Señoritas de Vestidos Azules

Capítulo 4: Los diez mandamientos

—Hermana, por favor, le prepararé otro pastel. No hay necesidad de golpear a la pequeña.

Immacolata se interpuso entre Gaudenzia y Delilah mientras consolaba a la segunda con un abrazo. Le acarició la mejilla adolorida.

Pese a que las lágrimas picaban en los ojos de Delilah, se negó a llorar. Respiró profundo y soportó el dolor como la niña fuerte que era. Sin embargo, sí se aferró a la hermana Immacolata en busca de protección.

Sin decir nada, Gaudenzia la agarró del brazo, prácticamente arrastrándola hacia la oficina de la abadesa del hogar.

Al ver a Delilah con la mejilla magullada y siendo arrastrada por la monja, la abadesa Bonafila, una señora bastante anciana; despachó a Gaudenzia con un gesto.

—Déjeme a solas con la chiquilla —le pidió—. Luego hablaré con usted.

Delilah tenía los ojos brillantes de tanto aguantar las lágrimas. Una vez que la hermana ogro, que era como ella llamaba a Gaudenzia, salió de la habitación, la pequeña se sentó en la enorme silla frente al escritorio de la Madre Superiora.

—¿Por qué lo hiciste, Delilah? —la ancianita tenía una mirada entre compasiva y regañona—. Aquí no les hace falta nada a ninguna de ustedes, ¿verdad?

La niña negó con la cabeza.

—Pero hace mucho tiempo que no comía un pastel.

—Está bien —la señora le dio la razón—. No obstante, eso no te da derecho a hurtar el de otras personas. ¿Acaso terminaste de leer los diez mandamientos?

Delilah asintió.

—No robarás.

Bonafila abrió un libro de catequesis y le señaló con el dedo otro mandamiento: "No darás falso testimonio ni mentirás".

—Ahora dime el motivo real por el cual robaste el pastel.

Resignada, Delilah suspiró.

—La hermana ogro se lo merecía.

—Delilah, eres muy chiquitita para guardar rencor en tu corazón. Yo sé que te gusta hacer travesuras, pero debes cuidar que tu corazón no se endurezca. Y de ahora en adelante quiero que cada vez que hagas algo, incluso pequeño, incluso un paso, pienses en Dios, y en qué camino quisiera él que tomara una niña de corazón puro como el tuyo.

La pequeña casi sonrió, pensando que la Madre Superiora la dejaría ir sin castigo.

—Ni lo pienses —Bonafila pareció leerle la mente—. Igualmente tengo que darte un castigo. Todo el día de hoy limpiarás el hogar. Sólo podrás descansar para comer y rezar. Perdón, Delilah, pero debes reflexionar sobre lo que te dije. Y sé que esto te ayudará. Ahora cámbiate de ropa y ve al salón a rezar con las demás niñas.

*******

Delilah se quitó el largo camisón de seda y se colocó el vestido azul oscuro con cuello de encaje blanco que era parte del uniforme escolar. Medias blancas, zapatillas azul oscuro y una boina a juego, del mismo color, con la cual cubrió sus despeinadas ondas de cabello castaño.

Al llegar al salón de plegarias, se arrodilló sobre uno de los reclinatorios, al igual que las demás niñas, juntó sus dos manitas y repitió de memoria cada una de las oraciones del Santo Rosario.

Al finalizar, fueron al gran comedor, el cual estaba repleto de largas mesas, tanto para las monjas, como para las niñas del hogar.

El hogar era una enorme casa de tres pisos con grandes salones, suelos de mosaico, paredes de piedra, decoración ostentosa y oscura... Había cruces, estatuillas de santos, ángeles, vírgenes o pinturas de Jesuscristo en cada rincón. Los techos eran tan altos que se podían hacer tres pisos en cada uno de ellos. Había bibliotecas repletas de libros, académicos y religiosos, que rodeaban las paredes.

La mansión era tan grande como para tener dormitorios, baños, su propio convento, salones de estudio, salones de rezo, comedores, oficinas, salas de estar, una cocina como para alimentar a un ejército, enfermería, un amplio jardín que se comunicaba con las montañas y hasta su propio cementerio.

Además, contaban con su propia iglesia a menos de cien metros de distancia y, junto a ésta, una casa parroquial, la cual tenía acceso directo al templo. Ahí vivía el cura de la iglesia, los frailes y monaguillos.

Muchas de las chiquillas solían sentirse intimidadas por el aspecto lúgubre del hogar, incluso entre ellas se rumoraba que había fantasmas merodeando por ahí.

Como era costumbre, las pequeñas agradecieron a Dios antes de comer y al finalizar sus alimentos, la hermana Gaudenzia le entregó los implementos de limpieza a Delilah para que fregara los suelos y limpiara todas las superficies.

Cuando celebraron el cumpleaños de Gaudenzia y partieron el nuevo pastel que Immacolata le había preparado, Delilah se lo perdió. Incluso cuando salieron a las montañas a jugar con las cabras, ella seguía limpiando. Se perdió las clases y hasta se perdió cuando todas jugaron a las escondidas.

La pobre estaba tan cansada al caer la noche, que se tumbaba de a ratos en el suelo a descansar, en los momentos en los que Gaudenzia no la estaba supervisando.

Lavó la ropa de todas las niñas, lustró los suelos, quitó el polvo y limpió hasta las manchas menos visibles, que la hermana ogro le señalaba con su dedo regordete.

—¡Chist, Patata Picolina! —alguien siseó para llamarla y ella se puso de pie de forma brusca, pensando que las hermanas la habían visto descansar—. Soy yo, Massimo.

—¿Qué haces aquí, Spaghetti? —gruñó Delilah con aburrimiento. Estaba acostumbrada a verlo aparecer de repente en las noches.

Massimo era un pequeño de unos nueve años de cabello negro y ojos marrones. Él vivía en el hogar, pero no como Delilah, ya que era un hogar exclusivo para niñas. A pesar de que al igual que ellas, era huérfano, legalmente no se le permitía acogerlo por ser un niño.

Por este motivo, él dormía en la parroquia y ayudaba a las hermanas con todos los trabajos rurales. Arreaba a las ovejas y cabras, iba a comprar alimentos al pueblo, traía libros para los estudios de las niñas, cuidaba de los huertos y se ocupaba de los deberes del campo. También tenía un pequeño cachorrito llamado Cannoli que lo seguía a todas partes.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.