Señoritas de Vestidos Azules

Capítulo 33: El futuro es cuántico

En ese momento se dio cuenta.

El joven que solía ser su amigo, que ahora vestía una sotana de sacerdote, resultó ser también su nuevo profesor.

¡Cuánto poder le habían dado!

—Perdone, Señor Autoridad —Delilah se arregló el vestido antes de caminar con la barbilla en alto hacia los escritorios de las niñas.

Se lamentaba infinitamente de haber pasado ese último año aprendiendo sobre normas de etiqueta en lugar de haber adelantado sus estudios en ciencias verdaderas al igual que Massimo.

"Que sea profesor no quiere decir que de pronto se volvió más inteligente que yo", pensó mientras abría el libro en la página indicada. "¿Desde cuándo los libros se fabricaban para ponértelos sobre la cabeza? Además, no sirve de nada si tu cabeza no es plana".

Ensimismada, no se dio cuenta de que sus amigas estaban soltando risitas burlonas.

—Delilah, estás hablando en voz alta —la interrumpió Massimo luego de aclararse la garganta para que le escuchara.

El rostro de la joven se sonrojó por completo.

—¿Desde… cuándo? —preguntó con los ojos bien abiertos por la vergüenza.

—Sólo diré que tener más conocimiento no hace a alguien más inteligente —refutó el sacerdote, sosteniendo una pequeña sonrisa engreída.

Ella estrechó la mirada.

—¿Qué le hace pensar que usted tiene más conocimientos? —alegó Delilah, poniéndose de pie con arrebato, con las palmas contra la mesa—. ¿Es porque es profesor y cura? —largó un bufido—. ¿Acaso sabe en qué orden se sirve la comida según la edad o género? ¿O hacia dónde deben apuntar los cubiertos después de comer? ¿O cuál es el código de vestimenta para cada ocasión? ¿O cómo caminar erguido? ¡Claro que no! ¡Se nota de lejos que su cabeza no es nada plana!

Todos rieron, incluido Massimo, que trataba de ocultarlo.

—Claramente tiene un punto, señorita Delilah —admitió él—. Perdóneme si la ofendí, puesto que no quise decir que tenía más conocimientos que usted, ni más intelecto. Cada persona es experto o conocedor de distintos tópicos y todos son altamente importantes para la sociedad.

Aquello a Delilah le había parecido un ataque directo a su ego. En especial, cuando notaba las ganas que tenía el muchacho de reírse.

—¿Está siendo sarcástico, profesor?

—De ninguna manera. Por favor, ¿podría leer la página setenta?

Casi enfurecida, la joven fijó sus ojos en el libro luego de abrirlo en la página correcta.

—Una bombilla incandescente se basa en el calentamiento de un metal, el tungsteno, a través de una corriente eléctrica —leyó con fluidez—. Esta corriente, que pasa por ese delgado filamento, provoca que el metal entre en incandescencia e irradie luz.

—Así funciona la luz eléctrica —le explicó Massimo—. Tus compañeras están un poco más adelantadas que tú en este tema, debido a que la semana pasada estuvimos poniéndolo a prueba e hicimos encender una bombilla.

Delilah estaba infinitamente celosa de todo lo que había dejado de aprender en su ausencia. Pero además, sentía celos de que el chico que solía compartir sus conocimientos únicamente con ella, lo hiciera con toda una clase.

—Tiene un funcionamiento muy similar a una antorcha —lo entendió ella—. Salvo que se calienta con energía eléctrica y no con fuego.

Massimo asintió.

—Exacto. ¿Sabes de dónde se consigue esa energía eléctrica?

Con rabia por no saber, negó suavemente con la cabeza. Gisela alzó la mano antes de que el profesor le diera la palabra.

—Se realiza una conexión de circuito eléctrico para permitir que los conductores eléctricos transporten la corriente a una o más lámparas, a lo largo de un cable flexible y de forma segura.

—Excelente, Gisela. ¿Alguien sabe por qué un cable puede conducir energía eléctrica? Es decir, ¿por qué es capaz de moverse esta energía a través de él y no, por ejemplo, a través de otro material, como la madera?

Esta vez, se hizo silencio. Delilah se sentó, intentando pensar en una respuesta inteligente. Luego de meditar al respecto, se le ocurrió una posible solución.

—Supongo que la madera terminaría quemándose.

—¿Por qué? ¿Cómo has llegado a esa conclusión?

—Si los rayos de una tormenta son descargas eléctricas, como se cree, he razonado que al igual que los árboles cuando son impactados estos, la madera terminaría en llamas. Supongo que se trata de un material que en lugar de transportar el calor de un lugar a otro, lo absorbe.

—Muy bien —contestó Massimo mientras caminaba de un lado a otro en el salón de clases, con las manos detrás de su espalda—. La madera es un buen aislante térmico, con lo cual, un mal conductor. Ahora, ¿por qué? ¿Qué hace que el metal sea un buen conductor y la madera no?

Nadie respondió. No obstante, Delilah se daba cuenta del método de enseñanza de Massimo. Usaba la mayéutica, al igual que el padre Flavio, para hacerles pensar en lugar de simplemente decirles una explicación concreta. Veía en él las influencias del hombre que le había enseñado la mayoría de las cosas que conocía.

Las niñas empezaron a susurrar entre sí, teorizando sobre posibles respuestas. Massimo no dijo ni una sola palabra durante un largo rato.

Hasta que una de las niñas finalmente alzó la mano.

—¿Hay algo en la composición de la madera que no le permite conducir energía?

Una amplia sonrisa iluminó el rostro de Massimo.

—Tienes toda la razón, Giuseppina —el joven se giró para anotar en el pizarrón al tiempo que explicaba—. La conductividad depende de la estructura atómica y molecular del material. También de otros factores físicos del propio material y de la temperatura —Massimo nuevamente se volvió hacia ellas—. Puede que parezca que estoy hablando en otro idioma, pero quiero que entiendan que todo lo que ven, es materia. Y que toda la materia está formada por algo tan diminuto que no podemos ver, llamado átomos. Estos átomos se agrupan de diferentes maneras para formar, por ejemplo, esta mesa —dio un golpecito sobre la madera—. O para formarte a ti —señaló a una pequeña— y a mí. Cuando se agrupan para formar la madera, no permiten conducir electricidad. Sin embargo, cuando lo hacen para formar a un ser humano, sí lo permiten. De hecho, los humanos somos unos excelentes conductores de electricidad. Podríamos hacer un experimento, como un cable humano, pero temo que podría ser algo doloroso, así que mejor descartemos la idea.




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