Jorge.
—Señor, Cortéz. —Escuchar mi nombre me regresa a la realidad—. ¿Me escuchó?
Suelto un gruñido para afirmar su pregunta.
—Bien —continúa—. Solo le pido que firme, y nos evitaremos un juicio que no vamos a ganar.
—Doctor. —Mi voz se escucha más gruesa de lo normal—. ¿Usted es abogado de qué?
Él parece que no entiende mucho mi pregunta y menos si no está relacionado con lo que estábamos hablando.
—De familia —contesta—. Pero…
—¿Usted conoce el significado de familia? —Otro silencio incómodo—. Le diré cuál es. La familia es unión, amor, armonía, paz. Eso diría cualquier persona que vive un año de feliz matrimonio, pero en mi caso, digo que familia sería… agobio, deudas y sobre todo, la peor mentira que alguien podría vivir.
Me inclino un poco para sostener el bolígrafo y firmo sin mirar bien a qué lado del papel.
—Dígame una cosa —menciono antes de salir de su despacho—. ¿Me arrepentiré de esto?
—Lo más probable, puede que termine odiándome de por vida.
—Genial.
Salgo de ese lugar y me dirijo hacia mi auto. Quiero gritar, ponerme a romper cosas e incluso insultar a las personas que están pasando, pero nada de eso valdría la pena. Nada me devolvería a mi familia, ahora sí los perdí para siempre.
Es curioso, todos planean el inicio de un matrimonio, pero nadie planea el final.
Sé que debería estar rogándole a Fátima que me perdone, pero no puedo, ya no. Y no solo por orgullo, el cual ya no tengo, sino porque sé a la perfección su respuesta. Cometí un error, y eso hizo que ella se marchara de mi vida, y no hablo de una infidelidad, las infidelidades están sobrevaloradas. Después de tantos años juntos, en lo que menos nos preocupamos era en que uno engañe al otro. Las parejas por lo general se distancian por tres cosas: Tiempo, sexo y dinero. Este último fue nuestra ruina, todo fue por dinero.
¿Se puede ser más miserable?
Después de un año de nuestra separación (el peor año de mi vida) creí que aún podría pasar tiempo con mis hijos, pero no los he visto, ni a ella ni a mis hijos. Todo ha sido a través de los abogados, que por cierto, he tenido que contratar al peor abogado de la ciudad. Ahora sí los perdí para siempre.
No sé cuántas horas he pasado en mi carro sin hacer ningún movimiento, tal vez con la esperanza de desaparecer como si fuera magia. ¿Qué tan difícil es morir? No lo sé, siempre creí que las personas que optan por quitarse la vida son muy valientes, la opinión pública los trata de cobardes, pero para mí son valientes, se necesita mucha fuerza de voluntad para hacerlo, fuerza que yo no tengo.
Me bajo del carro y me dirijo hacia la tienda de conveniencia de la esquina, al menos unos cigarrillos me quitarán este peso del pecho.
—Son 10 —dice el cajero. Reviso mis bolsillos una y otra vez, pero nada, no tengo ni un solo billete—. Tiene que regresar la cajetilla si no tiene cómo pagar. Lo siento.
—Mierda —gruño. Lo que me faltaba.
Devuelvo la cajetilla y salgo de la tienda. MIERDA. No tengo ni para unos putos cigarros. ¿Qué hice mal para terminar así? No suelo renegar mucho de Dios, pero en los últimos años me ha demostrado que tener fe no sirve de nada. ¿Si grito a mitad de la calle me creerán loco?
—Disculpe. ¡Oiga! ¡Señor!
Me regreso para ver quién está gritando. Una chica, muy blanca que parece brillar con el sol y con la melena de un negro intenso, viene corriendo hacia mí. Por un momento pienso en qué me estoy confundiendo, pero efectivamente, viene hacia mí.
Se detiene a unos cuantos pasos y extiende su mano, tiene la misma cajetilla que hace rato dejé en el mostrador.
—Son suyos —dice con la voz agitada.
—¿Qué?
—Tómelos, los compré para usted.
Mi cara de incredulidad lo dice todo. Una loca me acaba de comprar cigarros. Genial, ahora le doy pena a una chica. ¿Parezco mendigo? Seguro que sí, no necesito que nadie me lo diga, y no solo parezco, creo que soy un mendigo. Si no fuera porque la empresa me proporciona un carro, diría que vivo en la calle.
—No, gracias —contesto, frío.
—Por favor. —Sigue con el brazo extendido, ¿acaso espera que los acepte?
—Ya dije que no.
—No sea orgulloso y recíbalos. Nunca es mal momento para fumar, a veces se necesita para calmar un poco la ansiedad. —Esta chica está loca—. Si no le funciona el comentario reflexivo, le invito unos. Vamos, fumemos juntos.
Deja de extender su brazo para abrir la cajetilla, saca un cigarro y luego otro, me lo ofrece.
Creo que ya he sido demasiado descortés, así que lo recibo.
—Ey, niña, ¿no te han dicho que no debes hablar con gente de la calle?
Ella me ignora y camina en dirección a mi auto, apoya su trasero en el capó, espera, ¿cómo sabe que ese es mi auto?
—¿Tiene encendedor? —pregunta, a lo cual yo saco uno de mi bolsillo.