Señor,si señor.

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Verano 2017.

Se podía decir que la vida me sonreía. Me di cuenta de aquello desde el preciso momento en que abrí mis ojos en casa y pude contemplar que tenía todo lo que alguna vez había soñado obtener.

Los pongo en contexto un poco y les cuento sobre mi vida. Me llamo Peyton Sue, pero nadie me llama por mi segundo nombre porque francamente es... Detestable.

Toda mi vida, desde que tengo memoria la he pasado frente a las cámaras. Mi habitación era una especie de templo o monumento a mis habilidades o talentos que desenvolvía en cada concurso de belleza al que acudía.

Al principio lo hacía solamente porque mi madre me lo imponía, y durante mi pre adolescencia, llegue a odiarla por ello, rehusándome a ir.

Pero todo volvió a la normalidad, afortunadamente para ella, hacia el final del bachillerato. Cuando mi ego y mi popularidad estaban por las nubes. Y debía mantener mi estatus de la "it girl" de la escuela.

Claro que todo esto tenía un gran precio que pagar. No tenía grandes amigos, o amigos verdaderos y no sabía  lo que era una relación estable en mucho tiempo.

La única persona que había amado en vida había sido a Joseph Knight. Era el hijo de los mejores amigos de mis padres y uno de los pocos chicos que me hicieron creer que los cuentos de hadas realmente existían.

Durante un verano, cuando nuestras familias estaban de vacaciones en Los Cabos, Joe tomó mi mano y me llevó consigo.

—¿Qué haces?— recuerdo que le pregunté algo confundida por su arrebato.

Joe y yo teníamos una especie de relación amor—odio. Aunque solamente era una actuación. No queríamos que nadie se enterase de lo "nuestro".

Si es que lo había. Éramos pobres niños que no teníamos una noción alguna de lo que era estar con alguien y que apenas estábamos entrando a la adolescencia. Por lo que nuestras mentes estaban más confusas que de costumbre.

Por eso creo que hizo lo que hizo y dijo lo que dijo:

— Me escapé de mis padres y te compré esto— sacó del bolsillo trasero de su pantalón un anillo con una gran gema azul en el centro.

Mi mente volaba, y no terminaba de comprender lo que sucedía.

—¿Qué es esto?—lo miré desconcertada.

—Un anillo— respondió tajante al ver que no lograba comprender hacia donde queria ir con todo esto— Quiero que lo tengas. Estira tu mano— ordenó.

Hice lo que me pedía, sin poder creer aún que esto estuviese ocurriendo. Colocó el anillo en mi dedo anular mientras una gran sonrisa aparecía en su rostro.

—Yo conservaré este— agregó sacando del mismo lugar otro anillo, nada más que este era más sencillo— ¿Quieres ponérmelo?

Asentí y cuidadosamente se lo coloqué en su dedo, de la misma manera en la que él lo había hecho conmigo.

—Esto... ¿esto significa que estamos casados?—pregunte aterrorizada.

No le había pedido permiso a mis padres para casarme. Era demasiado joven, como haría para llevar a cabo las tareas de una esposa si aún no tenía ni 15 años. Los cumpliría dentro de un año.

—No—rió por lo bajo al ver que seguía sin entender— Esto serán nuestros anillos de promesa. Cuando seamos lo suficientemente mayores, prometo cambiarlo por uno de verdad y tan solo si tú aceptas, te colocaré aquí—tocó con su dedo el mío— Uno con una piedra tan grande que podrás ver todos los colores del arcoíris.

—¿De verdad?

—Así es. Ahora vamos antes de que vengan a buscarnos. No queremos que nos descubran y se enteren de nosotros— murmuró antes de  besar mi mejilla y huir corriendo de allí.

Lo cierto es que nadie lo hizo, nadie supo que fui su promesa. Que en mi corazón solo había lugar para él. Que rechacé a millones de chicos por mantener la esperanza viva de que algún día volvería a verlo y todo seguiría igual.

Pero nada de eso pasó. Mi familia se tuvo que mudar a Canadá y yo continúe con mi vida. Mientras el continuó en Kansas. Lejos de mí.

Intenté mantener el contacto con él, seguir su ritmo, interesarme por su vida. Pero fui inútil. La llama se fue apagando hasta el punto en el que no me quedó nada más que un anillo para recordarlo.

Tuve que salir con idiotas a los que no paraba de comparar con él, y con los que aceptaban salir solamente por lástima.

Lo que no sabía es que luego de una serie de eventos desafortunados, nuestros caminos volverían a cruzarse.

                                                                                                                         🌸🌸🌸


Mi agenda estaba realmente llena estos días, y la verdad es que no había nada que agradeciera más que aquello.

De esa manera tendría mi mente ocupada y podría darle una buena excusa al idiota de Darren.

Pero sinceramente... ¿Quién lleva a su madre a una cita con la chica que está conociendo?

En especial si llevan tan solo unas semanas juntos. No sabía cómo había terminado inmersa en esta situación. Pero me debía admitir que la culpa era solamente mía y de nadie más.

Desde hacía años, llenaba mi vida con "compañeros" que no eran lo que uno llamaría: ideales. Sino que eran todo lo opuesto.

Había salido con toda clase de tipos en estos últimos 5 años. Y ahora que me acercaba a cumplir 25 necesitaba algo más en mi vida.

Tenía un largo y catastrófico historial amoroso si se podía decir. Digno de ser llevado a la pantalla grande o ser plasmado en novelas románticas rosas, esas que son demasiado empalagosas y nos hacen creer que sin importar cuantos defectos tuviese un tipo, era nuestro deber hacer de tripas corazón y aceptarlos.

Si tuviese que elegir yo misma los títulos de mis fracasos amorosos, posiblemente sería algo como:

Allan, el chico que se declaraba fan del ajo y los besos franceses, una combinación por demás peligrosa.

Jessie, un niño con un síndrome de Peter Pan tan dominante que aún no tengo claro si salía con un hombre de 28 años o un niño de 6.




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