Trece años atrás
—¿Cómo le permiten esto? —Íria gritó la pregunta al oído de Liza, ya que el volumen de la música hacía imposible una conversación normal.
Miró de hito en hito lo que para ella era la definición de un cataclismo creado por humanos. Había asistido a fiestas antes, pero a ninguna como esta. La casa estaba inundada de jóvenes entre dieciséis y veinte años, incluso veía algunos más maduros. Todos sostenían entre las manos vasos de bebida y por el olor que inundaba el aire, no era zumo de fruta lo que aliviaba su sed.
—Se le permite cualquier cosa —vociferó Liza. Cogió la mano de una Íria que se había quedado atontada y estaba siendo empujada por todos lados por cuerpos excitados, y la dirigió hacia una zona más tranquila.
Su retirada fue detenida por un chico de mirada perdida que le rodeó la cintura y dio con ella unos pasos de baile. Liza la ayudó a escapar, prometiéndole al joven que volverían más tarde.
Íria se dio cuenta de que estaba demasiado vestida con su falda veraniega y la camiseta de tirantes. Cierto, hacía mucho calor, a pesar de que el sol había bajado. Pero resultaba que la fiesta de Jared tenía el tema «sin ropa» puesto que la mayoría usaban menos que un traje de baño.
Cuando salieron por la puerta trasera y llegaron al jardín, le pareció que habían entrado en otro mundo. La música seguía retumbando por las ventanas abiertas, pero se podía hablar con normalidad. Varias parejas ocupaban el sitio y ella observó que la opción más buscada eran los rincones oscuros. El centro del jardín lo decoraba una fuente con la estatua de una diosa rodeada de un pequeño estanque. Liza se sentó sobre una de las rocas que delimitaban el espacio e Íria copió el movimiento, estudiando el entorno.
—Me olvidé de que no lo sabes —susurró Liza en cuanto la tuvo cerca.
—¿Saber qué? —inquirió Íria, extrañada por el tono de confesión.
Liza se acercó a su oído.
—Cuando tenía diez años, Jared contrajo una enfermedad grave y necesitó una transfusión de sangre. De los análisis resultó que su grupo sanguíneo era diferente del de sus padres.
—¿Lo adoptaron? —preguntó Íria, pensando en la primera posibilidad que explicaba el hecho.
Liza meneó la cabeza y habló aún más bajo.
—Su padre no era el que lo había criado. Se rumoreó que su madre tuvo una aventura con un cliente del hotel.
—Vaya… ¿Qué pasó luego? —Íria tenía sentimientos contradictorios sobre la revelación. Por un lado necesitaba saberlo, tal vez explicara el comportamiento de Jared. Pero por el otro sentía como si estuviera violando su intimidad al escuchar sus secretos de otra boca.
—Imagínate que en el pueblo no se conoce la noción de confidencial —continuó Liza como si hubiera leído sus pensamientos—. Fue el cotilleo del año. Su padre no aguantó más de unos meses. Creo que se divorció de su madre, no estoy segura, era muy pequeña para entenderlo —dijo, encogiendo los hombros—. Simplemente un día despareció del paisaje.
—Pobre niño —se le escapó a Íria.
—Por lo que he oído, el «pobre niño» sufrió una especie de depresión y no habló con su madre por mucho tiempo. Al final llegaron a un acuerdo, pero ella no puede rehusarle nada por miedo a que volviese a rechazarla. Como puedes ver, hay aquí una pequeña demonstración de lo que se le permite —Liza sonrió, señalando con la mano el ambiente.
—¡Qué manipulador! —exclamó Íria, cambiando de opinión y soltando una risita—. Pues eso lo explica todo.
—Así es —Liza asintió con un movimiento rápido—. Los niños son malos. Jared tuvo que oír comentarios a sus espaldas y soportar acusaciones desagradables. Hasta que empezó a batallar y poco a poco cerró todas las bocas. Ahora nadie se atreve a llamarlo bastardo. Pero en el fondo creo que sigue buscando la aceptación —declaró ella, sin saber que coincidía en pensamientos con Íria.
—¿Y sabe algo de su verdadero padre? —preguntó esta sin poder abstenerse, necesitando conocer todos los detalles.
—Que yo sepa, no.
Las explicaciones de Liza fueron interrumpidas por Jared y Cedric que salieron por la puerta de la casa, pareciendo pasarlo bomba. Carcajeaban tan violentamente que saltaban gotas de alcohol desde los vasos que tenían entre las manos.
Los chicos pararon de golpe en cuanto las vieron. Jared alzó una ceja aún sonriendo y Cedric continuó riendo más calmado, acercándose a ellas.
—Mis bombones preferidos —saludó, inclinándose para darle un beso en la mejilla a Liza. Un beso pegajoso, constató Íria cuando llegó su turno para recibirlo—. Estamos encantados con vuestra presencia —declaró luego, dándole un empujón en el hombro a Jared que se mantenía distante y no reaccionaba con la misma desenvoltura.
Íria se perdió la respuesta de Liza, ya que estaba ocupada en analizar las diferencias entre ellos dos, y no solo las de orden físico. Cedric era rubio como un ángel de esos cuadros antiguos, de cejas arqueadas y mirada azul chispeante. Jared tenía el cabello del color del caramelo, pero sus ojos eran tan oscuros que obligaban a bajar la vista. Debajo de ese par de luces de las tinieblas sombreadas por pestañas densas, la nariz era recta y los labios bien definidos, la línea del maxilar firme y determinada. Los dos eran altos, aunque Jared superaba a su amigo en unos centímetros y tenía constitución más delgada, mientras que Cedric tenía más carne sobre los largos huesos. Los dos usaban variedades de pantalones cortos y camisetas, la de Cedric verde y la de Jared un brillante naranja; una elección curiosa del color, opinó Íria. Para emplear las palabras de su abuela que le contaba historias divertidas de los tiempos hippies, esos dos tenían el poder de hacer «que te volara la mente». Diferentes como el día y la noche, pero complementándose en apariencia y carácter.