Señor,si señor.

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¿Qué debía hacer ahora que parecía que la tierra se había abierto a la mitad y estaba dispuesta a tragarme?

¿Debía simplemente sucumbir o luchar con todas mis fuerzas? ¿Tenía algún motivo hacerlo?? Si  después de todo ya no tenía nada por lo que hacerlo.

Años me tomó levantar mi propio emporio, literalmente lo hacía hecho. Había participado en la construcción del edificio.

Me había tomado el trabajo personalmente de elegir los colores de cada una de las paredes, tomé las medidas para los espejos y compré cada perchero que adornaba el lugar.

Hasta me tomé la molestia de ponerme en contacto con una de las jardineras y ambientalistas más costosas que había en la ciudad, para que me dijera que plantas servían más para ornamentar el lugar y estas atrajesen la buena suerte.

Y así fue por un largo tiempo. Uno en el que fue increíblemente feliz en mi propio paraíso. Donde aprendí, conocí personas magníficas y algún que otro personaje, pero sobre todo había conseguido de hacerme un nombre dentro de este mundo tan cruel, como lo era el de la moda.

Y ahora todo esto se iría a la basura, tan solo por confiar en la persona incorrecta, por hacerle caso y dejarme cegar por las luces que me ofrecía.

Fue ingenua pero creo que eso me pasaba por creer demasiado en el resto de las personas y buscar en ellas lo bueno, siempre.

Además pensé que las cosas iban a cambiar. Estaba cansada de que relacionarán mi negocio con los trofeos que había ganado en los concursos de belleza, en lugar de hacerlo con mi talento para ofrecerles un futuro a estas chicas.

La propuesta de Savannah sin dudas me colocaría en más de una portada de las revistas más renombradas y estaría en la boca de todos. O eso es lo que creí.

Debo admitir que ella cumplió en parte con lo que me había propuesto. Estuve en las portadas de todas las revistas, pero como la mujer que llevó al peor destino a una mujer de 20 años que solo quería triunfar en el mundo del modelaje. Y estuve en la boca de todos también... Por el mismo motivo.

Salí de la corte con la cabeza gacha y no me molesté en dirigirle la palabra a ninguna de las personas que estaban cerca de mí.

De lejos podía escuchar los victoreos de la familia Holliday que celebraba que la vida les daba una buena noticia.

—Al fin se hizo justicia— escuché gritar a su padre mientras su madre le agradecía en llantos a Dios y abrazaba a su hija.

Todos sabíamos que mi dinero no le serviría para sanar, pero podría tener una buena vida, a pesar de estar postrada en una silla de ruedas.

Pasé el resto de la semana viviendo como una autómata, yendo y viniendo de cada lugar como si caminara en cámara lenta y nada a mí alrededor pudiese herirme.

Porque así era. Ya nada podía hacerme daño. Savannah, Damon e incluso Joe habían hecho suficiente ya.

Creo que eso último fue lo que más dolió. El hecho de que fuese Joe quien me mandó metafóricamente hablando a la tumba, fue como si me clavaran una daga en el corazón.

Demás está decir que no me molesté en responder ni una sola de sus llamadas y mucho menos los mensajes de voz que dejaba.

Solo podía escuchar: bla, bla, bla.

Cuando en realidad decía:

— Pey, lo siento tanto. Ya sabes que era parte de mi trabajo, no podía hacer nada al respecto, esa gente confiaba en mí para que la defendiese y si hubiese sabido que para eso debía atacarte a ti, jamás habría tomado el caso, pero no lo supe. Hasta el momento en que te vi parada allí.

Mi mente se debatía entre creerle o simplemente ignorarlo. Una batalla se libraba en mi interior y no sabía realmente que hacer. Tanto mi cabeza como mi vida eran un completo desastre y no estaba de humor para lidiar con nada que no tuviese que ver con el final de mi empresa y mi vida.

—Te guardaré aquí, como un recuerdo de que las cosas buenas duran poco— dije mientras guardaba el anillo que alguna vez un joven Joe me había dado.

Estaba segura de que si Damon me viese en este preciso momento, se reiría de mi y me llamaría loca por hablar conmigo misma.

—Que te jodan Damon Godfrey, que te jodan Savannah Morgan y sobre todo, que te jodan Joe Knight— grité a los cuatro vientos en la casa que pronto debería desocupar.

Porque como si no fuese suficiente para los Holliday, no solo me quitaron mi empresa, sino que debía pagar con mi hogar también.

Una fuerza interna me hizo llamar a mi madre. Jamás lo hacía. No desde que me había mudado aquí.

Un tono... Dos tonos... Tres tonos...

—Esta es Mary— anunció una voz desde el otro lado del teléfono.

Tragué mi orgullo y abrí mi boca.

—Mamá, soy yo. Peyton.

Les ahorraré los detalles incómodos de sus apodos, la emoción al ver que su hija se había acordado de ella y sus reclamos porque llevaba meses sin ponerme en contacto.

— ¿Tienes un lugar donde pueda quedarme?— pregunté.

— Para ti, siempre, aunque no me llames tanto como lo habías prometido.

—Mamá no estoy de humor para tus reclamos— le advertí.

— ¿Qué sucedió?— su tono de indignación cambió por uno diferente, uno que albergaba una mezcla de preocupación y curiosidad.

— ¿Tienes un momento?— podía sentir como las lágrimas comenzaban a inundar mis ojos.

—Para ti, todo el del mundo. Déjame que me prepare una taza de té y estoy contigo.

Una débil sonrisa se asomó en mi rostro al imaginarla. Mi madre no podía hacer nada si no tenía una taza de esa infusión caliente en sus manos.

—Aquí estoy, cariño.

Junté aire y entre lágrimas y sollozos pude contarle como mi mundo se había ido a la basura. Por un error que yo no había cometido.

                                 🌸🌸🌸
Me dormí alrededor de las 8 de la noche como una niña pequeña a la que sus padres la mandaban a la cama con su mantita favorita y su oso de peluche.

Para luego cantarle su canción de cuna que le aseguraría que todo estaría bien. Que ningún monstruo podría hacerle daño y que estaba a salvo.




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