Señoritas de Vestidos Azules

Capítulo 43: Dios en tiempos de cólera

—A veces me pregunto si Dios ha abandonado a todos estos niños —suspiró Delilah mientras alimentaba a los pacientes junto a Massimo.

El muchacho tragó saliva al tiempo que le entregaba los platos de sopa caliente a su amiga.

—Honestamente, yo también —confesó después de dejar escapar una exhalación.

Ella puso una cucharada de sopa contra los resecos labios de un niño bastante pequeño, que apenas se movía. De hecho, su cuerpo estaba rodeado por moscas y era tan delgado que se podían apreciar todos sus huesos a través de su piel.

—Pero tenías razón, en todo —le hizo saber la joven—. Somos muy afortunados y privilegiados. Por tanto, es nuestro deber servir a quienes no tienen lo mismo. De alguna u otra manera, entregarles un poco de alegría en medio de tanta miseria. Estuve pensando toda la noche… sería terriblemente egoísta si me voy. Así que aprenderé a tragar este nudo en mi garganta y seguiré adelante.

Massimo dio de beber a una niña que Delilah acababa de alimentar.

—No es cierto, Patata, no eres egoísta. Solo eres demasiado compasiva. Es normal que tu corazón se quiebre constantemente al estar aquí.

Un chiquillo agarró la mano de Delilah para detenerla cuando estaba a punto de entregarle otro sorbo de sopa.

—No —se quejó el niño—, no quiero comer. No quiero estar aquí. Quiero irme, quiero descansar… para siempre.

Aquella declaración dejó petrificada a Delilah. ¿Acaso estaba diciendo que quería irse… de este mundo?

Compartió una mirada de zozobra con su mejor amigo.

—¿De qué hablas? —interrogó al pequeño de piel oscura.

—Quiero por fin dormir, para siempre —repitió.

—¿Cómo te llamas?

Él sacudió la cabeza, todavía tratando de esquivar la comida.

—Saud.

—Escúchame, Saud —ella sujetó su diminuta mano con dulzura—, ¿sabes rezar?

Él lloriqueó.

—¡No quiero rezar! Todos aquí… rezan. Y… ¿sabes en dónde terminan? Allá… en esa horrible fosa.

El corazón de Delilah se encogió y le envió una dolorosa punzada al pecho. Su garganta se hizo aún más estrecha.

Este niño era tan pequeño que no podía creer que esas palabras estuviesen saliendo de su boca. Posiblemente había visto tanto a su corta edad…

—De acuerdo, no tenemos que rezar —determinó Delilah, apretándole la mano ligeramente—. Dime, ¿hay algo que alguna vez hayas soñado hacer y aún no has podido? Como, por ejemplo, andar en bicicleta, viajar en tren o incluso patinar en el hielo…

El pequeño se quedó callado, pensativo. Sus ojos clavados sobre un punto fijo.

—Mirar las estrellas con un gran telescopio.

Los ojos de Delilah se iluminaron antes de cruzar una mirada por el rabillo del ojo con su amigo.

—Entonces, déjame decirte algo —le propuso la jovencita—. Si comes tu sopa todos los días y te pones bien, juro —colocó una mano sobre su pecho—, que te llevaré a mi pueblo. Ahí hay un observatorio enorme, con un telescopio gigante, desde donde podrás ver incluso otros planetas. Tienes que creerme cuando te digo que tu percepción del universo cambiará para siempre cuando mires a través de él.

—¿Mi qué? —preguntó Saud, confundido por sus palabras.

—Tu percepción. La forma en la que ves las cosas.

Un sentimiento de tristeza se apoderó del niño, que sentía que le estaban mintiendo.

—¿De verdad me lo juras?

—Que me caiga un rayo si miento.

Saud le quitó el plato de las manos a Delilah para comenzar a comer solo. En un breve instante se había terminado toda la sopa.

—A esto me refería cuando te decía que ellos te necesitan, Delilah —comentó Massimo con una diminuta sonrisa en los labios—. Sé que eres tan testaruda que no dejarás a nadie darse por vencido.

Ella se giró para darle una mirada de sorpresa.

—¡Espera! ¿Eso fue un insulto o un halago, Spaghetti?

Él levantó los hombros.

—No lo sé —admitió con cierta picardía—. Pero sé que de todas las personas que están en este hospital, eres la única que puede lograr un cambio desde el fondo. Es tu percepción. La forma en la que ves las cosas —el muchacho imitó su voz de forma femenina al decir la última frase.

Delilah no sabía si sus palabras eran ciertas, o simplemente estaba intentando darle motivación para que no se sintiera derrotada, tal como ella acababa de hacerlo con Saud.

Sin embargo, estaba segura de una cosa.

Quería hacer realidad esas palabras.
 

*****

Hospital de Cólera para Niños - Ragusa - Reino de Italia - 1913

Al menos tres meses habían transcurrido desde que Delilah y Massimo iniciaron su estadía en el Hospital de Cólera para Niños de Ragusa.

En aquel entonces, el sitio era totalmente distinto.

En donde había podredumbre y muerte, hoy se respiraba aire puro.

El sacerdote y la novicia, en muy poco tiempo, no solamente habían limpiado exhaustivamente el hospital, sino que habían retirado cada uno de los cadáveres. Adicionalmente, se habían encargado del mantenimiento y aseo constante del lugar, lo que ayudó a que muchísimos menos doctores, enfermeras y religiosos, se contagiaran de la enfermedad al tratar a los pacientes.

Asimismo, habían construido dos tiendas de campaña improvisadas con camillas suficientes para cada uno de los pacientes, de forma que ninguno se atendiera en el suelo.

Aquello había propiciado una mejoría y recuperación mucho más pronta para los pequeños. Por primera vez desde que el hospital había sido fundado, el número de altas era mayor que el de ingresos.

Por otra parte, Delilah había instalado un riguroso régimen de lectura nocturna, donde cada noche era obligatorio leer cuentos a los niños.

Tan pronto como salió el sol aquella mañana, Delilah soltó la mano de Massimo para alzar ligeramente la cortina que los separaba.

Para su sorpresa, él también estaba despierto, recostado sobre su espalda observando el techo.

—¿Qué pasa? —le susurró su amiga, para no despertar a los demás.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.