Señoritas de Vestidos Azules

Capítulo 49: Los pliegues de tu vestido azul

—No —se apresuró Delilah a contestar—. No me casaría con otro hombre sólo por eso. La realidad es que en todo el tiempo que pasé en casa de mi abuela, sentí que Giacomo y yo desarrollamos un bonito vínculo. Fue él quien me ayudó a escapar, junto a María, la doncella. Lo cierto es que se ganó un lugar en mi corazón. Por eso, si acepté su propuesta, fue porque sabía que Massimo no era mi destino. Y al menos quería pasar el resto de mi vida con un hombre amable al que aprecio honestamente. Además, estaba segura de que con el tiempo podría llegar a amarlo incondicionalmente. Y eso fue lo que pasó. Durante estos dos años en los que nos hemos estado escribiendo, llegamos a conocernos y a amarnos profundamente.

—Con lo cual, estás feliz y totalmente segura de querer casarte.

—Lo estoy, Gis.

—Ahora dime, ¿a quién amas más? ¿A Massimo o a Giacomo?

—¿Qué clase de pregunta es esa? —bufó con cierta indignación—. Es un amor totalmente distinto. Massimo es… mi infancia, mi niñez, mi mejor amigo. Un lugar seguro, hermoso y preciado en mi juventud. Mi alma gemela, mi Spaghetti. Mi primer amor, mi primera ruptura de corazón, mi primer… beso.

Un grito ahogado se escapó de la garganta de Gisela.

—¡¿De verdad se besaron?!

—¡Shh, baja la voz!

—¿Se besaron antes o después de que se hiciera un sacerdote? ¿Eran ciertos los rumores sobre que Fátima les había visto?

—¡Gisela!

—Perdón, es que estos temas me emocionan muchísimo —la joven se mordió los labios mientras se llevaba las manos al pecho con una expresión de ensoñación—. ¿Has besado también al Sr. Francomagaro?

—¡No! ¡Claro que no!

—Delilah, ¿realmente has superado por completo a Massimo? Quiero decir, si llegase a aparecer el día de tu boda a pedirte que no te cases, ¿qué harías?

—Deja de leer tanto Shakespeare, Gisela —se burló su amiga de su amplia imaginación al tiempo que largaba una risita—. ¡Es absurdo!

—Esas cosas pasan también en la vida real, Delilah. Si quieres, puedo escribirle que te vas a casar. Podría apostar a que si se entera, vendría a tu boda como invitado especial. O tal vez como sacerdote para casarte.

—Todo para que de pronto, en medio de la tensión, exclame: "¡Yo me opongo!" —Delilah dramatizó el momento, imitando los gestos que suponía que haría el muchacho.

Las dos se rieron a carcajadas imaginando tal escenario. Cuando se detuvieron, Gisela se movió hasta los armarios y rebuscó entre su ropa algo que tenía oculto.

Tan pronto como lo halló, caminó hacia su amiga con las manos tras su espalda.

—Como has olvidado a Massimo, supongo que no te importará leer esto —le entregó un trozo de papel arrugado y sucio con tierra.

Un sobre.

—¿Qué es esto? —cuestionó Delilah.

—No me digas que no lo recuerdas, porque no te creeré.

—¿De dónde lo sacaste?

—Lo tomé aquella mañana apenas te vi regresar al dormitorio. Y no te mentiré, lo he leído.

Delilah enmudeció.

¿Sería buena idea saber el contenido de aquella carta? ¿Estaría bien remover esos sentimientos después de tanto tiempo? Pensó mientras abría lentamente aquel sobre, como si quisiera demorar lo suficiente como para arrepentirse.

Tan sólo con ver esa letra cursiva, sintió un escalofrío al pensar en las manos de Massimo escribiendo cada una de esas palabras.

Tomó aire profundamente antes de leer en su mente.

Patata Piccolina,

No sé cuándo será la próxima vez que te vea, o sepa noticias de ti. Tampoco sé si es que acaso habrá una próxima vez.

Por eso, no he dicho adiós. Y no me arrepiento. No quiero volver a decir "adiós para siempre". Me rehúso a despedirme de ti.

Probablemente me odies en este momento por haberme marchado de esa manera. Y no te culpo.

Perdóname, Patata, por haber tomado la decisión por los dos. Perdóname por no dejarte elegir.

He de confesar que el no haberte escuchado negar de forma inminente la propuesta del Sr. Francomagaro, me hizo pensar que tal vez no estaba tomando en cuenta tus sentimientos.

Quizás di por sentado que me seguías amando cuando habías dejado de hacerlo.

La sola posibilidad de que tu respuesta fuese un sí, me estaba volviendo loco. Y no quería estar ahí para presenciarla.

De todas formas, si estás leyendo esto, lo más seguro es que ya esté muy lejos. Por el momento, no tengo planes de regresar. Continuaré en el camino que elegí. Tengo un compromiso con Dios y con las personas que necesitan de mí.

También tengo la certeza de que sabrás elegir lo mejor para ti. Eres de las que lucha por sus convicciones.

Nunca te olvides, por ningún motivo, de que te amo. Y lo haré siempre, sin importar la vida que haya elegido, ni la que tú hayas elegido.

Ni siquiera necesito tenerte para amarte, te amaré de cualquier manera.

Aunque pasen diez, veinte o cien años, no dejaré de amarte. Aunque te cases, tengas hijos o te conviertas en una monja, te seguiré amando. Aunque cometas un crimen, estés en prisión o me claves una daga en el pecho, mis sentimientos por ti jamás cambiarán.

¿Y sabes por qué estoy seguro de esto?

Porque te he amado siempre.

No podría decirte en qué momento de mi niñez comencé a enamorarme de ti, no hay un día exacto en el que me hubiese dado cuenta. Lo único que siempre supe, es que toda mi vida sentiría lo mismo por ti.

Mi más grande admiración por tus chistes, por tu torpeza, por tus manos de mantequilla, por las veces que caes, pero te vuelves a levantar con la frente en alto. Por las veces que rompes, pero eres capaz de recomponer cada cosa. Por tu risa, por tu valentía, por tu generosidad. Por tus historias de terror o travesuras. Por tu inteligencia, de la cual siento celos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.