Señoritas de Vestidos Azules

Capítulo 9: La monja Blanca

A mitad de la madrugada, las niñas seguían despiertas. Delilah las había mantenido entretenidas al narrarles una aterradora historia de fantasmas mientras sostenía una vela en su mano izquierda y con la derecha gesticulaba cada detalle del relato.

—Cuando la hermana se dio cuenta de que se escuchaban ruidos desde debajo de su cama, se agachó para saber si era una rata —la niña utilizó la voz más grave que podía hacer para describir los hechos—. Su mano se movió despacio para retirar la sábana que caía desde el colchón y mirar a través de ésta. Y lo que vio la dejó petrificada —Delilah hizo una pausa dramática.

—¿Qué? ¿Qué vio? —preguntó Mestiere, curiosa.

Delilah se hizo una capucha con la sábana blanca de su cama.

—El fantasma de la monja blanca, vestida en una túnica tan pálida como la nieve, agarró su muñeca y tiró de su mano, llevándosela hacia las sombras debajo de su cama. Desde ese entonces, nadie volvió a ver a la hermana. Y cada hermana que se ha topado con la monja blanca, desaparece.

Las pequeñas se abrazaron las unas a las otras, con las bocas abiertas y las miradas puestas en cada rincón del lúgubre dormitorio, vigilando que ningún espectro estuviese oculto entre las penumbras.

Cuando el viento golpeó las ventanas, provocando un estruendo, ellas chillaron de pavor al tiempo que se escudaban bajo las mantas. Como si eso fuese protección suficiente para espantar a cualquier espeluznante ente que quisiera hacerles daño.

Fátima, siendo la más grande y sensata, les retiró las sábanas de encima antes de calmarlas.

—Sólo fue el viento, no hay nada de qué temer, niñas —removió la manta que cubría el cuerpecito de Delilah, quien también se había asustado debido al ruido—. Basta de tus historias de miedo, Delilah. ¿Quieres que todas despierten con la cama mojada en la mañana? ¿O que no puedan dormir hasta que salga el sol?

La pequeña Pia salió de su escondite, bajo numerosas capas de sábanas.

—Tus historias ni siquiera dan miedo, Delilah. Además, son todas falsas.

—Yo le creo —objetó la pequeñísima Gisela—. Los fantasmas existen. Lo sé porque una vez vi a mi madre. Las personas me dijeron que era imposible, que ella estaba muerta, que debía ser su fantasma…

Las niñas compartieron miradas de terror. Delilah, de cierta manera, sintió celos de que Gisela supiese cómo era su madre, de que hubiese podido verla. Incluso en forma de espíritu.

—Yo también le creo —estuvo de acuerdo Beatrice, quien era invidente y actualmente tenía once años—. Desde muy pequeña suelo escuchar voces de personas que nadie más oye. Nunca se lo dije a nadie, porque siempre que lo intenté, pensaron que estaba loca.

Se hizo un silencio sepulcral. El pánico empezaba a erizar la piel de las chiquillas.

—¡Tengo una idea! —saltó a decir Delilah para aliviar la tensión—. ¿Y si le hacemos creer a la hermana Gaudenzia que hay un fantasma?

Todas se echaron a reír, entusiasmadas.

—¡Muero por ver eso! —comentó Mestiere.

—¡Delilah! —le amonestó Fátima—. Si nos descubren, ¡nos dejarán sin comer o nos golpearán!

La niña se rió, colocando su mano sobre su boca con un gesto travieso.

—¡Nunca lo sabrán!

—¡Vamos a hacerlo, por favor! —pidió Alfonsina—. No seas aguafiestas.

Fátima puso los ojos en blanco.

—De acuerdo, pero debemos ser muy cautelosas. No quiero que nos castiguen de nuevo.

Ellas dejaron escapar un chillido de emoción en voz baja para que las monjas no se dieran cuenta de que seguían despiertas. Seguidamente, Fátima cogió una vela de la mesa de luz y las guió hacia la puerta de la habitación mientras les hacía señas para que no hicieran ruido.

La puerta rechinó levemente cuando la empujaron y comenzaron a salir de a una a través de una pequeña rendija. Sus pasos sobre la madera resonaban ligeramente mientras bajaban por las escaleras hacia la puerta principal.

Fátima tomó las llaves que las hermanas guardaban debajo de la gran biblia que se encontraba en la entrada y se escaparon al jardín.

Era una noche tan gélida como sobrecogedora. Lo único que iluminaba el camino era el sutil destello parpadeante de la vela y la luna creciente en medio del cielo. Ellas caminaron en la lóbrega oscuridad a través de los matorrales al tiempo que arrastraban los bordes de sus camisones en la tierra y sus cabellos flotaban libremente en el viento. La brisa hacía retumbar cada ventana de madera del edificio, provocando estrepitosos sonidos y silbidos fantasmagóricos.

Las niñas se agruparon en fila para ingresar al pasadizo secreto, que era un largo y angosto sendero de arena rodeado de arbustos a ambos lados, lo cual les permitía no ser vistas por nadie. Debían agacharse ligeramente para poder moverse a través de aquel corredor oculto en el patio. Escurridizas, continuaron caminando.

—Shh —las hizo callar Fátima tan pronto como escuchó sonidos fuera del pasadizo. Colocó un dedo sobre sus labios, avisándoles que no hablaran, y movió un brazo para bloquearles el camino, de modo que no siguieran moviéndose—. ¿Escuchan eso? —cuestionó en un susurro.

Eran sonidos de pasos de una persona que parecía arrastrar los pies sobre el césped. Y un tintineo como el de una cadena.

Las niñas contuvieron la respiración para no ser detectadas mientras se arrojaban miradas de espanto. Delilah se cubrió la boca con una mano para evitar hablar. Siendo como era, sabía que era muy probable que hiciese algún comentario sin darse cuenta.

¿Las habían descubierto las hermanas?

Los pasos no cesaron. Al contrario, parecían aproximarse.

—¿Es la monja blanca? —preguntó Alfonsina en voz queda, con la cara pálida de pavor.

—Shh —repitió la niña mayor, haciendo gestos desesperados de silencio.

De pronto, el silbido más tenebroso las hizo estremecerse. Era como un cántico que pasaba de lento a rápido y atravesaba las sombras hasta llegar a sus oídos. De un momento a otro, una glacial brizna de aire causó que la vela que llevaban las niñas se apagara, dejándolas en la absoluta negrura.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.