Grace.
Regreso a mi departamento con los pies adoloridos. La espalda no me da para más y el roce de los vestidos en la cadera me dejaron roja la piel. Genial, a pesar de todo ese esfuerzo, no hemos conseguido nada. Me estoy comenzando a desesperar.
—¿Cariño? —escucho la voz de Gabriel desde la cocina.
—Ya llegué —digo con la voz ahogada.
Me dirijo a la cocina, ahí encuentro a Gabriel con un delantal y un cucharón en la mano, al parecer la cena está casi lista.
—Tardaste más de lo que creí. —Él deja el cucharón a un lado y se acerca para rodearme en un abrazo. A pesar de que ha estado cocinando, tiene el mismo olor varonil de siempre.
—Lo siento, es que, al parecer ningún vestido es para mí.
Él deposita un beso en mis labios. Se siente tan bien y en paz estar en su compañía, que por un instante me olvido del dolor de pies que tengo.
—No digas eso, yo sé que encontrarás el vestido perfecto, aún hay tiempo.
—Sí, pero hemos recorrido casi todas las casas de moda de la ciudad y nada.
—¿En serio no te gusta ninguno?
Niego con la cabeza. Él parece comprender muy bien lo que siento y me besa de nuevo. Así estoy más reconfortada, no puedo creer que en unos meses seremos esposos. Es bonito pensarlo y decirlo.
—Ven, te preparé la pasta que te gusta.
Es un amor, juro que por este hombre estoy dispuesta a pasar por todos los vestidos de novia de la ciudad.
Gabriel y yo nos conocimos en el trabajo, llevamos años siendo la parejita del trabajo. Sin duda la mejor noticia que hemos dado es que nos vamos a casar, a veces lo repito tanto que mis amigas ya están un poco cansadas, sobre todo Sulma, pero es que no puedo de felicidad. Hubo un tiempo dónde pensé que Gabriel jamás me pediría matrimonio, pero como dicen, los tiempos de Dios son perfectos, al final me lo ha pedido en la cena de año nuevo con toda mi familia presente. Ha sido todo un sueño desde entonces. Si bien ya vivimos juntos desde hace cuatro años, y no hay nada de diferencia, es bonito pensar que pronto estaremos más unidos.
—Has fumado —dice Gabriel mientras deja un plato de pasta con queso en mi lugar de la mesa—. Pensé que lo habías dejado.
Para Gabriel tener el cuerpo sano es lo primordial, no envejecemos tan jóvenes y tampoco tendríamos problemas de salud, lo cual le aplaudo, pero debe de relajarse de vez en cuando.
—Ah —logro decir—. Es que, fue un día difícil.
—No lo vuelvas a hacer, ¿sí? Hay mejores maneras de liberar el estrés. —Claro, para él es fácil decirlo, quién tiene todo el peso de los preparativos soy yo—. ¿Me has entendido?
—Sí, claro, lo siento.
De pronto pienso en aquel hombre. Jorge dijo que se llama. Yo estaba yendo a comprar un refresco en la primera tienda que encontré de camino a casa, cuando vi un auto estacionado justo debajo del cartel de “No estacionar”, en el interior había un hombre. Por las letras pintadas en el carro supe que era de una empresa de electricidad, tomé unas cuantas fotos al número de teléfono porque justo necesitamos a alguien para que arregle dos tomacorriente que no funcionan. Estoy por decírselo a Gabriel cuando él interrumpe mis pensamientos:
—La próxima semana tengo que viajar a Londres, ¿segura que no necesitas que te ayude con nada?
—No, anda tranquilo, esta semana estaré desocupada. Las pruebas de vestido se reanudan el lunes.
—Genial.
Cenamos mientras Gabriel cuenta cómo le fue en el estudio hoy. Yo me tomé el día libre, para ser sincera, el del trabajo importante es él, yo solo soy su asistente. Así que, puedo tomarme los días libres que quiera, siempre y cuando no me necesite, que en la mayoría de los casos no soy muy indispensable.
—Y lo peor es que José no puede adquirir ningún poder sobre su casa —dice después de explicar el caso de José, su amigo—. Pobre hombre, está de mal en peor.
—Qué mujer —doy mi humilde opinión—. Digo, Celeste es una cínica y todos lo saben, lo único que hizo todos estos años fue exprimirle el dinero. Es más, José se demoró en pedirle el divorcio. Yo no entiendo, por qué la gente se casa para luego divorciarse, no se supone que se amaban cuando firmaron el papel.
—Es que, mi amor. —Gabriel sonríe—. No todos piensan como tú, Celeste tiene un hijo, y la ley se irá a su favor.
—Le fue infiel.
—Nadie tiene pruebas de eso.
—Pero seguro existen.
—Estamos haciendo lo posible para conseguirlas, en todo caso se quedaría con la casa y con la mitad de su sueldo cada mes.
—Es una rata. Te juro que ese niño estaría mucho mejor con José que con ella.
—Pero…
—Ya sé, la ley siempre se va a favor de la madre. Me lo repites cada vez. No siempre las mujeres son buenas madres.
Gabriel no dice nada, a veces me pongo bien pesada con estos temas, pero a lo largo de estos años hemos visto tantos casos que es imposible decir que las mujeres son siempre las buenas y los hombres los malos, o al revés. Recuerdo los primeros meses, hasta soñaba con los niños. Gabriel es abogado de familia, aunque yo estudié psicología, cuando nos conocimos él consideró que sería interesante tener a una psicóloga como asistente. Y bueno, años después, aquí seguimos, es interesante trabajar para él. He aprendido bastante, pero aún no lo suficiente.