Señor Amargado [serie Las Marías #1] Corrigiendo.

Capítulo 4

Mario

Ya he perdido la cuenta de las veces que he mirado el reloj. Estoy desesperado. Jamás pensé que alguien en quien confiaba me traicionaría tan vilmente. He sido un ingenuo, y por eso mi familia está pasando un mal momento, especialmente mi pequeña, a quien apenas puedo costearle los gastos de su enfermedad.

—Mario... —alzo la mirada y veo nuevamente a ese hombre al que dejé de ver hace tanto tiempo.

Después de despedir a las personas que trabajaban para mí, me encerré en mi estudio. Tenía unas ganas inmensas de llorar, de desquitarme conmigo mismo, porque esas personas que despedí me importaban mucho. Me sentí terrible al hacerlo. En medio de ese caos mental, vi los álbumes de fotos de mi familia, y no pude evitar tomar el primero y comenzar a hojearlo.

Las fotos de mis cuatro hijas mayores me reconfortaron. Cuanto más veía, más nostalgia sentía, hasta que encontré una luz de esperanza en una de las fotos de mi primer matrimonio, justamente del día de mi boda. Mis ojos se fijaron en ese rostro que solía ver cuando era niño. Ese hombre era mi única esperanza. Sin perder tiempo, busqué en mi agenda y, después de varios minutos, encontré su número. Rezando para que no hubiera cambiado de teléfono, me puse en contacto y cité al mejor amigo de mi difunto padre: Rigoberto Flores de Valgas.

—Señor Rigoberto... —me pongo de pie y lo saludo cordialmente.

—Ya no eres un niño, Mario. Solo dime Rigoberto.

—Lo haré. Toma asiento, Rigoberto.

Él se sienta con una gran sonrisa, y honestamente me alegra verlo tan fuerte y animado. La última vez que supe de él fue cuando falleció mi primera esposa. Sus consejos me ayudaron mucho a sobrellevar la situación, ya que no fue fácil criar a cuatro pequeñas... Si mi padre no hubiera fallecido, estaría tan mayor como su amigo.

—Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que nos vimos. ¿Cómo has estado? —Su mirada se llena de ternura. Seguro debe acordarse de sus hijos, aquellos que lamentablemente murieron.

—Sinceramente, hace unos meses estaba bien, pero ahora no puedo decir lo mismo.

Me apena tener que buscarlo para pedirle ayuda, pero es la única persona que estaría dispuesto a tenderme una mano. Mis supuestos amigos no quieren perder su dinero invirtiendo en algo que "no tiene solución"; incluso se han alejado.

—Cuéntame todo, Mario. Sabes que estoy aquí para escucharte.

—Estoy pasando por una crisis económica muy dura, y a eso se suma la enfermedad de mi hija menor... Lamentablemente le diagnosticaron leucemia aguda... Ella necesita un trasplante de células madre para poder recuperarse.

—¿Tú no puedes donarle?

—No soy compatible con ella... —Trago saliva; me cuesta hablar y contener los sollozos—. Ni yo, ni mi esposa, ni mis hijas lo somos. Esperar no es una opción en el caso de mi hija; solo nos queda encontrar a alguien compatible que esté dispuesto a vender sus células madre.

—Entiendo por lo que estás pasando. Cuenta con todo mi apoyo para el tratamiento de tu hija.

Una gran sonrisa se dibuja en mis labios, es imposible contener las lágrimas.

—Muchas gracias, Rigoberto, te lo agradezco infinitamente —tomo sus manos—. Te juro que te pagaré hasta el último centavo.

—No te preocupes por eso ahora. El dinero es lo de menos; aquí lo importante es la salud de tu hija.

—Gracias, muchas gracias —sonríe.

—No hay de qué... Mario, discúlpame de antemano por hacerte esta pregunta... ¿Cuántas hijas tienes en total?

—Tengo cinco. Las cuatro niñas que conociste de mi primer matrimonio y una más de mi segundo compromiso —él sonríe con entusiasmo.

—¿Cuántos años tienen?

—Veinte, diecinueve, diecisiete, dieciséis y siete años.

—¡Qué maravilla! —Lo miro desconcertado.

—¿Qué pasa, Rigoberto?

—Mario, no te lo tomes a mal, por favor. Sabes que te aprecio mucho y nada me haría más feliz que vernos convertidos en una familia.

—No entiendo, Rigoberto... —mejor dicho, no quiero entender.

—Te tengo una propuesta, Mario, un trato en el que ambos salimos ganando —me es imposible no sentir recelo.

—¿Qué clase de trato?

—Quiero que una de tus hijas se case con mi nieto mayor.

—Lo siento, Rigoberto, pero eso es imposible...

—Mario, mi ayuda para tu hija menor no tiene nada que ver con esto; ella tendrá mi apoyo, sí o sí. Pero, ¿te has puesto a pensar en lo que será de su vida después de que mejore? No olvides que tienes cuatro hijas más y una esposa que están acostumbradas a un estilo de vida muy diferente. No les será fácil adaptarse a una nueva vida. Si una de tus hijas se casa con mi nieto, te prometo apoyo económico para que tu empresa resurja y puedas seguir dando a tu familia la vida privilegiada que siempre han tenido. Además, a la futura señora Flores de Valgas no le faltará absolutamente nada; mi nieto le dará una buena vida. Toma una decisión que te convenga, Mario.

Sacrificar a una de mis hijas por el bienestar del resto de mi familia me parece algo tan monstruoso; eso es condenarla al sufrimiento. No puedo obligarlas a casarse siendo tan jóvenes y, sobre todo, sin amor. Pero tampoco quiero que las mujeres que amo pasen penurias ni que sus vidas se vean truncadas por mi culpa. Son mis hijas, no un objeto que pueda vender. Porque, si acepto su propuesta, prácticamente estaría vendiéndolas.




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