Mafer
Suelto un pesado suspiro. Sinceramente, estoy aburrida. No sé, quiero irme de viaje; lo necesito. Mi celular vibra y, de inmediato, respondo, pues sólo hay una persona que me escribe fuera de mi familia: mi novio.
Moisés
Moisés: Guapa, ¿quieres ir a divertirte un rato conmigo a un bar? Vamos a pasarla muy bien.
Yo: Está bien. ¿Vienes por mí?
Moisés: Claro que sí. Paso por ti a las 21:00.
Te amo, guapa.
Yo: Y yo a ti.
Ahora tengo un problema: no sé cómo voy a escapar. Como he mencionado antes, mi relación con mi padre es pésima, y estoy segura de que no me dejará salir. Pero eso me importa un bledo. Haré lo que me plazca; él no puede controlarme siempre. Ya tengo suficiente con soportar sus críticas por no comportarme como la señorita que él espera, sino como una salvaje.
Me dirijo al clóset en busca de lo más femenino que tengo. Esta vez quiero verme realmente atractiva. No lo hago por mi padre, sino por Moisés; quiero que se sienta orgulloso de mí. El tema del permiso lo dejaré de lado, no es relevante. No me importa la opinión de mi padre.
[***]
Observo mi reflejo en el espejo, sintiéndome increíblemente sexy con la ropa ajustada. Debo admitir que la ropa femenina me sienta de maravilla. Mi celular vibra, llamando mi atención. Reviso el mensaje y, al ver que es Moisés, le contesto de inmediato; ya me está esperando.
Salgo rápidamente de la habitación, bajo las escaleras y llego a la sala, ralentizando mis pasos para avanzar sigilosamente, asegurándome de que no haya nadie de mi familia rondando.
—¿A dónde piensas ir, María Fernanda? —La voz de mi padre me detiene en seco—. Y sobre todo, ¿con qué permiso?
Me doy la vuelta, esbozando una sonrisa desafiante.
—Me voy con mi propio permiso.
—Regresa a tu habitación. No estoy de humor para una discusión. No vas a salir de casa —declara con una firmeza que no deja lugar a dudas.
—Qué pena, papá. Pero no pienso obedecerte. Ya me voy.
Sin darle tiempo a responder, echo a correr, ignorando su fuerte llamado. Papá cree que puede gobernar mi vida, pero no es así. Estoy en una etapa en la que debo disfrutar al máximo, sin atenerme a reglas estrictas.
Jadeando, llego a la salida y visualizo el auto de Moisés.
—¡María Fernanda!
Me apresuro a subir al auto de Moisés.
—¡Vámonos rápido!
Moisés pone en marcha el vehículo, alejándonos de la gran casa de la familia Castillo. Espero que, cuando regrese, mi padre ya esté dormido; no quiero lidiar con sus sermones innecesarios.
[***]
Observo el lujoso bar con curiosidad; es la primera vez que visito un lugar como este, y debo admitir que me gusta. Tomo un pequeño sorbo de mi bebida, consciente de que no debo emborracharme, o terminaré arruinando mis clases al día siguiente. Mi mirada se desliza hacia Moisés, quien conversa animadamente con sus amigos. Cuando llegamos, nos encontramos con ellos y decidimos quedarnos.
—Guapa, vamos a bailar —me dice Moisés con una sonrisa encantadora.
—No sé bailar —respondo, dejando mi bebida a un lado.
—Yo te enseño —me contesta, saboreándose los labios.
—Está bien, pero primero voy al baño.
—Ve tranquila. Yo estaré en la pista.
Asiento con una sonrisa y me levanto, dirigiéndome al baño. Necesito vaciar mi vejiga antes de empezar a bailar. Entro rápidamente a uno de los cubículos y me siento aliviada.
Ya más tranquila, salgo del cubículo, me lavo las manos y me dirijo a la mesa donde está Moisés. Sin embargo, me detengo en la barra para pedir un cóctel. La bebida que Moisés y sus amigos están tomando es demasiado fuerte, y aunque no quiera, acabaré mal si sigo bebiendo eso.
—¡Mafer, mi amor, ven a bailar! —grita Moisés por encima del estruendo de la música.
—Aquí tiene su cóctel, señorita —dice el amable bartender, entregándome la bebida.
Le agradezco con una sonrisa y me doy la vuelta para caminar hacia la pista. Mientras lo hago, clavo mi mirada en Moisés, pero me distraigo al chocar con alguien. Me vuelvo rápidamente para disculparme y me encuentro con un rostro atractivo, aunque su mirada frívola y asesina arruina cualquier belleza que pudiera tener.
—Lo siento mucho...
—¡Niña tonta!
Lo miro desconcertada. ¿Cómo se atreve a decirme eso? ¿Acaso no ve que soy una chica hermosa? Me enfurece que me llamen "niña", y no pienso dejarlo pasar. Estoy decidida a darle una lección.
—¿A quién llama "niña"? ¡Viejo amargado!
Observo su reacción aturdida. Al parecer, no le gustó mi comentario, y me siento satisfecha.
—Tú…
—¿No te gusta que te digan viejo, verdad? ¡Señor Amargado! —me cruzo de brazos con una gran sonrisa triunfante.