Señoritas de Vestidos Azules

Capítulo 41: Toma de hábitos

No sabía desde cuándo, pero Delilah se había imaginado muchas veces en el altar junto a Massimo, sólo que no de esta manera.

Él hizo con su mano un gesto simbolizando una cruz, justo delante de su cara, mientras decía:

—En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Finalmente había llegado el momento de cumplir su promesa a Dios…

Tomaría los hábitos para convertirse en novicia.

Mientras las monjas colocaban el cinturón sobre su hábito y la cofia blanca sobre su cabello, pensó en lo distante que había actuado Massimo luego de su clausura.

Ahora era totalmente frío con ella, raramente cruzaban palabras.

Y posiblemente tenía que ver con aquel beso en Nochebuena, bajo la nevada decembrina.

Era una lástima, porque a ella le habría gustado compartir un momento tan importante como ése con el Massimo que conocía, con Spaghetti. No con este señor en sotana de aspecto estoico.

Sin bien él sabía guardar la compostura, el contemplar a su amiga recibiendo su cofia, envuelta un traje completamente blanco, acompañada del coro que sus compañeras entonaban en el fondo… le hizo pensar seriamente que lucía tan pura y sublime como un ángel.

Su Delilah.

Extrañamente, ella se veía feliz. Tenía cierto brillo de emoción en sus ojos y sostenía una sonrisa natural.

Massimo había creído que lo hacía sólo para permanecer más tiempo en el hogar, pero al ver la expresión en su rostro y sus dos manos juntándose delante de su pecho en señal de oración, se dio cuenta de que había cierta voluntad en aquel acto. La conocía bastante como para saberlo. Y aunque le habría gustado preguntarle, se limitó a vislumbrarla desde la distancia de su podio.

Las monjas la abrazaron, seguidas de las niñas, felicitándola por haber dado aquel gran paso.

Ella sonreía y correspondía a los mimos como toda una protagonista.

Mientras se ponían en marcha de regreso al hogar para la celebración de su noviciado, Immacolata charlaba alegremente con la joven.

—Sabes que tus responsabilidades son más grandes ahora, ¿verdad?

—Lo sé, Madre Superiora. Prometo dar lo mejor de mí.

Immacolata le sonrió de forma maternal.

—Confío en ti, Delilah. Puedo ver tu deseo de hacerlo bien. ¿Acaso has decidido algo sobre convertirte en monja?

La sonrisa de Delilah se desdibujó ligeramente. Había hecho una promesa a Dios y había aceptado su destino con dicha. No quería hacer algo el resto de sus días que fuese forzado. Así que se había convencido a sí misma de disfrutar su vida religiosa.

—No lo sé, abadesa —admitió la muchacha—. Pero lo quiero intentar desde lo más profundo de mi corazón.

—El obispo está buscando voluntarias para trabajar en un hospital y atender a los niños de un pueblo del sur que han contraído cólera —comentó casualmente la hermana—. Estaba pensando en enviar a Fátima, pero creo que es una buena oportunidad para ir a tu primera misión y conocer de cerca de qué se trata ser una monja. Tal vez eso te ayude a decidir si quieres o no tomar los votos permanentes.

Después de su experiencia al cuidar a sus compañeras del hogar y haber perdido a una de ellas, Delilah no estaba segura de si estaba preparada para soportar más pérdida.

No obstante, sabía que si tenía que dedicarse a la vida religiosa por el resto de sus días, debía ser fuerte.

—Lo haré —respondió luego de un momento.

—¿Estás segura, Delilah? No es obligatorio.

—Estoy más que segura.

—Mañana enviarán un carruaje a recogerte, debes preparar tus cosas esta noche. Empaca sólo lo necesario.


*****

Delilah permaneció esperando en el pórtico junto a su baúl con las pocas cosas que había empacado y que tenía. La neblina acortaba su visión, lo que le dificultaba saber si aquel carruaje venía en camino.

Se había despedido de las hermanas y huérfanas en la noche, para no tener que despertarlas con su partida a las cinco de la mañana.

Después de un rato, se sentó encima del baúl, cansada de esperar de pie en medio de la gélida brisa.

Mientras se frotaba las manos para entrar en calor, comenzó a escuchar los caballos aproximándose en la distancia.

Se puso de pie, tratando de vislumbrar el carruaje. Finalmente, lo observó traspasar la neblina a través del sendero.

Era una carroza bastante grande y descubierta, en la que varias monjas y sacerdotes se acumulaban en la parte trasera. Sus rostros lucían desesperanzados.

—¿Eres tú a quien enviarán? —comentó con desdén el sacerdote que conducía mientras la observaba de arriba abajo.

—Así es, señor —Delilah se acercó para subir su baúl a la carreta.

—¿Acaso no te dijeron que vinieras ligera de equipaje?

—Pero no es mucho, señor.

—¡Como sea, sube rápido!

Delilah alzó su vestido para encaramarse sobre los asientos, sentada entre dos monjas con expresión amargada.

—¿Dónde está el sacerdote? ¡Le dije a la Madre Superiora que enviara un sacerdote!

Desde la casa parroquial, Massimo venía corriendo con una bolsa de tela sobre su hombro.

Al darse cuenta de que Delilah estaba dentro del vehículo, se paralizó.

—¿Qué haces aquí, Massimo? —soltó ella con confusión.

—Eso debería preguntártelo a ti —le respondió él—. La Madre Superiora no me avisó que también vendrías.

—¡Rápido, joven! ¡No tenemos tiempo que perder! —lo instó el cochero.

—Lo lamento —Massimo subió al asiento delante de su amiga justo antes de que el carruaje empezara a moverse.

—Fue una decisión de último momento —explicó Delilah—. Immacolata me lo propuso ayer. Era Fátima quien vendría, pero me envió en su lugar.

Massimo se colocó el sombrero que traía en su equipaje para hacer sombra a sus ojos.

—Será toda una experiencia —narró el muchacho—. Yo estaba muy asustado en mi primera misión… Por cierto, no había podido felicitarte por este paso que diste. Te veías contenta ayer.

—Gracias —contestó ella, mirándose las manos—. Mi plan es hacerlo bien.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.