Señoritas de Vestidos Azules

Epílogo: El hogar que nos vio crecer

Hogar y Convento Católico Santa Mesalina de Foligno - Mondovì - Reino de Italia - 1929

—Y ahí crecieron mami y papi —explicó Massimo a su pequeña hija de cinco años, Allegra—. Corríamos desde el convento hasta la iglesia y desde el establo hasta las montañas. Bajábamos a buscar agua en el arroyo y jugábamos con las ovejas o los caballos hasta que las monjas nos reprendían.

—¡Qué increíble, papá! —se sorprendió la niña, saltando colina arriba por el sendero de arena—. ¿Y se enamoraron desde niños?

Él compartió con su esposa una mirada romántica.

—Sí —dijeron a la vez.

Delilah, que sostenía en brazos a Doménico, su hijo de un año, señaló hacia el pasadizo secreto hecho de arbustos.

—Ahí nos ocultábamos para planear travesuras —le echó un vistazo a Massimo—. ¿Te imaginas que aún exista el Club de los Camisones de Dormir?

—Espero que sí —Spaghetti le besó la frente antes de seguir a su hija por la pradera.

Habían pasado muchísimos años desde la última vez que visitaron el hogar, especialmente para Delilah.

Se había sorprendido muchísimo al verlo tan deteriorado y con una estructura tan envejecida. La casa parroquial, el convento/hogar, la iglesia y el establo, estaban en condiciones deplorables. Era claro que no se les había dado mantenimiento en mucho tiempo.

La crisis económica y los estragos posteriores a la guerra, no les habían permitido restaurar los edificios.

Por otra parte, aunque cada vez crecía más el número de huérfanos en la región, el hogar se encontraba cada vez más desolado y con menos niñas. Era imposible para las religiosas darles sustento, por lo que rechazaban los nuevos ingresos.

—¿A quién buscan? —les abrió la puerta principal una monja, justo después de que ellos llamaran con la aldaba.

—A la abadesa Immacolata.

—¿Quién la busca?

La pareja intercambió una expresión de complicidad.

—La familia Barone.

Pasó poco tiempo cuando la señora apareció, caminando muy despacio debido a su vejez.

A Delilah le había costado mucho reconocerla. Muchos años le habían pasado por encima, tallando su piel de sabiduría.

Lo más sorprendente de todo fue que a Immacolata no le costó reconocer a ninguno de los dos.

Tan pronto como los vio, apresuró el paso para abrazarlos, con los ojos llenos de lágrimas.

—¡Mis niños! —dijo, examinando sus rostros y tocándolos—. ¡Fátima, ven rápido! —pellizcó suavemente la mejilla de Doménico y bajó la mirada para observar a Allegra—. ¡No lo puedo creer! ¿Son sus hijos?

—Sí, Madre Superiora —confirmó Delilah antes de besar la frente de la mujer.

—Pero ¿cómo es posible? Pensé que… —comentó la abadesa, contemplándolos con absoluta confusión—. Es increíble que hayan podido estar juntos después de tantos años.

Cuando Fátima los avistó en la puerta, con dos criaturas, se mostró incrédula ante lo que estaba presenciando.

Corrió de inmediato a envolverlos en sus brazos, gritando y dando saltitos de alegría a la vez.

—¿Se van a quedar en Italia? —cuestionó, repartiendo besitos en las mejillas a Doménico.

—Hemos venido de visita —aclaró Massimo—. No nos quedaremos mucho, pero queríamos regresar a dónde crecimos y mostrarles a nuestros hijos lo hermoso que es Mondovì. También queremos hacer una donación al hogar, que les permita vivir más cómodamente durante algunos años.

Él extrajo un cheque bancario de su bolsillo y se lo entregó a la Madre Superiora.

—No, no es necesario —lo rechazó ella inmediatamente.

—No aceptaremos un no por respuesta —saltó a decir Delilah—. Piense en las niñas y en cuánto puede ayudarles.

Resignada ante ese argumento, decidió aceptar el cheque.

—Que Dios les devuelva todo en salud, abundancia y amor. ¡Vengan a beber un café, pasen!
 

FIN




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