Sencilla Obsesión

8

Presente

 

Jared se giró en la cama y abrió los ojos, dando con la imagen del yeso blanco del techo.

No servía intentar conciliar el sueño, simplemente no podía dormir. No conseguía apagar la actividad de sus neuronas que trabajaban a todo gas, ni enjaular sus preocupaciones, sin importar cuánto lo intentaba. Desde que tenía memoria había gozado, incluso disfrutado de un cerebro hiperactivo. La aparición de la mujer a la que más lejos deseaba, aumentaba los síntomas y por su culpa había llegado a odiar su imaginación.

Su primer intento de asustarla había fallado de forma memorable. Íria se había recuperado casi al instante, y había actuado como una profesional. Había realizado las fotografías que él le había pedido, se había interesado sobre sus expectativas, le había hecho propuestas y no había vuelto a mencionar el tema del porqué había irrumpido en su dormitorio en medio de la noche.

Sintiendo una pizca de culpabilidad, le había ofrecido el desayuno en el restaurante del hotel, pero después de la escena caliente en la que habían sido actores, no se había arriesgado a acompañarla. No podía mantener una conversación amistosa, a pesar de los intentos de Íria o precisamente por estos. Suponía que debería ofrecerle al menos una oportunidad y permitir que se explicase, pero todavía no estaba preparado. Tenía miedo de que ella consiguiera cambiar su punto de vista y, junto con eso, invertir el eje central de su vida.

Comprobó la hora, luego se incorporó y corrió las cortinas de la ventana. Rocío brillante cubría el paisaje, el sol se asomaba desenvuelto y las nubes esponjosas no parecían amenazantes. El suelo estaba cubierto de una alfombra de hojas multicolores, del más cálido amarillo al rojizo alegre y oscuro marrón.

Sí, el otoño era hermoso, pensó girándose y fue a buscar su ropa. También debería ser una temporada tranquila, rica en cosechas y pensamientos agradables. Pues, para él no lo era.

No le apetecía seguir con el horario que él mismo había hecho para ese día, pero cuanto antes acabara con el problema, mejor.

Bajó al salón y cogió el teléfono, mirando el número que había marcado como si fueran los ojos de una cobra esperando a que lo asaltara.

—Diga —contestó Íria al otro lado de la línea.

—Prepárate para salir al bosque. Coge tu equipo. Nos vamos al Acuario en una hora.

—Buenos días, a ti también —comentó ella en voz ronca—. Supongo que no tengo el derecho de opinar, ¿verdad?

—No, no lo tienes. Paso a recogerte.

Jared cortó la conversación antes de dejarse afectar por su voz sensual y de su imagen tendida en la cama. Con el cuerpo caliente y blando, con los ojos todavía oscurecidos, con las mejillas ruborizadas y los labios… Bien, demasiado tarde, ya lo estaba haciendo.

Quizá le convendría comportarse de forma madura y reconocer que la deseaba, meditó, sintiéndose como una persona a punto de ahogarse que veía solo agua por todos lados. Al fin y al cabo, Íria era una mujer hermosa, y él estaba muy lejos de ser un santo. Era una mujer atractiva, tentadora, interesante, y con mala suerte para él, inteligente. Revelar que admiraba sus cualidades, era igual que firmar su sentencia hacia un camino de problemas.

Y… volvía al principio; por el bien de su cabeza de arriba, la de abajo se quedaría bien encerrada bajo la cremallera. La solución a todos sus problemas era sencilla: Íria tenía que marcharse del pueblo.

 

***

 

No fue necesario detener el motor del coche. Ella lo esperaba en la calle, con el equipaje en el suelo y calentándose las manos con su propio vaho. Se le adelantó y subió con rapidez, dejando la mochila en el asiento de atrás.

—Hace un poco de frío, ¿no? Se acerca el invierno —comentó.

Jared hizo una mueca. La conversación complaciente no entraba en el trato.

—No puedo creer que aún tengas este coche —dijo Íria, a pesar de que no había recibido respuesta a su primera observación.

Jared se quedó congelado con las manos agarrando el volante. No había pensado en eso. Había tomado el coche precisamente porque era viejo, deteriorado, y sabía que el camino por el bosque era difícil. No se había detenido ni un momento a recordar la «historia» que tenía. En los caminos que habían hecho juntos, en la «acción» que habían soportado los asientos. Menos mal que tenía a Íria, a la cual no se le escapaba nada, para refrescar su memoria, pensó fastidiado. Su día acababa de empeorar, y no eran ni las nueve de la mañana.

—Me sirve —declaró secamente, mirándola de reojo. Tuvo la certeza de haber visto una sonrisa satisfecha en sus labios, pero movió la cabeza para mirar por la ventana de su lado.

—¿Por qué quieres ir al Acuario? —la oyó preguntar.

—Lo incluiré como trayecto en las rutas del hotel. Si no vamos ahora, será demasiado tarde cuando empiece la temporada de lluvia —contestó Jared, concentrándose en la carretera.

Íria se mantuvo en silencio el resto del camino y él agradeció el respiro.

Pasó a distancia de su casa y eligió la ruta más larga, pero la que dejaba menos camino para recorrerlo a pie.




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