Señoritas de Vestidos Azules

Capítulo 15: Ya basta de travesuras

No fue sino hasta que cayó la noche, que Delilah decidió salir de su escondite. El resto de las huérfanas observaban desde la ventana del dormitorio, por si la chiquilla aparecía. Aunque todas sabían en dónde se había ocultado, no habían ido a buscarla por miedo a que las hermanas la atraparan y hallaran su pasadizo secreto.

Tan pronto como la vieron correr a través del jardín junto a Massimo, gritaron de emoción.

No obstante, cuando ambos niños llegaron hasta la puerta de entrada del hogar, fue la abadesa quien los recibió del otro lado. La señora había estado esperándolos pacientemente.

Los dos pequeños, todavía con la ropa intercambiada, fueron llamados a la oficina de Bonafila. Primero Delilah, a solas.

—¿De quién fue la idea? —comenzó la Madre Superiora, sosteniendo una taza de leche en una mano y una vela en la otra.

—Mía —mintió la niña.

—Ya basta de travesuras, por favor. Puedo entender que a veces seas torpe, eso, evidentemente, no es tu culpa. Pero que deliberadamente continúes realizando este tipo de actos, es inaceptable.

La pequeña parpadeó repetidamente durante un largo momento.

—Fue muy divertido, Madre Superiora. Por otra parte, el no haber participado en la fiesta me permitió no arruinar por segunda vez el único día importante que le quedaba a Pia por el resto de su vida. Mi torpeza se quedó fuera de todo esto, por suerte.

—Por favor, Delilah, no hables de esa manera. ¿Cómo que el único día importante? Vendrán más para Pia y para todas ustedes —la reprendió—. No voy a darte un gran castigo, pero quiero que reflexiones acerca de lo que hiciste hoy y de lo que eso significa para Dios. Además, me parece que no estás preparada aún para tu primera comunión. La harás el año próximo, junto a Massimo y a tus compañeras que ahora tienen ocho años.

—¡Gracias por su infinita bondad, mi admirada abadesa! ¡Es usted una reina! —la halagó Delilah de forma cuantiosa y exagerada.

—No, no, no. Ni reina, ni princesa, ni nada de eso. Ve a alistarte para dormir y llama a Massimo. Dile que pase, por favor.

Contentísima por no recibir un castigo y haber postergado su primera comunión hasta el próximo año, la chiquilla salió de la oficina y avisó a Massimo, que esperaba fuera su turno para ser reprendido.

—¿De quién fue la idea? —interrogó la señora al joven mientras se sentaba delante de su escritorio.

—Mía —aceptó él.

La señora entornó los ojos con un gesto de sospecha.

—Delilah dijo que fue su idea.

Spaghetti se rió.

—Mintió, abadesa.

—Supongo que nunca sabré la verdad —se resignó la anciana antes de soltar un suspiro—. Massimo, voy ignorar esa pequeña travesura y no les daré ningún castigo —cuando el pequeño comenzó a mostrar signos de emoción, ella lo detuvo con la mirada—. Aunque no era para tanto, muchos de nuestros invitados quedaron horrorizados con eso de intercambiarse las ropas. Algunos lo vieron como una aberración, sobre todo de tu parte, que eres un niño más grande y puede no ser tomado con humor. Por eso, Massimo, quería tener esta charla contigo.

—¿Qué quiere decir? —el pequeño frunció el ceño.

—Estás creciendo, ya tienes doce años. Estás en camino a convertirte en un adulto. Debido a esto, tienes que procurar que tu actitud sea más madura.

—Pero yo no me siento más grande. Sigo siendo el mismo.

—Lo sé, pero lamentablemente la sociedad no lo verá así —continuó la señora, encogiéndose de hombros—. Lo que quiero decir es que, a partir de ahora, tu relación con las niñas debe ser un poco más distante —cuando el horror se mostró en los ojos ampliamente abiertos de Massimo, la anciana lo calmó—. Eso no quiere decir que dejen de ser amigos, por supuesto. Solamente quiere decir que debes ser más cuidadoso. No deberías merodear cerca del dormitorio de las niñas, ni verlas en camisón de dormir, ni tener demasiado contacto físico. También procura tener mucho cuidado al jugar con Delilah y mantén cierto alejamiento. Muchos de nuestros invitados de ayer vieron con malos ojos que se hayan intercambiado las ropas.

—Pero sólo estábamos jugando. Siempre hemos sido de esa forma. ¿Por qué es diferente ahora?

—Sé que no hay nada de malo en su amistad, pero los mayores no piensan como los niños, Massimo. Estoy consciente de que el problema son ellos y no ustedes. Pero no podemos hacer otra cosa que seguir las normas.

*****

Al día siguiente, mientras Massimo tejía una bufanda en su clase de bordado, junto al resto de las niñas, la clase fue interrumpida por la abadesa, que venía acompañada de una pareja de mediana edad. Un señor con bigotes delgados sobre su cara y una hermosa mujer que parecía varios años más joven que su amado.

—Massimo —Bonafila lo convocó, haciendo un gesto para que se aproximara—. Acércate un momento, quiero que conozcas a alguien.

Confuso, con las cejas bastante juntas, el joven se puso de pie y caminó hacia la puerta.

—Un placer, Massimo. Somos la familia Gallo, es un gusto conocerte —habló la mujer, extendiendo su mano.

El pequeño le estrechó la mano antes de saludar al esposo. Detrás de él, todas las pequeñas huérfanas se encontraban en silencio contemplando la escena muy concentradas. Algunas fingían tejer, otras simplemente habían detenido sus manos por completo.

Incluso la hermana que impartía la clase, se encontraba atenta a lo que estaba sucediendo.

—Ellos quieren adoptar a un niño de este hogar —le explicó la abadesa a Massimo—. Y quería preguntarte qué piensas acerca de tener una nueva familia. Ayer te vieron en la primera comunión y dado que eres el único niño, han pensado en adoptarte.

Conmovido, él tragó saliva. Después giró la cabeza levemente hacia atrás para echarle un vistazo sutil a sus compañeras del salón de clase.

Patata lo veía con sus grandes ojos bien abiertos y los labios ligeramente separados, como si quisiera hablar.

Un nudo se atoró en la garganta de la niña al sentir el miedo de perder a un compañero.




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