrañó teniendo en cuenta que debía estar todavía medio dormida.

—Quiero fotografías del hotel de noche. La terraza que da al bosque está decorada con lamparillas multicolores y el efecto es deslumbrante —la informó, procurando no perderse la mandíbula por el suelo.

Íria no estaba desnuda, pero tampoco a lo que llevaba se podía llamar ropa. Un vestidito de frágiles tirantes en color verde menta la cubría hasta un poco más abajo de los muslos y se moldeaba como el agua sin dejar algo a la imaginación. Podía observar sin concentrarse sus pezones duros probablemente por la diferencia de temperatura, pero ella no parecía estar incómoda con su casi desnudez.




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