Sentimientos de una pentathleta

Capítulo 3. La plenitud que tanto deseé

Aún recuerdo mi primer día siendo pentathleta en la unidad Edgardo del Rincón Camacho, un siete de mayo de 2021. Era un domingo y desde el alba fue un día muy especial. Los nervios revolucionaron mi cuerpo, era novedad y temía hacer el ridículo como novata. Mis padres me dejaron en el cuartel, había niños y jóvenes de muchas edades. El hecho de ver a mujeres portando el uniforme erizó mi piel y dentro de mí se entonó esta frase una y otra vez sin cesar: «Yo quiero ser como ellas».

Mi sargento Tiana Hernández, la misma de los ejercicios en YouTube, se acercó a mí y me anunció que ella sería mi instructora, ya que formaría parte del grupo mayor. Me dio una hoja de inscripción, creí que podría llenarla, pero comenzó el conteo del uno al diez, nos apresuramos a formarnos, nos pasaron revista y se indicó que tendríamos clase de rapel. ¡Rayos! ¿Rapel? Era la primera vez que tomaría clases de ello, menudo asombro me lleve. El sargento Villarreal nos explicó la teoría de este deporte extremo. Luego mi instructora fue la primera en hacer dicho ejercicio para transmitir sus conocimientos, contando con cinco años en la institución. Posteriormente, fue turno de mi cabo Marcela, lamentablemente su procedimiento no salió bien, cayó desde la altura hasta el suelo, por fortuna no se lastimó, pero su uniforme estaba roto. Después voltearon a verme mis sargentos, indicando con sus miradas que continuaba yo, ¿imaginan que me esperaba a mí que era apenas aspirante? Sentí tensión, como mencioné era primeriza en rapel y justo lo tenía que hacer en mi primer día. Lo intenté sin quejarme y con una tranquilidad serena, la adrenalina se sintió y la emoción recorrió mi alma por todos los rumbos. El sargento Villarreal pidió a mi cabo Marcela que se quedará abajo por si acaso sucedía un accidente. Me coloqué en posición, hice los procedimientos adecuados en el arnés, la cuerda, el descensor, el anillo de cinta, el cabo de anclaje, los mosquetones, guantes y casco de protección. Fui descendiendo poco a poco, lentamente, hasta llegar al suelo. Me impresioné, lo hice bien. Mis instructores me felicitaron por la valentía e incluso me preguntaron si ya tenía experiencia en alguna escuela militarizada, mi respuesta fue negativa.

Tuvimos un descanso de diez minutos, conocí a una compañera recluta de nombre Nadia, mi segunda «sombra», es decir, aquella que te apoya y te echa la mano para enfrentar lo difícil del medio, la que te acompaña en las buenas y en las malas, aquella que cuando vas atrás en el trote te echa ánimos. Estábamos sentadas en una banqueta del cuartel, no nos percatamos que nuestra sargento y cabos se reunieron en el conteo del uno al diez, llegamos tarde por unos segundos, eso es digno de una sanción, pero por ser mi primer día quedé exenta de ello. Nos integramos a formación.

La segunda actividad fue instrucción militar o también llamado orden cerrado. Primero, la instructora nos acomodó por orden de grado y uniformidad, quedando al final del pelotón. Cuando comenzamos, comprobé que era mi vocación porque estar marchando, desarrollando cada movimiento me hizo sentir plena y mi mente se trasladó a otro mundo. Era una mezcla de taconeo de botas, órdenes de la sargento, el sonido de los motores en la calle, los cantos de los pajaritos, en sí, todo era conmovedor, suficiente como para entrar en un éxtasis. La sargento Tiana me enseñó de forma general el orden cerrado y dijo: «Tú te quedarás en el Pentathlón toda tu vida, estoy segura». La certeza de sus palabras, me hizo sumergir en una libertad suprema, sentí que trascendió mi alma. Ahora que ya no formó parte de los osos grises, siento que defraudé la eterna palabra de mi sargento. Tan solo deseo algún día volverla a encontrar, y yo con el uniforme número 1 del personal femenil saludar militarmente y decirle: «Mi sargento (o el grado que ella adquiera), aquí estoy aún en Pentathlón, sus palabras me motivaron, pero su ejemplo día con día me inspiró, usted es forjadora de sueños, gracias por confiar en mi vocación militar».

Volviendo a mi primer día de instrucción. Al finalizar el orden cerrado, mi desempeño no fue el mejor, aunque era aceptable para ser aspirante, la sargento me felicitó a comparación de otros. Eso seguía ilusionando el ser de una joven patriota.

Continuó el acondicionamiento físico en el suelo de tierra con ejercicios sobre abdomen. La instructora me aconsejaba mejorar en mis movimientos para evitar lastimarme.

Para culminar nos dio una charla para familiarizarme con el medio. Recalcó que utilizar la playera institucional era una responsabilidad y no cualquiera la portaba, era un compromiso y yo estaba dispuesta a tomarlo con ansias y terquedad. Nos platicó de los grados y otros aspectos como el buen comportamiento al exterior de la institución, porque Pentathlón genera una buena imagen en la sociedad, nos ven como los soldaditos. Finalmente, se presentaron mis compañeros, la cabo Marcela y el cabo Fernando. Mi compañera Nadia ya se había marchado porque su madre la recogió.

Así culminó mi primer día, toda empapada de tierra, pero tremendamente plena, haciendo lo que amaba. Cuando salí del cuartel, contemplé desde lejos la gran lona que decía en letras negras «Pentathlón Deportivo Militarizado Universitario, Zona XXV Sinaloa», pude saber que había encontrado mi lugar después de tantos años y que era a donde pertenecía. Si hubiera hecho caso, a los comentarios negativos de otros nunca hubiese sido pentathleta. Pues recuerdo que mi mejor amiga de la secundaria se burló de mí por confiarle ese sueño de ser oso gris.



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En el texto hay: experiencias, metas, militar

Editado: 11.05.2023

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