Seres Sanguíneos

01. Prólogo: Ruinas de Poder y Sangre

El estruendo de los escombros resonaba como un rugido en la oxidada Usina Succina, amenazando con devorar a Gwen. La joven corría a ciegas a través de esa construcción monumental, de casi dos mil pasos cuadrados, mientras el polvo espeso cegaba sus ojos y el aire cargado de óxido se le clavaba en la garganta. Las vigas caían tras ella, retumbando como si la fábrica intentara sepultarla junto a sus secretos.

Cada inhalación era como tragar metal. Mientras avanzaba por los pasillos corroídos, no podía evitar pensar en cómo la Usina Succina, antaño símbolo de poder en Puerto Bando, había caído en el olvido, convertida en un refugio de criminales. Ahora, Gwen estaba atrapada en sus ruinas.

Subió unas escaleras desgastadas, el metal crujía bajo sus pies, pero no tenía opción. Tenía que llegar a la azotea. Al fondo, una voz conocida rompió el silencio:

—¡Por fin te encontré, Gwen! —gritó Gabi desde las sombras, su tono rebosante de furia.

Un escalofrío recorrió a Gwen cuando la figura de Gabi emergió entre la polvareda. Su mirada estaba encendida de odio, y las vigas vibraban con la intensidad de su poder Plasmático. Algo en su mirada le hizo saber que Gabi había descubierto el secreto que buscaba proteger.

—¿Pensabas que podías ocultarlo de mí? —dijo Gabi, su voz baja y cargada de rabia. Dio un paso hacia Gwen, y el metal corroído a su alrededor pareció temblar con cada paso—. ¡Sos una Sanguínea!

La certeza de que su secreto estaba expuesto le golpeó más fuerte que el miedo. Gwen se aferró al metal oxidado de las vigas. Su cuerpo no debería resistir tanto, pero allí estaba, intentando resistir, aunque ahora se veía obligada a defender algo más que su vida; su identidad misma pendía de un hilo.

Gabi, más alta y unos meses mayor, se erguía sobre una plataforma metálica, preparándose para atacar.

—No te atrevas a compararte conmigo —espetó Gabi, su voz goteando desprecio—. Los Plasmáticos no se hacen. Nacemos con el poder. Vos solo sos una farsante.

Las palabras de Gabi la herían tanto como cualquier arma. El suelo tembló, y las plataformas metálicas comenzaron a elevarse a su alrededor. Gabi extendió una mano, y las barras de hierro corroídas se lanzaron contra Gwen. Pero antes de que impactaran, una ráfaga de luz azul brotó de ella, destellando con una fuerza imposible. Gabi perdió el equilibrio y cayó desde su altura.

Gwen jadeó, sorprendida por su propia resistencia. Antes de que pudiera reaccionar, las estructuras que Gabi había lanzado se redirigieron hacia ella. Sus piernas cedieron y cayó al suelo, pero debía levantarse. Su brazo sangraba, pero el dolor apenas la alcanzaba, como si su carne ya no le perteneciera. Sabía que no era solo una Sanguínea; algo en ella la mantenía en pie, algo que no comprendía.

Gabi, herida pero no derrotada, se levantó con dificultad, su rostro cubierto de polvo y sangre. Sus ojos fulminaban a Gwen desde la distancia.

—Toda tu virtud es una mentira; no vale el intento pelear contra vos —dijo con voz temblorosa—. Ya sé lo que sos, farsante.

Gwen no respondió, sus ojos fijos en Gabi, calculando su próximo movimiento. Sabía que no solo debía escapar, sino vencerla de una vez. La presión en su pecho crecía con cada palabra de su enemiga.

—Nunca serías nada sin ese poder que te dieron —gruñó Gabi, avanzando lentamente hacia ella.

El suelo metálico crujía bajo los pies de Gabi, preparando su próximo ataque. Gwen no pensaba dejarle la ventaja. Con un grito ahogado, plantó las manos en el suelo oxidado y desató una onda de choque que envió a Gabi volando, estrellándola contra un montón de hierro retorcido. El eco del golpe resonó en la usina. Por un momento, todo quedó en silencio.

Gwen se permitió un respiro. El sudor corría por su frente y su respiración era pesada. Había entrenado dos años para este momento, y finalmente había logrado lo que parecía imposible: había vencido a la Plasmática más poderosa de Pueblo Plasmar.

Había entrenado dos años para este momento, y finalmente había logrado lo que parecía imposible: había vencido a la Plasmática más poderosa de Pueblo Plasmar

* * *

Se acercó a Gabi, quien yacía inmóvil entre los escombros. Con un último esfuerzo, la sujetó del cuello con una mano, viendo cómo la fuerza de la Plasmática se desvanecía. Aunque Gabi no sangraba, el debilitamiento en su cuerpo era evidente. Sin embargo, al ver el rostro magullado de Gabi, algo en Gwen se removió.

Una duda sutil, persistente, apareció en ella. Gabi, casi sin fuerzas, movió un brazo débilmente y sonrió con amargura.

—Siempre te creí una amenaza, Gwen. Y ahora lo confirmo. No sos como nosotros, sos una abominación —susurró, su voz apenas audible, hasta que sus ojos se cerraron.

Gwen sintió el peso de esas palabras. Sabía que Gabi tenía razón en algo: el poder que la mantenía viva no era suyo. No debería tenerlo, y sin embargo, allí estaba, usándolo. Con un último empujón, la soltó, dejando que el cuerpo de Gabi cayera inerte. Mientras se alejaba, un niño apareció en el camino, observándola con temor.




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